Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
En directo

¡No me lo van a creer!

Lo recuerdo muy bien porque me impresionó una de sus respuestas al periodista de El Figaro Madame cuando le preguntó que cómo se sentía un americano en París. Y de la Renta le sorprendió a responder: “Será de pasaporte y dirección porque yo soy dominicano”.

Expandir imagen
¡No me lo van a creer!

“No me lo van a creer”, así fue como le respondió Oscar de la Renta a la secretaria particular del Presidente Kennedy, al cabo de un desayuno en que el naciente diseñador fuera invitado junto a Porfirio Rubirosa a desayunar en el apartamento privado de John y Jacqueline Kennedy en New York. Corrían los primeros días de noviembre de 1963, cuando la secretaria particular del Presidente de Estados Unidos le sorprendió con la pregunta: “¿Qué van a decir sus compatriotas cuando les diga que desayunó con el presidente de los Estados Unidos”.

A la inesperada pregunta Oscar de la Renta le respondió: “No se lo voy a decir porque no me lo van a creer”. Esta anécdota me la contó el propio Oscar en uno de nuestros almuerzos durante su estada en París en tanto director de la casa de alta costura Balmain de la capital francesa. El destacado modisto dominicano había sido nombrado en esas funciones en los inicios de los noventa.

Lo recuerdo muy bien porque me impresionó una de sus respuestas al periodista de El Figaro Madame cuando le preguntó que cómo se sentía un americano en París. Y de la Renta le sorprendió a responder: “Será de pasaporte y dirección porque yo soy dominicano”. En esa ocasión yo tenía una columna en el desaparecido periódico El Siglo y publiqué un articulo a propósito del orgullo de ser dominicano resaltando el orgullo que sentía Oscar de la Renta por su origen.

Cuando fui nombrado Embajador de República Dominicana en París, poco después de presentar mis cartas credenciales, llamé a Oscar de la Renta a la casa Balmain y sin dejarme explicarle el motivo de mi llamada me invitó a almorzar en el restaurant Chez Laurent que había sido remodelado. Un magnifico pabellón al inicio de los Campos Elíseos. Corría el año 1997. El caluroso recibimiento de Oscar me dio la impresión de que le conocía desde hacía mucho tiempo. Me cortó cuando le traté de “usted” y me exigió que le tuteara. Le conté que mi madre conocía sus hermanas, pues había crecido muy cerca de la casa de sus padres en la calle Sánchez. El almuerzo se extendió más allá de las cuatro de la tarde primero por la llegada de Henry Kissinger que quiso tomarse un café en nuestra mesa; después se detuvieron a saludar a Oscar los tenores Plácido Domingo, Luciano Pavarotti y José Carrera.

Ese no fue nuestro único encuentro. Durante los tres meses que, según el contrato con la maison Balmain debía permanecer en París, Oscar de la Renta, me invitaba a almorzar cada miércoles en un restaurant tailandés muy cerca de su trabajo. Nuestras conversaciones giraban en torno a sus primeros años en Europa cómo vivían él y sus compañeros Fernando Peña Defilló y Silvano Lora. Me resaltó la habilidad de Silvano para conseguir buenos quesos con sus conquistas femeninas mientras él y Peña Defilló se concentraban en sus estudios de pintura en la Academia de Bellas Artes. Hablábamos de cosas banales como si hubiéramos crecido junto. Un día me habló del general Federico Fiallo, su primo, que le regaló 25 centavos, que para el niño Oscar significó una fortuna.

Su personalidad ligera, agradable, iba acompañada por un tenue tartamudeo que desaparecía en francés o en inglés. Abandonó la pintura por el diseño de moda cuando se trasladó a Madrid y, años más tarde, tuvo el encuentro determinante de su carrera al conocer a Françoise de Langlade, su primera esposa.

Creo que podía considerarlo un amigo que nunca me hizo sentir que vivíamos en mundos diferentes. Me invitaba a los desfiles de moda y los cocktails en su honor. Recuerdo particularmente el que le hiciera el Embajador de Estados Unido en París en su residencia de la rue Saint-Honoré, colindante con el Palacio del Elíseo, sede de la Presidencia de Francia y la celebración de su 65 aniversario en Fouquet’s de los Campos Elíseos. Cuando me contó el desayuno con Kennedy poco antes del atentado de Dallas, Texas, le pedí que me acompañara a la Embajada Dominicana para que mis diplomáticos vieran que era cierta mi amistad con Oscar de La Renta.

Durante la visita oficial del Presidente Fernández a París hubo, como se estila, un intercambio de condecoraciones, y el protocolo francés le iba a otorgar la Legión de Honor en el grado de Caballero, le sugerí al jefe de Protocolo que si había alguien que merecía el grado de Comendador era Oscar de la Renta y así se hizo.

Cuando presenté credenciales, como embajador dominicano, ante el príncipe Albert Ier de Mónaco, le sugerí a su Alteza a Oscar de la Renta para cónsul honorario del principado en Santo Domingo, el príncipe aceptó y me recordó que Oscar era amigo de su madre, Grace Kelly. Llamé a Oscar y me dijo que no podía asumir esa responsabilidad.

La última vez que le vi fue en 2007. Yo acompañaba a la cantante griega Nana Moscouri, su esposo André Chapelle y al actor Jean-Claude Brialy. En esa ocasión nos invitó a almorzar en su residencia de Punta Cana. Nos envió el avión del grupo y almorzamos, no en su casa sino en la de Julio Iglesias. Oscar había sido víctima de un cáncer pero mantenía su carácter jovial y alegre.

Cuando Oscar de la Renta falleció en octubre de 2014 tuve la intención de escribir un artículo sobre mi amistad con Oscar de la Renta, pero entonces recordé lo que me había contado sobre su desayuno con el presidente Kennedy en noviembre de 1963: ¡no me lo van a creer!

TEMAS -

Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.