Odebrecht, un punto de partida para definir nuestro rumbo
Parecería que la furia del tsunami Odebrecht empieza a calmarse en República Dominicana cuando en los países desde donde se gestó este magnicidio, y a los que tocó y devastó, se siguen recibiendo noticias profundamente inquietantes.
Funcionarios presos, lobbistas presos, políticos presos, publicistas presos, esposas de publicistas presas, cuentas millonarias congeladas y múltiples transacciones siendo diseccionadas y observadas con lupa en los estamentos independientes de otros países, desde donde va a salir la luz de una verdad que no vamos a poder tapar ni con los 10 dedos de las dos manos.
Este entramado mafioso se formó en la mente de un habilidoso y más que ambicioso heredero, que fue tejiendo una red tan larga como intrincadamente y meticulosamente elaborada, en la que quedaron atrapadas las ansias de lucrar de desaprensivos buscadores de fortuna, vestidos de servidores públicos.
Cúpulas políticas y empresariales, en perfecta armonía, se sirvieron con la cuchara grande de la corrupción y sucumbieron a las veleidades del poder que da el dinero. Los llamados a dirigir y a decidir por la mayoría se corrompieron como el hierro al que estremece el óxido y terminaron devorados por él.
Las últimas declaraciones exponen, no sólo la forma burda en que compraron conciencias y aprobaciones, presupuestos y sobrevaluaciones, sino que con ese mismo y dañado dinero invirtieron, como en bolsa de valores, en poner y quitar presidentes a disposición de los intereses del cemento. Una vulgar apuesta en la que no previeron que jugaban con la inteligencia y la dignidad de un pueblo despierto frente a la prepotencia y la subestimación.
De comprobarse que la abrumadora y costosa campaña que llevó al presidente Medina al poder se hizo con fondos de estas transacciones delictivas, de dinero mal habido y corrompido, tendríamos que convenir en la ilegitimidad de este gobierno.
Estamos en un momento serio, delicado y decisivo. Este puede ser el vértice desde donde debemos definir de una vez por todas nuestro rumbo. O encaramos con todas sus consecuencias el desorden establecido desde las más altas esferas del poder y hacemos la limpieza que requiere el sistema, o seguimos como si no fuera nuestro el futuro y el país que habremos de heredar, destruido, a nuestras futuras generaciones.