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Sequía
Sequía

Negligencia y sequía

Las autoridades, al ser tan indolentes, no se dan cuenta de que reflejan, como el sol en un espejo, la confesión de que este Estado-nación carece de viabilidad porque su liderazgo se muestra incapaz de ordenar la coexistencia de la población con el medio ambiente y establecer condiciones que lleven a una vida organizada.

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Negligencia y sequía

Desde tiempos remotos ha habido sequías. En el país ha habido algunas que marcaron la memoria de los habitantes, como la que ocurrió coincidiendo con la celebración del primer centenario, en 1944.

Desde septiembre del año pasado, se ha estado atravesando por una severa escasez de lluvias que ha causado grandes pérdidas y que, de persistir, demolería la estructura productiva alimentaria.

Los efectos ya son visibles en los que antaño se denominaban ríos, hoy convertidos en hilos de agua miserables. Es el caso del Yaque del Norte, Yaque del Sur, Yuna, Camú. Cualquiera de ellos casi pudiera ser brincado, si se permitiera la exageración, por un adolescente de canillas largas.

En sentido general, nadie es culpable de las inundaciones ni de las sequías, como tampoco de las vacas gordas y de las flacas (aunque en el fondo lo somos todos).

Puede que al publicarse este artículo, haya empezado o empiece a llover, pero eso es circunstancial; no es el tema de fondo.

Lo relevante es que el sapiens dominicano, y sobre todo la dirigencia política, es responsable, sin atenuantes, de la destrucción inmisericorde de los recursos naturales de nuestro entorno y del agotamiento de los recursos hídricos.

Antes, cuando era niño, allá por la década del 50, podía contemplar con beneplácito de mis sentidos, grandes humedales y bosques por los que se podía caminar sin que el sol se asomara. En esos lugares predominaban los hilos de agua y los manantiales.

Algunos autores, incluyendo extranjeros, relatan la extensión de los bosques, el caudal de los ríos y la existencia de caminos en los cuales el lodo nunca se secaba, pues las espesas sombras lo impedían.

En esas condiciones, la sequía se presentaba pero no tenía efectos tan devastadores, ya que la inclemencia de los rayos solares era mitigada por la cobertura vegetal y el fluir de los manantiales, a lo cual ayudaba el menor tamaño de la población.

Los manantiales han ido desapareciendo por la tala salvaje. Y la población se ha multiplicado, agravada su progresión por la presencia de inmigración ilegal masiva.

En medio de ese panorama desalentador, hay comportamientos incomprensibles.

No es entendible la afirmación oficial reiterada de que la cobertura boscosa no deja de crecer, cuando la observación de cualquier sapiens no atolondrado puede certificar que se ha estado produciendo un retroceso significativo, devastador.

Lo menos a que pudiera aspirarse es a que las estadísticas sean consecuentes con la realidad. Y, no lo son. Miden algo, quizás verde, tal vez matojos, pero no cobertura de bosques. Por tanto, nos engañamos en nuestra propia autocomplacencia. Y eso es fatal para la necesaria reorientación de las políticas.

Lo cierto es que los lugares donde se generan las aguas, han perdido gran parte de su cobertura y los manantiales se han secado por millares.

Estamos en camino de que se produzca una emergencia dramática por falta de agua potable, que hará difícil la vida en este suelo. Y no solo porque las fuentes se han ido agotando, sino también porque las que perviven son objeto de contaminación sin que nadie acierte a mover un dedo para remediarlo.

Siento escalofríos cada vez que leo declaraciones en la prensa emitidas por funcionarios de nivel ministerial, que se repiten de tiempo en tiempo, de que en Los Haitises se procederá a desalojar a invasores que se dedican a la tala y quema de los bosques. Y lo mismo sucede en Valle Nuevo y otros santuarios de las aguas.

Escalofríos porque no puedo comprender cómo tales grupos logran mantenerse depredando esos santuarios con total impunidad, sin que nadie ponga coto efectivo a sus tropelías, salvo con declaraciones en los medios de comunicación.

Las autoridades, al ser tan indolentes, no se dan cuenta de que reflejan, como el sol en un espejo, la confesión de que este Estado-nación carece de viabilidad porque su liderazgo se muestra incapaz de ordenar la coexistencia de la población con el medio ambiente y establecer condiciones que lleven a una vida organizada.

Siendo así, retrocedemos hacia la condición de tribu.

La desorganización del entramado social está provocando que el sapiens dominicano no esté preparado para manejar con responsabilidad su propio destino. Está destruyendo el hábitat. Peor aun, permitiendo que otros pobladores ilegales también lo destruyan.

Al dominicano de hoy le entretienen los chismes de la política. Y está tan despistado que ni siquiera se percata de que debajo de sus pies se está diluyendo la patria que lo vio nacer, sin que lo note, embriagado por la levedad de su propia intrascendencia.

Si cada cual sigue haciendo lo que quiere, nadie se percatará del hundimiento de todos.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.