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Perspectivas, riesgos y fortalezas

En los últimos decenios, solo un pequeño grupo de países ha podido generar crecimiento económico y también desarrollo. Son países en los cuales el Estado funciona, con economías orientadas a las exportaciones, que han sido capaces de promover grandes avances educativos, tecnológicos, altas tasas de ahorro e inversiones masivas.

En el caso dominicano, país de mercado interno pequeño, ha habido crecimiento pero no desarrollo: el Estado funciona mal, afectado por debilidades institucionales y el clientelismo; las políticas públicas no están orientadas a las exportaciones, el nivel educativo es precario al igual que la absorción tecnológica, y los coeficientes de ahorro e inversión son relativamente bajos.

Salvo que se efectúen las reformas necesarias, la economía dominicana está condenada a sobrevivir en base a estímulos artificiales, afectada por desequilibrios, desajustes y vulnerabilidades que constituyen verdaderos lastres.

Los factores que sostienen el crecimiento son el turismo y las zonas francas, mientras que el ingreso de las remesas tiene el doble efecto de oxigenar el consumo, a la vez que presiona a la baja al tipo de cambio, por cuya vía provoca el efecto negativo de desestimular la expansión de las exportaciones de bienes y servicios y subsidiar las importaciones.

La compresión del tipo de cambio así inducida, junto al mantenimiento deliberado de altas tasas de interés para incitar la llegada de flujos financieros, o evitar su salida, con objeto de mantener la apreciación cambiaria, tiende a drenar la rentabilidad de las actividades productivas.

Para compensar la falta de rentabilidad y la rigidez del mercado de trabajo, el salario se ajusta, lo cual, a su vez, se refuerza con la entrada masiva de inmigrantes ilegales, que contribuye a presionar los salarios a la baja, incrementa la informalidad laboral, disminuye la protección social, y cierra el círculo expulsando más dominicanos al exterior, es decir, desnacionalizando la tierra de Duarte.

Todo lo anterior es un círculo vicioso que aborta el desarrollo y condiciona el desempeño fiscal. La fiscalidad debiera ser otra, si la estructura económica y laboral fuera distinta.

Según las cifras, la economía dominicana crece comoquiera, sin que sea relevante si la gente lo percibe o no lo nota. Y sin que sea suficiente el aporte del turismo, zonas francas y remesas.

Y seguirá creciendo mientras continúe abierta la espita del financiamiento internacional para cubrir déficit públicos consecutivos acumulados por cerca de tres lustros, con la particularidad de que esa disponibilidad tiende a ir estrechándose y encareciéndose. Y también hasta tanto circulen flujos financieros informales, algunos opacos.

Es como si la economía estuviera levitando por el consumo de sustancias extrañas. Al mismo tiempo, ese es su principal cuello de botella. En ese estado de cosas el PIB crece porque lo hace en mayor medida el consumo, sobre todo de insumos y bienes importados, en un mercado interno de por si muy estrecho.

En tal virtud, sujeto a las restricciones señaladas, lo más probable es que el desempeño de la economía dominicana en 2019 sea un calco de los últimos años; es decir, crecimiento del PIB con menguado efecto derrame y estabilidad relativa de precios interna y externa.

La aspiración para 2019 debería ser iniciar los procesos de reforma que dejen atrás la autocomplacencia, a la vez que se revierte el flujo inmigratorio ilegal y se trabaja en mejorar la sostenibilidad ambiental.

Pilares importantes serían, por un lado, la puesta en vigencia de políticas contundentes que favorezcan la expansión sustancial de las exportaciones, eliminen la segmentación existente entre zonas francas y nacionales, y flexibilicen el mercado de trabajo, con vista a incrementar el empleo formal y frenar el desplazamiento de la población dominicana al exterior, en franca huida por la falta de oportunidades internas.

Y, por otro lado, redimensionar el Estado, para que funcione, sea más fuerte, institucionalizado, pequeño y racional.

Dentro de esa óptica, sería saludable que se aumentara el ahorro y la inversión, al tiempo que se indujera a que la inversión extranjera directa y de cartera se destinaran a la generación o ahorro de divisas, dado la carga creciente que significa la transferencia de utilidades y el servicio de la deuda. Además, que el ahorro financiero, incluyendo los fondos de pensiones, se canalizara en muchísimo mayor medida hacia la producción y creación de riqueza.

También que se cuidara el activo ambiental y se trabajara en la sostenibilidad de los recursos naturales, amenazados por la marea de plástico y el zargazo, la autorización de la construcción de torres de hasta 20 pisos en la cercanía de zonas costeras, la inconsistencia en el cuidado de las zonas de alta montaña generadoras de las aguas, y la permisividad ciega en la ubicación de invernaderos que dañan lugares de montaña de alto potencial turístico por su privilegiado clima.

En cuanto a los riesgos, el mayor es que se intentara acomodar el régimen jurídico para continuar en el poder más allá de lo previsto en la constitución. El otro riesgo mayor es que se produjera la pérdida de ritmo de la economía mundial y la concreción de tensiones en el sistema financiero.

El peligro latente si se concretara alguno de estos riesgos, es que condujera a un ajuste desordenado de la economía dominicana, de magnitud incierta, en razón de los desequilibrios que la afectan (cuya solución se pospone año tras año), de los serios desencuentros que se observan en el tejido social y de la fragilidad de las instituciones públicas y privadas.

La mayor fortaleza de la economía es virtual, en el sentido de que habría que construirla por medio de la corrección de los profundos desequilibrios y desajustes existentes en varios planos a la vez: fiscal, deuda, cuasi fiscal, monetario, eléctrico, laboral, seguridad social, inmigración y sostenibilidad ambiental.

Decidirse a efectuar las reformas es una verdadera oportunidad para crear condiciones favorables al desarrollo, consolidar la estabilidad y estar mejor preparados para enfrentar evoluciones adversas de la economía mundial.

Si esas reformas se acometieran, el futuro de la economía dominicana sería promisorio. De lo contrario, seguiríamos transitando anestesiados por pendientes peligrosas, a orillas de un despeñadero.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.