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Otra reflexión, no tan cándida

Esta población está ansiosa de un poderoso golpe de timón que haga cambiar la ominosa ruta que se está recorriendo.

La gran mayoría de nuestra población, la dominicana, expresa su insatisfacción abiertamente respecto de la manera en que se conduce la política desde el gobierno y desde la oposición sin que se vislumbren cambios profundos de actitudes colectivas, siendo por un lado autoritario y paternalista el primero, y dispersivo e ineficiente el segundo, con el denominador común del populismo, pero no cualquier populismo; se trata de la variante más obscena y descarada pues se asocia, como una constante invariable, a la corrupción y al efecto mafioso de esas asociaciones conducentes al bienestar único del bolsillo de sus funestos integrantes, en ambos casos.

Desde luego, hay sus honrosas excepciones, pero para encontrarlas habría que buscar primero aquella lámpara que usaba Diógenes, según la tradición, para identificar al hombre honesto.

Es justo reconocer que ese fenómeno político involutivo no es exclusivo de los dominicanos, es el mundo entero que anda de patas arriba, lo cual no es excusa para querer tapar nuestras graves carencias.

Esta población está ansiosa de un poderoso golpe de timón que haga cambiar la ominosa ruta que se está recorriendo.

La social democracia y el social-cristianismo que tantos beneficios aportaron en el siglo pasado están hoy de capa caída, no sus conquistas, que son irrefutables, si no la manera de gestionarse a sí mismas, dándoles espacio y cancha amplia -tanto por sus propias actitudes y estrategias como por efecto de sus negligentes y/o calculadas ausencias- al populismo y a los extremos de la derecha y de la izquierda, ambos expresiones sublimes de la más perversa asociación producto de la ignorancia y carencias culturales que hemos ido aceptando como normal administración. Como se dice por ahí: papeleta mató a menudo y si ello no es suficiente, el plomo habla....

Este es el mundo que nos ha tocado vivir, donde aparentemente ya todo desborda a la moral y al comportamiento humano compatible con su larga historia donde se han ido sedimentando y afinando milenios de códigos sociales universalmente aceptados cuya existencia ancestral parecería haberse ignorado en un solo funesto tirón.

Para buena parte del mundo de la “política” y de los negocios que giran en su derredor ya cualquier cosa se vale.

Por razones de propia elección y para mantener mi autonomía de criterios me mantuve, no se si para bien o para mal, en mi vida activa profesional, fuera de los afanes y eventos políticos que se desarrollaron en las últimas cinco décadas, sin que ello signifique en modo alguno que carecía de convicciones y de la fuerza moral que nos permite expresarnos y actuar públicamente con coherencia y propiedad. Ahí están mis actuaciones, mis cuartillas y reflexiones recogidas en los diarios dominicanos y en unos pocos libros que he podido editar.

Vivo, actúo y me interrelaciono con mis compaisanos y de consecuencia, a pesar de mis mejores propósitos, soy parte integral de esa nociva tendencia involutiva que nos arropa.

Siento que mis años comienzan a darme una visión filtrada, como que fuese a través de esa inspiradora neblina con que a veces nos encontramos en los campos de madrugada que, envuelto en un halo de cierta incertidumbre por la limitada visión que esta nos permite, sentimos una cierta paz debido a las bellezas de la naturaleza, que ella es capaz de ofrecérnosla filtradas en una óptica especial algo poética. Esa neblina que hoy intenta obnubilarnos en la política podría ser -a mi modesto juicio- el escenario de grandes y positivos cambios, adivinando yo que estos cambios están ahí cerca, en las manos y la responsabilidad de mis coetáneos y los más jóvenes.

La regeneración de la sociedad y la política que le sirve como instrumento institucional para alcanzar sus más altas metas pueden y deben ser reorientadas positivamente a través de la concertación, la unidad, la cultura y la comunidad de intenciones positivas.

Se trata de intentar hacer converger las energías sociales hacia fines institucionales trascendentes.

Es muy productivo ventilar los temas de educación, salud, estabilidad económica, medio ambiente, pleno empleo, vejez tranquila asegurada, etc., pero para llegar a darle forma adecuada y consensuada a esos y otros temas se requiere tener una plataforma institucional muy bien articulada y mejor manejada.

Estoy convencido de que disponemos de recursos humanos con capacidad y dotados de propósitos sanos que puedan servir de catalizadores para concretar las más trascendentes intenciones que llevarían al cambio que clama la nación.

A ello, sin pretender más que a un país mejor para nuestros descendientes, quisiera dedicar esta última etapa generosa y creativa de mi vida que quizás pueda aportarme satisfacciones más trascendentes de las que a mi modo he podido lograr hasta hoy.

¡Hagamos un país nuevo! ¡Hagámoslo combativamente!

Estoy activamente disponible para ello, en cualquier escenario, excluyendo el de la actividad puramente politiquera, pues mi naturaleza me lo impide.

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