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Democracia
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¿Pensando o reacomodando nuestros prejuicios?

Vivimos tiempos intensos y confusos donde la veracidad de la información es menos importante que la propaganda, donde los principios cuentan menos que “la causa” que defendemos, donde lo importante es el medio, no el fin. Un mundo donde un país como Venezuela vive desgarrada en el sufrimiento y la izquierda latinoamericana insiste en la defensa de un Nicolás Maduro, y una potencia como los EE UU en pasmosa desvergüenza continúa invirtiendo su tiempo en “el muro” de la ignorancia.

Tenemos surrealistas de izquierda y de derecha. Para cada uno, según la ideología, hay dictaduras buenas y dictaduras malas, porque hay un pueblo bueno y un pueblo malo. El victimismo tiene categoría de Estado, para cada uno de estos dos extremos, el único mal que padece el pueblo venezolano o norteamericano es externo.

¿Y es que las izquierdas no se dan cuentan que ese régimen de Maduro le hace más daño a su causa? De igual manera que la caótica presidencia de Trump, junto a su irresponsable ego, le hace daño a la derecha tradicional norteamericana. Por eso me pregunto seriamente, ¿estamos pensando o reacomodando nuestros prejuicios?

El discurso se vuelve banal, la vida y la libertad de la gente se limita a moneda de cambio. El sufrimiento en “costo político”, pero por Dios hasta donde nos pueden deshumanizar las ideologías que ciegan y sesgan la observación objetiva de la realidad.

Recientemente en una conferencia, varios participantes me preguntaron sobre las distintas visiones política, que, si la izquierda o la derecha y después de un breve silencio que le pareció una eternidad al auditorio, les respondí: “¿como es que si Dios me dio dos manos, una a la izquierda y otra a la derecha yo sólo voy a usar una? ¿Cómo si Dios me dio dos ojos en igual condiciones, solo voy a utilizar uno? Incluso dos hemisferios cerebrales con funciones diferentes pero complementarias, utilizar solo uno es además de torpe, contra natura. Por eso actuar desde el centro político es no solo un acto de sabiduría sino de sentido común.”

Y es que todo en la vida, sobre todo en la política y la auténtica democracia, es como el ser humano: pura dualidad. Por cada mujer fuerte cansada de aparentar ser débil, hay un hombre débil cansado de aparentar ser fuerte. Por cada mujer cansada de derramar lagrimas de abusos, hay hombres cansados de negarles el derecho a llorar. Porque el universo en que vivimos es dual: día y noche, frío y caliente, arriba y abajo, derecha e izquierda. Entre ellas múltiples matices que permiten el equilibrio, el camino del medio, la armonía.

Y es que los extremos se tocan, “tan ciego es el que vive en la luz total, como el que vive en la total oscuridad” dijo el poeta. Por eso, para los que ven la competencia como sacro santa, les es fácil erigir en ella los más odiosos monopolios. Y para los que ven con igual religiosidad la cooperación, es con base en esta que erigen las peores competencias desleales.

La auténtica competencia es hija de la libertad; la verdadera cooperación, de la solidaridad. La cooperación humaniza y complementa la competencia, esta sanea la cooperación. Ambas son complementarias. Al igual que la democracia posee dos alas, una a la izquierda y otra a la derecha. Es con ambas que vuela alto, estable y lejos.

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Nelson Espinal Báez Associate MIT - Harvard Public Disputes Program at Harvard Law School. Presidente Cambridge International Consulting.