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Pequeños requisitos para formar un gran país

Esos tres pequeños detalles se han convertido en un muro infranqueable a la corrupción, puesto que es el control de los mecanismos del Estado para beneficio propio, lo que estimula y dispara ese flagelo.

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Infografía

El filósofo Ramón Flores acaba de deleitarnos con un formidable e incisivo artículo publicado en este periódico el pasado sábado, titulado El modelo americano.

Menciona, el ilustre ingeniero, tres requisitos que, si se hubieran cumplido en el pasado, o si se cumplieran de ahora en adelante, hubieran dado o darían como resultado un país diferente, próspero y desarrollado.

Así de fácil, así de simple. Tres pequeñas cosas que pudieran cambiar el destino de nuestra gente; al alza, naturalmente.

Dado la sencillez de lo planteado, cualquiera pensaría que hay algún tipo de trampa en la sugerencia, por la magnitud de los agobios, problemas y pobreza que abate a una buena parte de los ciudadanos y la marcada insuficiencia de ingresos de muchos otros. A pesar de eso, el filósofo e ingeniero, lleva toda la razón.

Merece la pena reproducir cuáles son esos tres pequeños detalles que han llevado a este pueblo a vivir un destino y prosperidad tan diferente al de los Estados Unidos, que le han impedido imitar el éxito del modelo americano y obligado a copiar, en cambio, el fracaso de un conjunto de países situados en el mundo carente de desarrollo.

Ahí van los tres.

Uno

En la versión americana (de los Estados Unidos), un presidente no puede beneficiarse de reformas constitucionales y legislaciones aprobadas durante su mandato. Ni siquiera puede modificar su salario. Y no porque no desee hacerlo, sino porque la fortaleza institucional de esa nación le impide tan siquiera iniciar el intento.

Aquí, en cambio, las reformas constitucionales se hacen con el propósito de beneficiar al presidente en funciones, siempre con una excusa de tocar otros puntos, para lo cual se suele declarar la reforma de trascendencia extraordinaria y urgencia inmediata, del tamaño de las ambiciones de las mandatarios.

Dos

En la versión americana (de los Estados Unidos), los presidentes no pueden gobernar por más de dos períodos. Hubo una excepción con el caso de Franklin Delano Roosevelt, justificada por la situación extraordinaria del entorno internacional en la época en que le tocó gobernar. Eran los tiempos de la gran depresión y luego de la terrible segunda guerra mundial, que puso en peligro la supervivencia de la humanidad en condiciones de libertad.

O sea, fueron tiempos convulsos, decisivos, en los que se necesitaba un guía iluminado pero bajo el control permanente de la institucionalidad de esa nación. Aquí, en cambio, todos los gobernantes, con honrosas excepciones, siempre han querido permanecer más tiempo en el poder que el permitido por la constitución, por lo cual recurren a modificarla para adaptarla a sus conveniencias personales.

Tres

En los Estados Unidos un ex presidente jamás retorna al poder. Aquí, en cambio, todos, o casi todos, quisieran retornar o quedarse en el poder para siempre.

Esos tres detalles han hecho posible la conformación en los Estados Unidos de un cuerpo institucional sólido, bajo la idea central de que nadie, por poderoso que fuere, está por encima de la ley. Y ha hecho posible que funcione apropiadamente la división de poderes del Estado.

Esos tres pequeños detalles se han convertido en un muro infranqueable a la corrupción, puesto que es el control de los mecanismos del Estado para beneficio propio, lo que estimula y dispara ese flagelo.

La República Dominicana daría un salto cualitativo significativo y rápido si se establecieran esos tres detalles en nuestro ordenamiento político e institucional. Algunos pudieran decir, porque siempre buscan argumentos para seguir con más de lo mismo, que de por medio está el derecho a decidir y el de ser elegidos.

¡Pamplinas! Nada debe hacer sombra al derecho de los pueblos de ser gobernados para bien de si mismos, en vez de satisfacer deseos de grupos y líderes maleados por el exceso de ambiciones.

Y, ¡qué casualidad! Si tres son los detalles que harían posible cambiar, ¡a mejor!, el destino de este pueblo, tres también son los políticos llamados a reflexionar y decidir sobre esto, pues solo a ellos se les aplicaría, en esta encrucijada histórica, las restricciones señaladas: Leonel, Hipólito y Danilo.

Los dos primeros, porque ya fueron presidentes; el último, porque lo fue y lo es en ejercicio, luego de haber modificado la constitución para prolongarse en el poder por este período de 4 años y no puede seguir siéndolo de acuerdo a ese texto.

Así de simple, así de claro.

A ellos, y solo a ellos, les está dado cambiar para siempre la vida azarosa y turbulenta del pueblo dominicano. En sus manos, capacidad de entendimiento, altruismo, se encomienda el destino de la nación.

De los tres pudiera ser la gloria. O la pena que inexorablemente los marcará en la historia.

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