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No toques esa tecla

Todos los caminos parecen insinuar que hay que cambiar de rumbo. El camino trillado está minado, contaminado, y lleno de sorpresas que pudieran ser desagradables.

Hace varios siglos, en el acervo de la ciencia económica surgió un principio dictado por la observación, que fue denominado como “ley de Gresham”: la moneda mala desplaza de circulación a la buena. La gente, que no es tonta, atesora la moneda buena y se deshace de la mala, dejándola en la calle.

El postulado de Gresham puede extenderse, con algunas variantes, a áreas diferentes a la monetaria; por ejemplo a la bancaria. Así, pudiera afirmarse que la división de un banco en dos, en malo y en bueno, permitiría que el banco bueno siguiese operando con normalidad, mientras el malo enfrenta los embates de las erróneas decisiones financieras del pasado.

En este caso, el banco malo estaría permitiendo la sobrevivencia del bueno, es decir, estaría posibilitando que el bueno no sea desplazado, asumiendo para si todos los pecados de la administración. Este es un efecto distinto al previsto por Gresham: se quedan ambos, pero el bueno se consolida, mientras que el malo recibe la oportunidad de reparar parte del daño.

En política económica también podría encontrársele aplicación a la ley de Gresham, con o sin variantes. Pudiera decirse que una mala política estaría desplazando una buena política, maleando el conjunto.

Algunos piensan que ese pudiera ser el caso de la decisión de llevar a cabo la construcción de una planta de generación de electricidad, en el lugar conocido como Punta Catalina.

Según la opinión de muchos expertos que se han pronunciado en los últimos meses, el proyecto fue afectado desde el inicio por decisiones adoptadas al margen de la racionalidad económica, en predominio de la conveniencia política. La racionalidad indicaba contratar energía a largo plazo sin necesidad de que el Estado invirtiese en la construcción de plantas eléctricas. Sin embargo, la conveniencia de los hacedores de decisiones políticas apuntaba a aprovechar palancas financieras escabrosas, de múltiples usos.

Y así, según dichos expertos, se fue conformando una cadena de acciones que nunca hubieran sido tomadas, sino hubiera sido por la necesidad de justificar lo que no podía serlo.

De ahí que, con Punta Catalina se ha cumplido el principio de que el proyecto malo ha desbancado a las decisiones buenas y arrastrado a adoptar otras cuestionables.

Hasta aquí, parecería que se estuviese hablando de contrasentidos.

Puestos en eso, un gran contrasentido pudo haber sido el de las escaleras que utilizó el Dr. Joaquín Balaguer cuando atravesó el Rubicón. Se necesitaron dos escaleras, una para subir y otra para bajar (se sabe que una misma escalera se utiliza tanto para bajar como para subir), que sirvieron tanto para ir al exilio como para asegurar luego la vuelta y después la permanencia en el poder. Claro, no eran escaleras cualquiera, sino adosadas con fuerza a las paredes de la nunciatura.

A propósito del presidente Joaquín Balaguer, fue famosa y viral una expresión suya, cuando al referirse a la queja de uno de sus discípulos, enfrentado a sus deseos por aspiraciones políticas legítimas, le espetó públicamente, con contundencia rocosa, a modo de advertencia, lo siguiente: ¡no toques esa tecla!

Y la tecla no fue tocada. El discípulo aventajado y con liderazgo propio, prefirió declinar sus aspiraciones y hacerse tributario del silencio, a despertar la furia desencadenada de los dragones con las consecuencias terribles que presentía. Algo así como aquello de que, en boca cerrada no entran moscas.

Lo de ahora, uno no sabe si pudiera calificarse o no como contrasentido. El hecho es que, cuando finalizaba el 2017, al echarse las palomas, cuando el año se aprestaba a dormirse para siempre, las autoridades sorprendieron a la ciudadanía con la modificación del presupuesto de la nación para el año que terminaba, pero no como en ocasiones anteriores cuando se trataba de introducir retoques no trascendentes, sino abriendo la llave a lo que podría convertirse en una gran conmoción.

En efecto, dejaron de pagar al Banco Central el 0.7% del PIB previsto en el presupuesto de la nación (alrededor de RD$25,000 millones), para transferir esos recursos al proyecto Punta Catalina.

La decisión fue luego justificada en base a que en 2017 se había pagado al organismo monetario atrasos de años anteriores relacionados con la ley de capitalización del organismo. Lo que implicaba reconocer, de paso, que se había estado incumpliendo la ley.

Y, de nuevo, se repitió la historia de que la moneda mala desplaza a la buena; decisiones tormentosas que quitan de lugar a las correctas.

En estos días, que deberían ser propensos a la reflexión, bien valdría a las autoridades aplicarse aquella expresión del Dr. Joaquín Balaguer y, en consecuencia, abstenerse de seguir tocando ese tipo de teclas.

Todos los caminos parecen insinuar que hay que cambiar de rumbo. El camino trillado está minado, contaminado, y lleno de sorpresas que pudieran ser desagradables.

Tal vez aquello del banco bueno y banco malo, pudiera aplicarse todavía en el caso de la planta eléctrica. Si se hiciera abstracción del banco malo, las políticas resultantes pudieran ser buenas. Al fin y al cabo no se puede convertir al país en esclavo de una decisión que el tiempo ha ido mostrando como errada.

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