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Leonel Fernández
Leonel Fernández

No abusen de la buena suerte

Resulta innegable que este largo período democrático es lo mejor que le ha pasado al país, también es innegable que sigue siendo uno de los países de ingreso medio donde el crecimiento económico ha tenido un menor impacto sobre el fortalecimiento de las instituciones y sobre el salario en el grueso de la población.

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No abusen de la buena suerte

La democracia es una construcción social por la cual algunos luchan cuando les falta y otros desperdician cuando la tienen. Una construcción complejísima, donde los avances son tan difíciles y tan fáciles los retrocesos, que solo unos pocos países lograron sostenerla a lo largo del siglo XX. De hecho, hasta la Segunda Guerra Mundial, Europa estuvo plagada de regímenes autoritarios. Y si bien después de la guerra la democracia se estableció o consolidó en algunos países, en la Península Ibérica las dictaduras se extendieron hasta mediados de los 70s y en Europa Oriental hasta los 90s. Y ya el autoritarismo vuelve a brotar con fuerza.

En América Latina la idea del presidencialismo democrático llegó temprano, pero se impuso el presidencialismo, no la democracia. Porque en esta región se apostó, no a al fortalecimiento de las instituciones, sino al ser iluminado que puede darse sus propias normas y violarlas a la vez. Apostando al jefe se hicieron grandes fortunas. Pero el “continente de la esperanza” devino en la región más corrupta, desigual y violenta del planeta.

Por suerte el autoritarismo comenzó a ser derrotado a escala regional, abriendo espacio a un renacer democrático que por su fortaleza y el número de países envueltos, no tenía precedente en esta parte del mundo. Muchos esperaban que este renacer produciría la generación de líderes con la visión, los sueños, el compromiso, las creencias y reciedumbre necesarias para establecer normas y cimentar una cultura de cumplimiento de las leyes que diera sostenibilidad a la democracia. Y por un tiempo las cosas marcharon bien.

La democracia abrió los espacios para una visión renovada y esperanzadora que empujaría los avances institucionales, económicos y sociales que han experimentado la mayoría de los países de América Latina.

Pero en la medida en que los recuerdos de los regímenes autoritarios se disipaban, no solo se olvidaba que las vías democráticas por las cuales ahora se accedía al poder, estaban pavimentadas con los muertos, desaparecidos, presos y exilados generados en décadas de lucha contra la dictadura, sino que desaparecía la ilusión por el desarrollo y la consolidación de las instituciones, por la democratización de los partidos, por la alternabilidad en la conducción del Estado, por la distribución del bienestar económico y por el ejercicio de la honestidad en la vida política.

Perdidos los ideales que dieron sustentación a tantas luchas, el continuismo y la corrupción, otrora combatidas, volvían juntas o por separado a reclamar sus fueros. Y antes de pensar en las consecuencias, las mejores inteligencias y energías, las tareas fundamentales del Estado, las grandes políticas y proyectos públicos, la Constitución y las leyes, así como la racionalidad del gasto, estaban siendo distraídas, descuidadas, deformadas o vulneradas, para facilitar la permanencia o vuelta al mando del partido o del presidente.

La República Dominicana, por donde algunos entienden que ese renacer comenzó, es uno de sus grandes beneficiarios. Ésta nación disfruta de una de las democracias más viejas del continente. De manera recurrente sus tasas de crecimiento económico están entre las más altas del planeta y sus transformaciones asombran. Pero aunque resulta innegable que este largo período democrático es lo mejor que le ha pasado, también es innegable que sigue siendo uno de los países de ingreso medio donde el crecimiento económico ha tenido un menor impacto sobre el fortalecimiento de las instituciones, sobre el salario en el grueso de la población, la calidad de la educación, salud, seguridad y otros servicios públicos vitales.

Sin embargo, emborrachadas por el crecimiento económico y el éxito de las jugadas constitucionales, las cúpulas políticas y empresariales han perdido la compostura y llegado a creer que están por encima del bien y del mal. Pasando por alto que la democracia no está blindada. Y que una combinación de desafíos externos, problemas internos, excesos, indiferencias, desviaciones y codicias desmedidas de poder y dinero, pueden terminar en una terrible resaca.

En ese contexto, habiendo sido distinguidos y honrados por una sociedad que los eligió como jefes de Estado y de Gobierno, Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, están moralmente obligados a dar ejemplos de moderación, desprendimiento y renuncia en favor del país y su democracia.

Exigirlo no es irreverencia, sino invitación a la prudencia. Pues aunque parezca impertinente, es mejor prevenir mientras la democracia existe, que sangrar cuando innecesariamente se pierde.

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