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Obrador y la dosis óptima de populismo

«Los populistas odian las restricciones sobre el poder político. Dado que ellos reclaman que es un hecho evidente que representan ‘el pueblo’, ellos consideran que los límites sobre su ejercicio del poder es necesariamente un socavamiento de la voluntad popular. Tales restricciones solo pueden servir a los “enemigos del pueblo” –las minorías y extranjeros (populistas de derecha) o élites financieras (en el caso de populistas de izquierda). Esta es una peligrosa aproximación a la política, porque permite a una mayoría ser capaz de infligir dolor o sufrimiento sobre los derechos de las minorías. Sin una separación de poderes, un sistema judicial independiente, o libertad de medios [...] la democracia degenera en una tiranía de quien sea que esté en el poder». Dani Rodrik, In defense of economic populism, 2018

La mayoría de los analistas coinciden en que la abrumadora victoria de López Obrador en las elecciones del pasado domingo en México se debe básicamente a dos factores: los escándalos de corrupción que permanentemente sacudieron a la administración de Peña Nieto y la incapacidad de su gobierno de enfrentar con efectividad la creciente ola de violencia derivada de la entronización de los carteles del narcotráfico y sus luchas territoriales. La victoria de López Obrador -en su tercer intento como candidato a la presidencia- no es solamente abrumadora por la histórica cantidad de votos que alcanzó, sino también por las consecuencias que podría tener en el futuro de México, especialmente en el plano económico.

Un electorado desencantado con las constantes frustraciones provocadas por gobiernos fracasados ha puesto sus esperanzas en un candidato que les ofrece acabar con la cultura de la corrupción y garantizar que el Estado tome control de la seguridad ciudadana. Son dos tareas que pondrán a prueba todo un sistema organizado alrededor de esas vulnerabilidades. Asimismo, México se ha dado a sí mismo un presidente populista de izquierda que es la contraparte de un presidente populista de derecha al otro lado de su inmensa frontera; lo que, sin dudas, será un interesante proceso de negociación.

Ahora bien, es posible que con López Obrador se confirme una vez más que no basta con tener un discurso anti corrupción; se necesita algo más que eso. Se necesita, entre otras cosas, tener un apropiado programa económico. Y es aquí donde radica la mayor incertidumbre sobre la gestión del electo gobernante. Un buen discurso moral versus un discurso económico peligroso. En este sentido, se podría decir que es la antítesis del gobierno de Peña Nieto, quien inició su gobierno con importantes reformas económicas que fueron desnaturalizadas por el desbordamiento de la corrupción. Lo moral socavó a la economía. En el caso de Obrador, lo económico podría socavar a lo moral.

El problema del presidente electo es que la experiencia latinoamericana no le ayuda en la necesidad de generar expectativas favorables sobre el desempeño de la economía en régimen dominado por una visión populista de los procesos económicos. La forma en la que están terminando o han terminado gobernantes icónicos del populismo latinoamericano es una alerta difícil de ignorar. Ejemplos de esa experiencia se pueden notar en los populistas Lula y Rousseff, el primero encarcelado y enfrentando otros procesos por corrupción y la segunda destituida como presidente. Pero peor aún, el estado en el que quedó la economía brasileña al terminar la gestión combinada de ambos. La otra pareja, Chávez y Maduro, destruyeron la economía venezolana, y todavía hoy esa economía está inmersa en una profunda crisis. En Argentina otra pareja, los esposos Kirchner, también arruinaron su economía. En Nicaragua, la pareja presidencial está llevando ese país a una debacle moral, económica y social. Todos ellos subieron con un discurso moralizante que pronto sucumbió ante las tentaciones del poder, con unas consecuencias funestas en el desempeño de la economía.

De manera que la gran interrogante es si López Obrador será capaz de sobreponerse a esa fatídica experiencia latinoamericana y realizar un ejercicio gubernamental que no solo reivindique lo moral, sino que sea, además, exitoso en el plano económico. Eso va a depender del grado de populismo que contamine su gestión. Según Dani Rodrik, un distinguido profesor de economía en la universidad de Harvard, existe un cierto nivel de populismo económico que es conveniente cuando está dirigido a reformar estructuras de poder que se han establecido para favorecer o legitimar los intereses económicos de determinados grupos sociales. Ese tipo de populismo puede evitar un populismo político, que es mucho peor, ya que deteriora el pluralismo y las normas democráticas.

Pero, el mismo Rodrik plantea que “la política económica es a menudo sujeta al problema que los economistas llaman como inconsistencia temporal: los intereses de corto plazo frecuentemente impiden la persecución de políticas que son mucho más deseables en el largo plazo”; y agrega que “las políticas populistas periódicamente produjeron dolorosas crisis económicas, las cuales causaron más daño a los pobres”.

Con esto en mente es legítima la preocupación de que un gobierno de López Obrador pudiera no establecer los apropiados límites a su inspiración populista al momento de implementar su programa económico. Particularmente, porque el deseo de crear un impacto político en el corto plazo podría llevarlo por el camino de la “inconsistencia temporal” y aplicar una política económica que en el corto plazo le genere una ganancia política, pero que en el mediano y largo plazo tenga un impacto nocivo sobre la economía y que, por tanto, sean los pobres mexicanos quienes terminen pagando un alto costo por sus buenas intenciones... Ojalá que no...

Pedrosilver31@gmail.com

@pedrosilver31

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