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Corrupción
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Por qué Luis

Ante tantos desafíos es obvio que el actual gobierno o su continuador no está en condiciones de impulsar las reformas imprescindibles para colocar a nuestro país en la estrecha ruta del desarrollo. Esto se debe a una pérdida acelerada de la capacidad y legitimidad del Gobierno para concertar acuerdos en beneficio de la nación dominicana.

«Nuestra sensación es que a menudo la mejor economía es la menos estridente. El mundo es un lugar bastante complicado e incierto, y muchas veces lo más valioso que los economistas pueden compartir no son sus conclusiones, sino el camino que los ha llevado hasta ellas: los hechos que conocen, la manera en que los han interpretado, los pasos deductivos que han seguido, las fuentes restantes de su incertidumbre... Esto se relaciona con el hecho de que los economistas no son científicos en el mismo sentido que lo son los físicos, y a menudo tienen muy pocas certezas absolutas que puedan compartir». Banerjee y Duflo, Buena economía en tiempos difíciles, 2019

Hay pocos momentos -quizás, el único- en los que la igualdad ciudadana se manifiesta con mayor veracidad que cuando el elector ejerce el supremo derecho al voto. Es en ese preciso momento cuando cada ciudadano -sin importar su estatus económico, político, social o cultural, entre otros- tiene la misma métrica contable: cada voto tiene el mismo valor. Ese es el gran valor de la democracia, a pesar de que a través de la historia siempre ha habido cuestionamientos filosóficos y políticos acerca de la pertinencia de tal igualdad.

Justamente, porque cada voto cuenta en la misma proporción es importante que este domingo, 5 de julio, cada ciudadano ejerza ese derecho con la mayor libertad, fuera de los condicionamientos y los temores que desde el poder político pretenden inculcar, en una gran parte de la población votante, un derecho tan fundamental como el de elegir. Esta estrategia se ha impuesto luego de que la narrativa del gobierno repetía, una y otra vez, que la oposición no tenia propuestas; al comprobar que las propuestas no solo existían, sino que también los electores las aprobaban, tal como indicaban las mediciones independientes, se acudió al miedo como el último recurso de la desesperación. E incluso, como el que en la desesperación se agarra de una navaja de doble filo, han traído hipócrita y perversamente el tema del narcotráfico; un tema en el que han fallado miserablemente.

En este contexto, el cambio que propone Luis Abinader no es simplemente el cambio de partido o de personas. Es un cambio mucho más profundo y que comienza con la integridad familiar, ese núcleo básico de la sociedad. Luis y Raquel Arbaje han construido una familia basada en el amor y el respeto mutuo, en donde los valores y los principios son auténticos. En el caso particular de Luis, su referente en las gestiones pública y privada es su propio padre, don Rafael Abinader, quien mostró, durante su carrera como funcionario público, una hoja intachable de servicio en defensa del interés público.

Por eso, no es sorprendente que una de las propuestas más importantes del cambio es la designación de un Procurador General de la República que sea independiente de los partidos políticos; lo que significará que en el caso de que sea elegido como presidente de la República -como se espera- tendrá la voluntad irrevocable de terminar con la impunidad que arropa los actos de corrupción en la función pública. Este es un compromiso mayúsculo en un país que tipifica como uno de los más corruptos en el mundo, según distintas mediciones. Y, definitivamente, ha llegado el momento de desnormalizar a la corrupción. En un país con un arraigo tan presidencialista la voluntad y el ejemplo del presidente son piezas claves en la lucha contra la corrupción, o en su propagación.

Si bien es cierto que la lucha contra la corrupción y el fin de la impunidad son necesarios para impulsar la formación de una sociedad basada en derechos, no es menos cierto que poner fin a la impunidad no garantiza, por sí sola, una mayor prosperidad en la sociedad, como se puede apreciar en algunas experiencias recientes en otros países. Se hace necesario, por tanto, tener, además, una propuesta económica que estimule, dentro de un marco institucional estable y funcional, un clima de negocios propicio para la inversión y la generación de empleos dignos. Ese plan forma parte de la propuesta de Luis Abinader y la meta de crear 600,000 empleos en los próximos cuatro años.

Sin embargo, los retos para el nuevo gobierno serán extraordinarios. La crisis sanitaria, convertida en crisis económica, ha implicado que los niveles de endeudamiento del sector público consolidado se hayan colocado por encima del 60%, sin considerar el impacto del presupuesto complementario en las necesidades de nuevos endeudamientos, según el Centro Regional de Estrategias Económicas Sostenibles (CREES). Dadas estas limitaciones, el nuevo gobierno tendrá que manejar las finanzas públicas con gran prudencia para restablecer la estabilidad macroeconómica. Y Luis está muy consciente de esta realidad, así como también de la necesidad de manejar con pulcritud los fondos públicos, y acorde con las prioridades sociales y económicas del país.

Ante tantos desafíos es obvio que el actual gobierno o su continuador no está en condiciones de impulsar las reformas que son imprescindibles en la gestión pública para colocar a nuestro país en la estrecha ruta del desarrollo. Esto se debe a una pérdida acelerada de la capacidad y la legitimidad del gobierno para concertar acuerdos en beneficio de la nación dominicana.

En momentos de dificultades, como en el presente, se requiere de un liderazgo político que genere una esperanza de cambio, levante la autoestima de la nación y convoque a los esfuerzos de unidad en torno a los propósitos nacionales. Ese candidato es Luis Abinader. Él representa la oportunidad única de transformar moral y económicamente a un país que merece una mejor suerte. Ese es el cambio que propone...

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