Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

¡Olor a vida!

El amanecer de mi infancia era un acopio de matices olientes: el aroma a vida entraba al abrir la ventana; era una argamasa promiscua de bosque, sol, raíces y humedad fría.

Expandir imagen
¡Olor a vida!

La memoria no solo es un viejo armario de retratos; también es un refugio de tibios olores. A veces pienso que los recuerdos respiran. Una fragancia suele ser más evocadora que una asonada de imágenes; sus impresiones condensan la vida en un solo aliento. Hay historias inmensas insinuadas en un leve perfume. ¿Qué mujer no ha escuchado, por ejemplo, los murmullos lejanos de su cuna al aspirar la resina plástica de las muñecas? ¿Cuántas sensaciones regresan en vuelos de nostalgia con el aroma metálico de los juguetes? Sí, esos mágicos artefactos que eufóricos manoseábamos entre las sombras de la Nochebuena cuando el niño Jesús nos dejaba su embustera verdad navideña.

Es posible contar nuestra historia en capítulos de olores. Recuerdo la lista de “útiles escolares” que el primer día de clases nos anotaban: sacapuntas, regla, compás, gomas de borrar, lápices de colores, tijerillas. Cada utensilio transpiraba su propio olor a futuro. ¡Oh, Dios! ¿Cómo olvidar la fragancia “a nuevo” que escondían los libros cuando los desplegaba como un acordeón para airear mi cara con el suspiro de sus hojas? No menos complaciente era aspirar el uniforme nuevo... ¿y qué decir del olor a cuero sintético de los zapatos recién estrenados? Esos que nos hacían sangrar sudor para ajustar la medida siempre apretada. Era un reto guardar la sorpresa de un plato de habichuelas con dulce en cuaresma: su aroma era un incienso que delataba cualquier componenda. ¿Quién no aspiró la tierra rociada por la lluvia repentina del verano? Esas gotas suicidas que al caer abrazaban el suelo seco dejando un olor apetente a sexo mineral.

El artista e ilustrador rumano Saul Steinberg retrata en líneas mágicas el regreso al pasado cuando es convocado inesperadamente por los olores: “De vez en cuando, ciertos olores que desde niño no he vuelto a sentir, regresan a mí. No a la nariz, como un olor propiamente dicho, sino al cerebro de la nariz; olores vagos y precisos al mismo tiempo. Sentir de nuevo aquel olor me gusta mucho, pero no es posible volver a evocarlo con un esfuerzo de voluntad. Sin embargo, a veces sucede que, de golpe, por alguna misteriosa razón, la memoria de este olor regresa a mí”.

El amanecer de mi infancia era un acopio de matices olientes: el aroma a vida entraba al abrir la ventana; era una argamasa promiscua de bosque, sol, raíces y humedad fría. ¡Esas mañanas! Todavía me embriaga el efluvio de los follajes hervido en un mismo té, el café de greca, el pan caliente ahogado en la taza de chocolate humeante.

Es más fácil borrar líneas, trazos y expresiones que desarraigar el olor atrapado en los pliegues de los sentidos. En el diálogo carnal de los cuerpos, el aroma a piel es lenguaje oficial. No hay fuerza tan sutilmente posesiva que la que desata una carne tibia y oliente. Ella deja calcos grabados en el alma de los deseos. ¿Cómo no volver a ese olor a preñez que viste nuestra desnudez en la primera entrega? Jadeos sudorosos, carne crispada, susurros cortados, latidos apresurados, mordiscos dispersos y esa humedad salobre que emana de los confines del placer para adobar con su sal los besos más desesperados. Recuerdo a Simone de Beauvoir: “Besé sus ojos, sus labios, mi boca bajó a lo largo de su pecho y rozó el ombligo infantil, el bello animal, el sexo, donde su corazón latía a golpecitos; su olor, su calor me emborrachaban y sentí que mi vida me abandonaba, mi vieja vida con sus preocupaciones, sus fatigas, sus recuerdos gastados”.

Sí, el olor a piel es soporífero: adormece los mismos apetitos que aviva, recoge en un solo abrazo toda la ternura arropada en los mimos, le da calor de hoguera a la entrega. El olor a hembra me sabe a canela, a almendras y a vino trasnochado.

TEMAS -