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Nos gobierna el siglo XIX

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 Nos gobierna el siglo XIX

En el libro “Verdad y Reconciliación: Reflexiones para nuevo contrato social” expresé la necesidad de cambiar las ideas y mitos que nos gobiernan y comprender los paradigmas que los sustentan. Lamentablemente, nuestras ideologías siguen siendo sostenidas sobre una visión newtoniana y cartesiana. Una visión limitada para intentar comprender y transformar la realidad.

Desde el triunfo del pensamiento cartesiano en el siglo XVIII, en nuestra civilización occidental ha primado el reduccionismo: el análisis a expensas de la síntesis, las especializaciones contra la cultura general, los casos aislados versus los sistemas. Cada cual tiene su opinión en base a un análisis fragmentado de la “realidad”.

Vemos como cada esfera de conocimiento consta de su “disciplina” correspondiente. Y cada una de estas disciplinas constituye una especie de culto con una “teología” propia que la gobierna. El arte, la ciencia, la psicología, la sociología, la historia, la economía, la política, el derecho cuentan con sus propios sacerdotes que promulgan un cuerpo dogmático altamente especializado. Cada uno de los cultos tiene sus propios misterios, expresados por lo general con una jerga ininteligible que los hacen inaccesibles a todos salvo los iniciados en ese culto. Por supuesto, todos los cultos tienen sus propios intereses creados que proteger, en defensa de los cuales se “excomulga” a los “herejes”.

Así han nacido los “ismos” durante el último siglo y medio: marxismo, maoísmo, fascismo, capitalismo, monetarismo y un largo etcétera que profundizan la fragmentación.

Las visiones filosóficas de Bacon y Descartes dieron inicio en Francia a esta fragmentación que encontró su expresión en la obra de Montesquieu, Diderot y, en especial, Voltaire. A su vez, filósofos de la sociedad como Marx y Engels redujeron todo el reino de los asuntos humanos a un mecanismo gobernado por las leyes sociales y económicas.

Sobre esta cosmovisión mecanicista, determinista y fragmentaria se conceptualizó la historia, la política, la economía, la sociedad. Y así se forjaron los dogmas que sacralizaron la “realidad” del siglo XIX y XX. En los paradigmas así surgidos vemos el mundo y transformamos los hechos en experiencia.

Una persona o una sociedad que aspire a tener ideas propias tiene la misión de ver su realidad. Una cosa es tener ideas y otra que las ideas nos tengan, pues ello es fanatismo. Sobre todo, prestar atención a las ideas rectoras del poder: estas determinan los eventos futuros, nuestras metas, los estilos artísticos, los valores morales, las prácticas religiosas y hasta nuestras formas de amar.

Mientras el siglo XXI nos trae las “teorías de sistemas”, “la cibernética de segundo orden”, así como las “ciencias de la complejidad” que procura la colaboración entre las “ciencias duras” y las ciencias sociales, afirmando con toda propiedad que los sistemas complejos, como los seres vivos, el cerebro, los sistemas sociales, no se agotan ni se abarcan desde una sola disciplina tradicional, sino que para su estudio se requiere del conocimiento y las técnicas de varias disciplinas, seguimos atrapados interpretando el mundo en base a ideas y propuestas de siglos pasados.

Por ello, Peter Senge, del MIT, afirma: “Todos estamos intentando comprender en forma intuitiva estos tiempos singulares en los que hay motivos para la desesperación como para la esperanza... estamos adquiriendo una comprensión más amplia de cómo opera el universo... Tal vez nuestras instituciones y líderes están, en gran medida, asentados en una forma de pensar sobre el mundo cada vez más obsoleta y contraproducente. Quizás por eso nos estamos desmoronando. El nuevo liderazgo se debe basar en una comprensión fundamentalmente nueva de cómo funciona el mundo. La visión mecanicista newtoniana del universo procedente del siglo XVI que aun orienta nuestra manera de pensar es cada vez más disfuncional en esta era de creciente interdependencia e innovación.”

Como le digo a mis estudiantes, una cosa es ver la realidad desde una ventana, otra es subirse al techo y verla completa. Pues “locura es hacer una y otra vez la misma cosa, esperando obtener diferentes resultados” (Einstein).

*Associate MIT-Harvard Public Disputes Program, Universidad de Harvard.

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