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Migraciones y desigualdad (1 de 4)

Filósofo Vitriólico, ¿qué me dice usted del lío que hay con las migraciones?

—Alumno Abimbaíto, ten la bondad de precisar. Hay migraciones de todo tipo. Dime a qué te refieres.

En el Mediterráneo, los africanos están volcados como náufragos en su sueño por alcanzar Europa; en México, la caravana de centroamericanos persigue penetrar a como dé lugar en los Estados Unidos; y aquí, los haitianos entran y salen como si este espacio fuera su propio país, siendo la República Dominicana subdesarrollada y sin aliento para satisfacer las necesidades de su propia población, menos aun de la ajena. Y ahora, en medio de ese embrollo, la ONU acaba de propiciar la firma de un pacto para proteger las migraciones.

—Tienes razón. El mundo está revuelto.

Eso lo sé yo, profesor. De que está revuelto, lo está. ¿Sólo va a decirme eso?

—Paciencia, mi alumno. Empecemos por lo principal. La tierra está sobrepoblada aunque algunos afirmen que no y digan que la ciencia y la tecnología seguirán jugando su papel compensatorio, extendiendo la frontera de presencia humana y animal en el planeta.

Maestro, lo que quiero es que usted me hable de las migraciones, no de otra cosa.

—Lo haré, pero son temas relacionados. Hay emigración y también inmigración, o sea, salen nacionales desde el territorio hacia otros destinos y entran extranjeros. Hay países con condiciones para aceptar inmigración masiva y otros que no pueden ni siquiera con si mismos, como es el caso dominicano.

Pues, entonces, continúe, por favor.

—La humanidad ha alcanzado un punto en que su alto número, más de 7,600 millones, se está constituyendo en un desafío cada vez mayor a la capacidad del planeta a albergarla sin que se deterioren las condiciones que hacen posible su existencia y sin que estallen conflictos violentos que la reduzcan.

Eso es mucha gente, filósofo.

—Para que tengas una idea y no te espantes, cada día la población mundial aumenta en alrededor de 230,000 personas y solo en este año 2018 habrá 82 millones más de seres humanos.

¿Y cuál es el problema con esa expansión, maestro?

—La sobrepoblación está generando un acoso impenitente sobre los recursos naturales y contaminación de todo tipo, lo cual tiende a convertir en inviable la vida en el planeta.

Carajo, es verdad.

—Se está entrando en un cambio climático que ya ha empezado a hacer subir el nivel de los mares y a provocar grandes cataclismos naturales. Pero también, y no olvides esto, la violencia en todas sus formas y la guerra seguirán siendo la vía para mantener el confort relativo de quienes lo disfrutan y atemperar la ansiedad de quienes carecen de todo, aunque muchos no se den cuenta ni lo perciban así.

Ya veo, profesor Vitriólico. Usted parece haberse convertido a la escuela de Malthus, cuyos preceptos han sido desmentidos por el proceso histórico.

—Abimbaíto, el cambio tecnológico y la ciencia han hecho posible postergar a Malthus, pero solo postergarlo. Aun así, es evidente y palpable que la sobrepoblación humana y animal está teniendo secuelas cada vez mayores sobre la disponibilidad y calidad de los recursos naturales y del entorno ecológico. Este es el factor de mayor tensión que existe en el planeta.

Usted, mi querido profesor, se ha convertido en un pesimista planetario, ¿no es así?

—Hay soluciones, Abimbaíto, pero requieren que la humanidad caiga en cuenta y acepte que ceder un poco en el bienestar de algunos y compartirlo con quienes no poseen nada o muy poco, ayudaría a un desarrollo global compatible con la preservación del equilibrio ecológico y el debido mimo a los recursos naturales.

Si, pero no olvide, filósofo Vitriólico, que con mayor educación sería posible que una población muy grande y todavía en crecimiento reduzca el impacto negativo sobre el medio ambiente y también que se autorregule en su expansión. ¿Se está olvidando de ese elemento tan fundamental?

—Cuánto me alegra Abimbaíto que estés pensando por ti mismo. Tienes razón. La educación es clave, pero ¿sabes el tiempo y los recursos que se necesitarían, en la eventualidad de que hubiera manera de educar a tanta gente partiendo de niveles tan bajos, para que pueblos como el tuyo o el de los vecinos haitianos estuvieren en condiciones de cuidar por si mismos del planeta, cesar de infligirle más daño y auto regular el crecimiento de su población?

No lo sé, filosofo.

—Tampoco yo lo he estimado, pero sería un proceso muy largo.

Entonces, ¿debemos cruzarnos de brazos?

—Eso nunca. En los países ricos ya la población se controla por si misma. La riqueza eleva el egoísmo a precepto fundamental y el disfrute propio posterga la procreación de más vida. Esa población envejece. El problema es que las soluciones particulares provocan otras reacciones. El envejecimiento de esa población atrae a esos lugares geográficos a migrantes prolíficos, jóvenes, que tienden a volcarse para aprovechar ese vacío a la vez que hacen surgir problemas de convivencia racial y choque de costumbres y hábitos, provocando rechazo. Es un proceso inconcluso que nadie sabe en que terminará.

Bueno, por lo menos esa parecería ser una luz en el camino.

—No te adelantes. Se da la paradoja de que la agresión más contundente contra el entorno natural proviene de las economías desarrolladas y más educadas, o de aquellas en proceso acelerado de dar el salto. Y, en el otro extremo, de aquellos pueblos que se encuentran en los niveles más bajos de pobreza, cuyas costumbres y precariedades los llevan a consumir cubierta boscosa para sobrevivir, en adición a la carencia de costumbres para cuidar el medio ambiente.

Maestro Vitriólico, o sea que tanto dañan los ricos como también los pobres.

—En cierto sentido, sí. Estamos en medio de una pinza destructiva.

¿Una pinza? ¿A qué se refiere?

—Ya te lo he insinuado. Un lado de la pinza son los países ricos. Mantener el bienestar y el alto consumo de la población desarrollada o ya en proceso de desarrollo tiene un costo ambiental muy alto. El otro, son los países con mayor grado de pobreza.

Eso no lo entiendo.

—Hoy en día, ciudades de alta población e ingresos como Los Ángeles, Karachi (Pakistán), o Pekín, solo por citar algunas, sufren de alta contaminación y tienen que adoptar medidas drásticas para bajar las emisiones contaminantes. En el otro extremo, en Haití, de ingresos precarios, ya no existe cobertura boscosa; la han aniquilado. Y los plásticos y materiales no biodegradables se acumulan por doquier.

Entiendo, profesor, no se puede seguir así, pero ¿usted cree que el mundo está preparado para corregir la situación a que se ha llegado?

—Quisiera decirte que si; sin embargo no puedo. La humanidad es incorregible y ni siquiera aprende de sus propios errores. Temo que la corrección llegue por otras vías, dramáticas y dolorosas.

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