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¿Por qué no te creen, Jean Alain?

Si realizaras una encuesta sobre la confianza de la población en la neutralidad e idoneidad de tus investigaciones en el caso Odebrecht, el porcentaje con dudas sería muy alto. Creo que hiciste pobres esfuerzos para revertir esa tendencia. El problema no está en el archivo de seis investigados. Estoy consciente de que es complejo probar sobornos; un fraude furtivo que habitualmente no deja huellas, más cuando cada beneficiario los “aceptó” en tiempos y circunstancias distintas. El asunto medular, Jean Alain, es de gestión, y no por falta de capacidad sino de voluntad.

Para empezar, puedo asegurar, sin mayores reparos, que la primera duda del proceso la marcó el propio investigador. Eres un joven capaz y con tino político—me consta—; como tal, debiste haber notado que tu designación en la Procuraduría no fue meramente burocrática; fue sintomática: se produjo cuando el escándalo Odebrecht empezaba a mostrar sus crestas. Pudiste aceptar el cargo con sospecha y marcar tempranamente las distancias que hoy no puedes construir, más cuando tu Gobierno recibió la mayor partida de las sumas pagadas en sobornos. Debiste dudar de los despachos superiores, sobre todo del Palacio, aún con más recelo que hacia los propios investigados.

Has dicho que no recibiste ninguna directriz del presidente en este proceso. Si fue así, el silencio en política es más persuasivo que la imposición confesa. En esa circunstancia yo me hubiera apoyado en un personal técnico de confianza sin intereses políticos en el caso. Así, haría abierta y transparente su gestión. Te manejaste solo, Jean Alain, absolutamente solo, al margen de los procuradores adjuntos que en definitiva son tus subordinados y de uno que otro abogado en asuntos muy episódicos. Una de las condiciones que mejor te valoraba como funcionario antes de llegar a la Procuraduría era tu sentido estratégico de gerencia; en este caso te manejaste con absoluta discrecionalidad. Debes reconocer que el desafío te rebasaba, a ti y a cualquiera. Necesitabas la ayuda que no buscaste; ahora tienes que soportar la crítica que no deseaste.

Y no aludo a la colaboración de ministerios públicos extranjeros o de agencias de investigación de países afectados; eran imperativas en un caso como este. De modo que no la exhibas como logros. Me refiero a un equipo independiente en la alta dirección del proceso que le imprimiera credibilidad y compartiera responsabilidad en sus aciertos y fallas. Ahora tendrás que aguantar solo sus inevitables consecuencias políticas. No quisiera decírtelo, amigo, pero tu carrera pública llevará ese estigma como la estampa de un “cuerno” en una cultura machista.

¿Sabes qué piensa la gente, Jean Alain? Que se te impuso un plan de puertas cerradas para que las interioridades políticas del caso no trascendieran ni sus arreglos salieran de tu despacho. Esta ocasión inédita te brindó la oportunidad de mostrar tus fornidas dotaciones, pero las escondiste entre las piernas. En su momento, Jean Alain, cerca de medio millón de dominicanos firmó un Libro Verde para que designaras fiscales independientes al amparo del artículo 373 del CCP; te quedaste callado ¿y quién respondió por ti? Don José Ramón Peralta desde el Palacio con una de sus desabridas bufonerías. Te faltó el respeto, y tú, mi amigo, consentiste sin considerarte ni siquiera agraviado.

La credibilidad del investigador es premisa fundamental en la sostenibilidad de la acusación. La gente, Jean Alain, no se pregunta por qué está Díaz Rúa sino por qué no están los otros. No pretendas apoyo si no explicas convincentemente qué hiciste o dejaste de hacer con los que no sometiste. En ambientes impunes todo es sospechoso, Jean Alain, y a nadie le basta el argumento de que no encontraste pruebas. ¿Sabes por qué?: porque existen realidades tan claras que martillan el sol y le hiciste sombra. Así, ¿es lógico creer que no haya un inculpado de esta Administración cuando del total de los 92 millones de dólares en tu Gobierno se recibieron casi 56 millones en sobornos? ¿Cómo ocultar una presunción circunstancial tan diáfana como tener a esquinas de tu despacho el centro mundial de sobornos de Odebrecht y metido en el mismo Palacio al cerebro estratégico de la empresa, Joao Santana? Te juro que por respeto a la función yo hubiese empezado por ahí y no siguiendo el libreto de la delación de Odebrecht. Lo mucho, hasta Dios lo ve. Hiciste más de lo meritorio en contra de algunos de los imputados: eso lo aplaudo delirantemente, pero festinaste la investigación de otros tantos, “coincidencialmente” los de tu gobierno. El ejemplo empieza en casa, Jean, y en autoridad pública tú “eras” el jefe.

Pero lo más decepcionante de todo fue usar el discurso judicial del siglo para “limpiar” a Punta Catalina. ¿Estás loco, muchacho? ¿Se te olvidó quién eras? Te lo recuerdo: la máxima autoridad del Ministerio Público; por encima, en tus funciones, de ¡todos los poderes del Estado! Ese desatino fue suficiente para abatir cualquier voto favorable a tu desempeño. ¿Dónde diablos están las pruebas de tu investigación de descargo en Punta Catalina? Si el tema de las sobrevaluaciones de las obras de Odebrecht está pendiente, según tu propia aclaración a los medios hace apenas dos semanas ¿por qué carajo limpiaste anticipadamente a Punta Catalina? Cuando una autoridad libera de toda incriminación la ejecución de una obra como esa, debe explicar y documentar muy bien las razones; no el libertino argumento de que “no encontré pruebas”. Lo gravísimo es que no puedes revertir las palabras, esas que convertiste en confesión a descargo a expensa de tu propia condena, de tu muerte política. Si esa fue la encomienda, hiciste un trabajo invaluable, pena que no te lo agradecerán.

Leeré los expedientes de los seis acusados con el mismo rigor con que lo haría un defensor de los imputados. Si están robustos en argumentos y pruebas, no vacilaré en defender la acusación hasta el final. No abonaré motivos a la crítica malsana para favorecer a los acusados. Sé que hay jueces a los que les agradaría tener un expediente desacreditado para escurrir su responsabilidad con un fallo complaciente y echarle la culpa a la investigación. Defenderé tu acusación con vehemencia tanto como critico tu imperdonable omisión, pero, por favor, amigo, ¡ayúdanos a creerte!

joseluistaveras2003@yahoo.com

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