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?Ordenamiento territorial

Ordenar el territorio significa trazar y determinar en un mapa el uso de suelo a ser permitido o a ser prohibido en determinado ámbito, con base en criterios técnicos y de bien común. Y aplicar lo acordado con permanencia y severidad.

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?Ordenamiento territorial

El hábitat dominicano ha estado siendo agredido desde tiempo ha por la intervención realizada a favor de los intereses mercuriales de pocos, en contra de la razón y del bienestar de todos. Es hora de restringir la locura y modelar un entorno menos hostil.

La verdad es que se discuten y aprueban normas de ordenamiento del uso del territorio, pero no se aplican medidas contundentes ni permanentes para materializarlas.

Semanas atrás surgió en Moca una protesta, basada en la deprimente contemplación de las mejores tierras agrícolas de la comunidad, muy escasas en el mundo por su profundidad en humus negro, sembradas de asfalto, varillas y cemento. Según se informó, en esos lugares el cabildo aprobó recientemente una docena de proyectos de lotificación urbana.

Hace pocos días el ministro de Agricultura clamó en pro de la preservación de las tierras de cultivo, pues al paso que vamos se cosechará en caliche, o en la aridez de las piedras y suelos artificiales.

Palmo a palmo, sin descanso, se roba al país pedazos importantes de su seguridad alimentaria futura: se destroza, inhabilita, convierte en eriales las tierras agrícolas de calidad, dejándolas como parajes áridos. O se roba espacio vital para la conservación de las fuentes de agua. O se empeoran las condiciones ambientales básicas para la existencia.

Así, en las llanuras cálidas ni siquiera se han adecuado los diseños de viviendas a la rigurosidad de un clima marcado por el calentamiento global. Antes, las familias pobres y las de clase media baja habitaban pequeñas casas de tablas de palma y techo de yagua o cana, refractarias a las altas temperaturas. Ahora, las habitaciones construidas con bloques de hormigón, techo bajo y ventanas estrechas, irradian calor intenso durante toda la noche en espacios cada vez menos habitables.

En los valles de alta montaña, con un clima privilegiado y único en estas latitudes, los bloques de hormigón, varillas y materiales de construcción, junto al plástico de los invernaderos, han ido cambiando la fisonomía de esos lugares y reduciendo a proporciones mínimas los espacios disponibles para cultivo y sano esparcimiento.

En nombre de un progreso etéreo útil para llenar los bolsillos de un puñado, el dominicano está siendo reducido a máquina agonizante preñada de estrés. Es penoso ver las dilatadas colas de vehículos en las vías de acceso a la ciudad de Santo Domingo. Mareas de máquinas rodantes embriagadas de combustibles fósiles circulan en contra del sentido común, acumulando rabias, desamores, encabritando el alma.

Habitar la gran urbe de hoy es una odisea de sobrevivencia cotidiana. Se vive en agonía tan pronto el ser humano se levanta y pone en pie. Tapones por aquí, tapones por allá. Ruido por allí, ruido más acá. Agresividad creciente, en medio de una inmensa pradera de asfalto con desprendimientos de llamaradas térmicas durante el día por la poca vegetación circundante.

Y todo sigue su curso. A nadie le resulta extraño admitir las cosas yendo tan en contra de natura como van, cual si fuere inexorable rendirse a la ofuscación.

¿Acaso somos un pueblo incapaz de reaccionar ante lo dañino? ¿Es inexorable dejar las cosas como están, cuando para evitarlo bastaría con tomar las riendas, reconducir el destino? La épica empieza por las pequeñas cosas cotidianas.

Ordenar el territorio significa trazar y determinar en un mapa el uso de suelo a ser permitido o a ser prohibido en determinado ámbito, con base en criterios técnicos y de bien común. Y aplicar lo acordado con permanencia y severidad.

En concreto, delimitar y especializar las tierras de clara vocación agrícola, o forestal, o de predominante uso turístico y recreación, y autorizar las urbanas solo en aquellas áreas que no interfieran con esos usos, respetando los cauces de agua. Son más las áreas áridas apropiadas para la construcción de viviendas y edificios, y son menos las indicadas para otros usos. Por tanto, utilizar lo abundante en lo apropiado no daña. Lo contrario sí.

Asimismo, deslindar los cauces hidrográficos y los bosques para dar paso al crecimiento de las aguas, sin excepciones ni contemplaciones. Y dar prioridad a lo que añada garantías de sobrevivencia (por ejemplo, normas de diseño de viviendas), con miras a un ambiente amigable con la naturaleza y al ser humano. Hacerlo hoy, no mañana, con sentido de urgencia, sin demoras. Y aplicarlo.

Este no es asunto solo de las autoridades. Tampoco de pocos. Los intereses particulares son luengos y perfilados. La responsabilidad es colectiva. Y debería ser parte del cambio. La sociedad lo necesita y reclama.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.