Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Turismo
Turismo

Parques nacionales y museos

¡Qué hermosa sería la ciudad colonial con su muralla reconstruida, sus calles empedradas, con establecimientos bien montados que repliquen la elaboración de azúcar y melaza, ron, café y cacao, como ya han empezado a surgir!.

Estocolmo puede que sea una de las ciudades más bellas de Europa y, al mismo tiempo, una de las más gélidas. Es una combinación a partes casi iguales de tierra, parques, y agua.

La sangre vikinga, brutal y agresiva en el pasado remoto, ha transmutado, devenido en seres que aman la tranquilidad y aprecian como virtud cardinal la comunión intensa con la naturaleza para alejar y exorcizar el estrés.

Estocolmo contiene en una de sus islas, Djdjurgarden, un gran parque nacional, urbano y forestal. Edificaciones de interés público y particulares integradas en el paisaje del bosque, con senderos para caminantes y vehículos.

Es la mayor demostración que he visto de que el ser humano puede convivir en paz con la naturaleza, respetarla, cuidarla, mimarla. Eso sí, las edificaciones existentes no pueden ser tocadas en su parte exterior, ni transformadas, pero sí modificadas a lo interno. Allí vive gente de carne y hueso, que trabaja, interactúa dentro de ese parque nacional urbano.

Pienso que esta podría ser una experiencia útil para nuestra patria, porque es la prueba de que dentro de un parque nacional pueden existir viviendas y edificaciones, siempre y cuando se respete con rigurosidad el espacio del bosque, no se altere su perfil, y se conserve la foresta en forma impecable.

Claro está que la explicación de esa armonía entre naturaleza y seres humanos responde al hecho de que ese pueblo ha alcanzado un alto nivel educativo y cultural.

Allí, en su cercanía, vimos el Museo Vasa, una curiosidad recreada hábilmente para consumo del turismo.

Vasa era un buque de guerra barroco construido en el siglo XVII, cargado de figuras alegóricas talladas en madera, incrustadas en la popa y en la proa, para impresionar a los aliados por la magnificencia del arte que portaba más que por el potencial bélico.

Un mal cálculo de ingeniería ocasionó el hundimiento del buque a 20 minutos de haber sido botado. Y lo que fue pasto de socarronería por la evidente incompetencia en el diseño y construcción se transformó con el paso del tiempo, luego de que el velero fuere reflotado tres siglos después, en un lugar al que concurren decenas de miles de turistas ávidos de ver cualquier cosa que se presente ante sus ojos para matar el aburrimiento y sustituir la necesidad de pensar por la de observar mecánicamente cosas, cuales que fueren.

Este barco y museo no tiene más historia que la del fracaso de su propio hundimiento, aunque posee el mérito de mostrar esta embarcación de su época casi intacta. Y sin embargo, constituye un gran éxito turístico. La imaginación puesta al servicio de los intereses de un país. Hay que ver con que esmero fue situado este buque en el lugar en que se encuentra y convertido en sitio de visita y peregrinación.

Viendo esto pensaba en la cantidad de cosas, historias, anécdotas, que podríamos recrear y poner al servicio de los turistas que nos visitan, cuyo único límite es la capacidad de imaginar y soñar.

En efecto, nuestra historia es rica pero sus componentes se encuentran mal expresados o preservados. Al gobierno le tocaría invertir para apoyar las iniciativas que pudieran surgir.

En Kapleida, puerto de Lituania, con tan solo 160,000 habitantes, están empezando a fomentar el turismo. No tienen mucho que mostrar pero lo que falta lo están supliendo con imaginación.

Así, tienen un museo dedicado a la evolución del reloj desde los primitivos de agua, arena, o sol, hasta los modernos. Pero todos son artefactos procedentes de otros lugares. El mérito es haber formado esa interesante colección.

También tienen un pequeño ratón construido en metal, situado al borde de una esquina en el barrio antiguo. Si un visitante acariciara con sus manos las orejas del ratón, se le concedería el deseo que pidiera en ese momento.

Como el objetivo es interesar al visitante en curiosidades del entorno, en ausencia de ruinas o monumentos memorables también enseñan una plataforma pequeña situada al borde del primer establecimiento financiero del país, en que reposan algunas monedas adheridas a los cimientos. Según el mito creado, tocarlas con las manos incrementa la posibilidad de hacer dinero en el futuro, con lo cual ya Lituania tendría que ser muy rica. En adición muestran un botón metálico cuyo roce con las manos aseguran que trae la buena suerte.

Y ahí, con esos tres elementos, deseo, dinero y suerte, casi tienen garantizado el regreso del visitante.

Son ejemplos que pudieran estimularnos a sacar más provecho de nuestros valores históricos y leyendas.

¡Qué hermosa sería la ciudad colonial con su muralla reconstruida, sus calles empedradas, con establecimientos bien montados que repliquen la elaboración de azúcar y melaza, ron, café y cacao, como ya han empezado a surgir algunos!

Qué extraordinaria podría resultar si estuviera complementada con detalles como el de la ceiba en que Colón amarró su calavera, resembrada y bien cuidada. O una réplica exacta de la carabela. O de motivos alegóricos a episodios que causaron huellas como el del saqueo de Drake. O con recuerdos de historias y leyendas plasmados en esculturas colocadas en puntos distintos de la ciudad.

Al fin y al cabo, la Sirenita de Copenhague, el ratón de Kapleida, la Cibeles de España, la pierna larga y corta de Tallin, entre muchos otros, son evocaciones o mitos que se asientan en los linderos de la imaginación e ilusionan.

A ilusionar, pues, dominicanos.

TEMAS -