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Historia
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Pesadillas recurrentes e inevitables

Colocarse fuera de la historia es imposible; ubicarse fuera del tiempo y del espacio, también. Siempre estamos en la historia, a cada segundo a cada instante de nuestra vida avanzamos de la mano en y con ella. Algunos como protagonistas; otros, la mayoría, como simples espectadores.

Stephen Dedalus, uno de los personajes principales de la extraordinaria e innovadora novela Ulises (1922), de James Joyce, al responderle a un colega de trabajo que no disimulaba su antisemitismo, dijo unas palabras que me asaltan de manera recurrente: “La historia”, dijo Stephen, “es una pesadilla de la que trato de despertar”.

Colocarse fuera de la historia es imposible; ubicarse fuera del tiempo y del espacio, también. Siempre estamos en la historia, a cada segundo a cada instante de nuestra vida avanzamos de la mano en y con ella. Algunos como protagonistas; otros, la mayoría, como simples espectadores. No creo que podamos salirnos de la historia; tampoco que sea una pesadilla.

La historia es el pasado, aunque Jorge Manrique nos diga: “a nuestro parescer [sic] / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”. La conquista y colonización de América en el siglo XVI no parece “un pasado mejor”.

Sin remontarnos tan lejos, el siglo XX con dos guerras mundiales en menos de 25 años y un saldo millonario en víctimas y 6 millones de judíos asesinados en Alemania simplemente por ser judíos tampoco. Como el COVID-19 hoy, recordemos que el mundo fue azotado por la gripe española al final de la Gran Guerra (1918), una pandemia que dio cuenta de la vida de millones de hombres y mujeres como si los muertos de 14-18 no fueran suficientes. Las pesadillas y pandemias son, al parecer, recurrentes e inevitables.

Imaginemos la pesadilla que significó la gripe española cuando aún no se conocía la penicilina. Es una pesadilla que se repite; por suerte el siglo XX está sembrado de gratos momentos científicos y tecnológicos que, a pesar de las mutaciones del COVID-19 y de la gripe española o influenza, han permitido desarrollar en tiempo récord vacunas para enfrentar ambos virus y banalizar otros.

Cuando Karl Marx era necesario a cualquier pensador que buscaba reconocimiento intelectual, había que recordar siempre que la Historia “es la historia del trabajo” y, para completar la exitosa fórmula marxista, agregaba que “la lucha de clases era el motor de la historia”, pues desde que aquel hombre dijo “¡esto es mío!”, como escribió Rousseau en el Discurso sobre la desigualdad entre los hombres (1755), comenzó la lucha del hombre por la defensa de lo que era “suyo”, de la desigualdad.

Un siglo más tarde, el socialista libertario Pierre-Joseph Proudhon en Que-ce que la propriété [¿Qué es la propiedad?] (1840), en el surco del reconocido filósofo suizo del Siglo de las Luces, fue más lejos al sostener que la propiedad, además del origen de la desigualdad entre los hombres, la propiedad era también un robo. La fórmula sigue hoy día exitosamente su camino.

Para defender los intereses de las multinacionales el complejo militar-industrial del que habló Eisenhower en los años 50 permitió a Juan Bosch concebir El pentagonismo, sustituto del imperialismo (1967), una tesis sobre el papel del Pentágono en la protección de los intereses y propiedades de las multinacionales norteamericanas diseminadas en el mundo sin que el moderno imperio, como su homólogo de la Antigüedad, pare mientes en las consecuencias de esa “defensa”.

Si lo que precede nos conduce a admitir que “la historia”, como dice el personaje de la novela de Joyce, el poeta y profesor Stephen Dedalus a su colega, “es una pesadilla de la que tratamos de despertar”, habría que reconocer también que la historia universal se interesa por acontecimientos pasados en donde se destacan principalmente los momentos pretéritos más relevantes, porque si se aventurara a insinuar el futuro dejaría de llamarse “historia” y adquiriría la categoría de “profecía”, de algo que “está por verse”, “por demostrarse”; si, por ejemplo, relatara cómo será el futuro y se sirviera de la ciencia, es porque la ciencia le permite lograr el efecto de verosimilitud que requieren las novelas de “ciencia ficción”. Iván Éfremov, reconocido científico soviético y autor de novelas de ciencia ficción, solía decir que “[la ciencia] es simplemente lo fantástico que ha demostrado ser verdadero”.

A pesar del carácter científico de la “Historia” ningún historiador que se respete podría, sin caminar en el terreno de la ficción, imaginar y relatar acontecimientos que están por suceder, por eso los historiadores esgrimen lo que se ha convertido en un lema: “¡Hay que conocer la historia para no cometer los errores del pasado!” para que la pesadilla que vivió Alemania de 1933 a 1945 y, para no ir más lejos, República Dominicana de 1930 a 1961 no se repita y que cuando Stephen Dedalus logre despertarse no le suceda como expresa el microrrelato de Augusto Monterroso que “¡el dinosaurio aún esté ahí!”.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.