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Corrupción
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Por qué fallamos como país

La fiebre no está en las sábanas. La reputación del país se protege con políticas reales de tolerancia cero a la corrupción.

«La dinámica institucional que hemos descrito determinó últimamente cuáles países tomaron ventaja de las mayores oportunidades presentes desde el siglo XIX en adelante y cuáles fracasaron en hacerlo. Las raíces de la desigualdad mundial que observamos hoy pueden ser encontradas en esta divergencia. Con muy pocas excepciones, los países ricos de hoy son aquellos que se embarcaron en el proceso de industrialización y de cambio tecnológico iniciado en el siglo XIX, y los pobres son aquellos que no lo hicieron». Daren Acemoglu y James Robinson, Why nations fail, mayo 2012

En las últimas semanas el país ha sido testigo de hechos de sangre que parecen ser tomados de las telenovelas que cotidianamente promueven la violencia, como mecanismo de dominación, extorsión y corrupción. Y la frecuencia con la que tales hechos están ocurriendo nos revela una sociedad que ha ido perdiendo el norte moral de una manera escandalosa. No es necesario repetir la cadena de hechos delictivos sangrientos que recientemente han sacudido la conciencia de los dominicanos y que muestran cómo importantes instancias de poder político arropadas por prácticas corruptas han devenido en mafias de criminales.

Sin embargo, a pesar de esas evidencias todavía hay quienes se alarman de que la República Dominicana sea colocada en los estudios internacionales -de acreditadas instituciones locales y externas- entre los peores países en materia de corrupción. Y se acude a la intimidación para que en el futuro los empresarios entrevistados sean más cautelosos a la hora de responder las encuestas que se realizan para tales fines. Es una sutil forma de violencia -o quizás no tan sutil- que amenaza la propia libertad de expresión. Es claro que no se puede ser tolerante con la corrupción y luego exigir que no se denuncie por los daños que causaría a la imagen del país ante los mercados financieros internacionales. La fiebre no está en las sábanas. La reputación del país se protege con políticas reales de tolerancia cero a la corrupción.

Como planteó el profesor James Robinson -coautor del libro Por qué fracasan los países- en su conferencia de este miércoles -invitado por el Gabinete de Políticas Sociales de la Vicepresidencia de la República- la corrupción está en los gobiernos, en las universidades y en todas partes. Pero esa realidad, agregamos, no sustrae la grave responsabilidad que tienen los gobiernos de manejar con pulcritud y transparencia los fondos públicos, para evitar que una dinámica de corrupción domine la gestión de los mismos.

La corrupción, sin embargo, es considerada por Robinson como un síntoma -no una causa- revelador de las debilidades del marco institucional de un país o de una sociedad. En este sentido, Robinson establece las diferencias fundamentales entre una sociedad que ha definido instituciones económicas inclusivas versus otra con instituciones extractivas. En las primeras, están bien definidos los derechos de propiedad, la regla de la ley e igualdad de condiciones para que todos los miembros de la sociedad puedan desarrollar su potencial. Asimismo, incluye, dentro de ese marco institucional, a las políticas económicas, las cuales deben estar dirigidas a la provisión de bienes y la provisión de insumos críticos para el desarrollo, como lo es la educación.

En el otro lado están las instituciones económicas extractivas, en las que los derechos de propiedad no están bien definidos ni asegurados y no hay igualdad de condiciones para la participación de los diferentes actores económicos; a la vez, el Estado ha fallado en proveer bienes públicos e insumos críticos para el desarrollo. Un ejemplo en la definición instituciones económicas incluyentes es el caso de Estados Unidos, pues desde sus inicios los padres fundadores establecieron los cimientos de una sociedad incluyente. Lo contrario ocurrió en América Latina con una colonización basada principalmente en actividades extractivas y el consiguiente establecimiento de instituciones económicas extractivas.

Sobre la base de estas vulnerabilidades institucionales se ha montado en nuestro país un modelo de sociedad que ofrece muy limitadas oportunidades para que sus miembros -sobre todo los más pobres- puedan mejorar sus condiciones económicas y sociales mediante las herramientas de la educación y la innovación en un mercado laboral que sea capaz de absorber una mano de obra mejor preparada. En cambio, la política se ha convertido en uno de los mecanismos de movilidad social más importantes, y las posiciones públicas se convierten en materia de vida o muerte. Todavía peor: si esas posiciones son asignadas como premio o compensación por apoyo político, el designado pudiera entender -como muchos lo hacen- que es dueño y señor de la institución bajo su mando. Una vez que un cuadro como este se ha conformado, todo lo demás es posible o inevitable: corrupción, extorsión, muerte...

Y, si bien el profesor Robinson habla de la corrupción como un síntoma, llega un momento en la cadena de causa y efecto (síntoma) que es muy difícil establecer las fronteras. Por ejemplo, Oxfam Dominicana ha estimado que del presupuesto del Estado se pierden unos RD$26,000 millones debido a la corrupción; una cifra que luce conservadora, pero que es lo suficientemente grande como para darnos una idea de la mala calidad de nuestras instituciones. Pero, a su vez, este síntoma se convierte en causa que agrava o deteriora otros servicios como la salud y la educación; y, sobre todo, corrompe a los órganos que tienen la responsabilidad de asegurar los derechos de propiedad, la seguridad ciudadana y garantizar la aplicación equitativa de la ley.

Por eso, la mejor política no es simplemente la de cancelar a los funcionarios que incurren en actos de corrupción -una forma de violencia contra la sociedad-; la mejor política es la prevención: no entregar las instituciones públicas como botín...

Pedrosivler31@gmail.com

@pedrosilver31

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