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¿Quién arroja la primera piedra?

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¿Quién arroja la primera piedra?

Mañana -25 de diciembre- los cristianos celebramos el nacimiento de Jesús, un acontecimiento que vendría, con el paso del tiempo, a cambiar radicalmente la historia de la Humanidad. Seguro que nadie en aquella época y aquel lugar, dominado por el poderoso imperio romano, llegó a pensar que ese hecho aparentemente irrelevante, producido en condiciones extremadamente precarias, en la más absoluta sencillez y con las menores de las pretensiones posibles, desencadenaría un proceso de tal magnitud e impacto como el cristianismo en sus diferentes manifestaciones, pero especialmente el catolicismo con su presencia universal.

En nombre de Jesús mucho se ha hecho y se hace que a todas luces contradice sus enseñanzas más profundas y radicales. En la época presente vemos cómo en nombre de un conjunto de dogmas morales y religiosos construidos por hombres que dicen basarse en las enseñanzas de Jesús se promueve el odio, la exclusión y la discriminación. En nombre de Jesús y de la religión cristiana somos muy dados a precipitarnos a emitir juicios de valor, censurar y condenar actitudes y comportamientos que no encuadran en lo que consideramos bueno, justo y correcto.

Volver a leer lo que los evangelistas nos cuentan de Jesús es una buena manera de refrescar nuestra perspectiva y revisar la arrogancia moral que muchas veces mostramos. Encontraremos que Jesús ha sido probablemente el menos moralista entre los personajes que habitan las historias de las religiones. Solo basta leer a Juan 8:1-7, pasaje en el que este evangelista cuenta la ocasión en que Jesús, luego de bajar del monte de los Olivos, se presentó en el Templo a predicar. Los escribas y fariseos le llevaron una mujer que había sido sorprendida en adulterio, lo cual era en esa época causa de la más extrema censura moral y castigo penal. Juan narra lo que siguió después: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices? Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. Sigue contando Juan que al dejar todos el lugar, Jesús se encontró a solas con la mujer, a quien le dijo: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”.

Hay muchos más ejemplos de esto en los evangelios. Lucas narra (6:36-42) cómo Jesús amonestaba verbalmente a quienes estaban prestos a condenar a los demás sin examinar sus propias faltas. “No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados...Porque con la medida con que midan se les medirá”. Y poco después agregó: “¿Cómo es que miras la astilla que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ´Hermano, deja que saque la astilla que hay en tu ojo´, si no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la astilla que hay en el ojo de tu hermano”. Por su parte, Mateo (7:12) plasma la llamada “Regla de Oro” impartida por Jesús: “...todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganlo también ustedes a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas”.

Estas enseñanzas, aparentemente simples, aportan los elementos básicos de una moral no moralista. Jesús fue severo contra todo aquel que pretendía erigirse en verdugo moral de los demás, ya sea en nombre de la Ley, la costumbre o la moral convencional. Su radicalidad es manifiesta en esta materia. De manera recurrente, Jesús le “devuelve la pelota” a quien pretende descalificar, estigmatizar y excluir a otro, y lo hace interpelándolo a que primero se examine y evalúe su propia conducta, al tiempo que lo incrimina a no juzgar ni condenar sin ni siquiera conocer las circunstancias particulares del otro. De ahí la furia que muestra contra aquellos farsantes moralistas que querían apedrear a la mujer adúltera, a los que conmina a que se atrevan a arrojar la primera piedra si es que están libres de culpa. Es con esa tradición del cristianismo primigenio que conecta el Papa Francisco cuando, entrevistado en el avión en su primer viaje al exterior rumbo a Brasil, le dijo a un reportero: “Si una persona es gay y busca a Dios, quién soy yo para juzgarla”.

Dos ideas esenciales afloran en estas enseñanzas de Jesús. Una es la igualdad de todos los seres humanos. Mientras en la filosofía política hubo que esperar hacia finales del siglo XVII, con Hobbes y Locke, para que se articulara el principio de la igualdad natural de todos los hombres en contraposición al pensamiento aristotélico dominante que creía en que unos estaban naturalmente destinados a ser superiores y otros a ser inferiores, ya en el pensamiento y la praxis de Jesús, recogidos en los evangelios, aparece ese principio de igualdad con una radicalidad y claridad impresionantes. Y la otra idea esencial es la de la dignidad humana, pues queda evidente en estos pasajes, y muchos más, que Jesús confronta toda forma de estratificación, jerarquía o segmentación de las personas que le negara a unos su dignidad como criaturas hijas de Dios.

No se trata, por supuesto, de fomentar un relativismo moral, según el cual todo es permisible, no. Lo que estos pasajes de la vida de Jesús ponen de manifiesto es que para él lo que importaba era la compasión, el trato igualitario, el respeto a la dignidad de cada ser humano y el amor de unos a otros. Él cuestionó los dogmas seudomorales y las normas sociales convencionales, construidos en función del poder que ejercían unos sobre otros, pues estos conducían al maltrato, la exclusión y la negación de la propia humanidad de determinados grupos de personas, como sucedió con el propio Jesús, quien terminó su vida en esta tierra en la mayor humillación y el peor despojo que se pueda imaginar. Estos mensajes de aquel humilde nazareno tienen hoy, en un mundo cargado de discursos de odio, excluyentes y moralistas, tanta fuerza y validez como la tuvieron en su tiempo. Por eso, al igual que hace algo más 2,000 años, la petición hecha por Jesús mantiene toda su fuerza: ¡quien esté libre de pecado que tire la primera piedra!

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