Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Centro León
Centro León

Rafael Perelló Abreu: in memoriam

Recuerdo una llamada tempranera de don José León Asensio a principios de 2008, para instruirme sobre el inicio de una nueva aventura cultural que, en este caso, la iba a presidir su íntimo amigo, don Rafael Perelló. Desde que conocí a don José, siempre le había escuchado contar anécdotas divertidísimas de su amistad fraterna con don Rafael. Ellos tuvieron la singular oportunidad de realizar estudios en la afamada universidad norteamericana Babson College y allí compartieron decenas de experiencias, la mayoría sumamente jocosas. En pocas ocasiones tuve la oportunidad de encontrarme con ambos en algunas de esas tertulias bohemias en las que compartían sus relatos a dos voces, lo que también duplicaba las risas de quienes les acompañábamos..

De todos los cuentos estudiantiles, hay uno que nunca he olvidado. Resulta que don Rafael era de los pocos estudiantes latinoamericanos que tenía un carro cuando estaba en la universidad. Se trataba de un viejo vehículo (“green hell”, le llamaban entonces) cuya pintura de color verde oscuro se había ido descascarando por el paso del tiempo. Llamaba tanto la atención que don Rafael decidió llevarlo a un taller de desabolladura y pintura, pero la cotización fue tan alta que tuvo que abandonar el proyecto de reparación, lo que confirmaba, una vez más, su reconocida fama ahorrativa. No conforme con la situación, don Rafael se las ingenió para abaratar el arreglo del carro por medio de la siguiente declaración: “solo podrán subirse a mi vehículo aquellos que me ayuden a pintarlo”. Y para ello compró unas cuantas brochas gruesas y varias latas de pintura, repartiendo brocha y lata a cada amigo colaborador, don José entre ellos. Ya todos se podrán imaginar el tremebundo resultado estético de esa labor, lo cual no fue óbice para que don Rafael y sus compañeros siguieran paseándose por los ambientes universitarios en su vehículo recién pintado.

Como todo termina y comienza a la vez, llegó el momento de regresar al país como si fuera “tibio el Sol, ancha la mar y el mundo aún por estrenar”, parodiando a Serrat. Aquí siguieron los encuentros periódicos entre ambos amigos quienes no dejaban pasar el tiempo sin verse ni sin conversar por teléfono con mucha frecuencia. Aunque con estilos diferentes, los dos se convirtieron en empresarios corporativos que se guardaban gran respeto y admiración recíproca. Entre los factores comunes que los unían, además de la pasión por el trabajo, estaban el amor por su tierra (sea cibaeña o sureña), las manifestaciones deportivas (sean liceístas o aguiluchas) y las expresiones artísticas de sus pueblos originarios (sean merengues o chuines).

Por eso no me resultó extraña aquella llamada de don José para decirme que la Fundación Perelló había comenzado la construcción de un centro cultural a escasos minutos de la ciudad de Baní. También me dijo entusiasmado que don Rafael lo había llamado con el interés de reunirse con funcionarios del Centro León para intercambiar ideas sobre la nueva institución que se estaba gestando. Y así surgió nuestro primer encuentro con quien encarnó la más importante iniciativa privada de responsabilidad social corporativa en el campo de la cultura en toda la región suroeste, la cual, luego del Centro Cultural Eduardo León Jimenes, se convirtió en el segundo proyecto de este tipo que se realizaba en la República Dominicana en menos de un lustro.

Esta añorada institución había sido envisionada décadas atrás por su padre don Manuel de Jesús Perelló, quien hacía aportes y donaciones a la Escuela Comercial ‘Presidente Billini’ en la ciudad de Baní, al tiempo de estimular y solicitar la capacitación de muchas personas que laboraban en sus empresas. La gran admiración que le despertaba el trabajo de los maestros y las posibilidades de mejoramiento de sus estudiantes, llevó a don Manuel a pensar seriamente en la construcción y habilitación de una biblioteca de grandes dimensiones para así colaborar de manera permanente con la educación de sus conciudadanos.

Aunque don Manuel no pudo ver ese proyecto realizado, la familia Perelló decidió honrar su promesa de hacer una institución cultural importante para su pueblo natal y para el país. Adaptando el concepto de biblioteca a su conceptualización contemporánea, don Rafael y su familia, a través de la Fundación Perelló, acordaron realizar una inversión bastante considerable con el fin de crear una institución polivalente que tuviera un centro de recursos computarizados para la enseñanza y el aprendizaje, así como otros servicios culturales para el mejoramiento de la calidad de vida en la región y el país. Así surgió la propuesta del Centro Cultural Perelló.

Para iniciar el intercambio interinstitucional, don Rafael me invitó, junto a Pedro José Vega, a un maravilloso tour por Baní el cual preparó con mucho entusiasmo, generosidad y eficiencia. Siempre recordamos esas jornadas con alegría y gratitud. Quedaron fijas y frescas en nuestra memoria las imágenes e informaciones recabadas en las factorías, los almacenes, la fábrica de fósforos, las plantaciones de magníficos mangos, las obras en construcción del futuro centro cultural y las vívidas anécdotas compartidas alrededor de almuerzos acompañados de vino insuperable. Las conversaciones con Don Rafael equivalían a haber realizado un extenso curso sobre cómo enfrentar la vida de manera positiva, responsable y provechosa.

Uno de esos días agotadores que terminaban con una suculenta cena en compañía de familiares y amigos cercanos, le pregunté a don Rafael el origen de su pasión por el campo dominicano. Su rápida respuesta me demostró la profundidad de sus convicciones al respecto:

“Nadie respeta más su palabra que el propio campesino que la expresa... Para darte un solo ejemplo –prosiguió- te contaré de un personaje de tu pueblo que actualmente es un humilde acaudalado y poca gente lo sabe. Un día yo estaba comprando café en el Cibao y conocí a don Ulises Pérez, con quien pacté el precio de compra de una gran cantidad de sacos cuyo monto saldaría al día siguiente. Resulta que, tan pronto amaneció, se disparó grandemente el precio del café en el mercado. Cuando esa mañana volví a la finca de don Ulises le pregunté: ¿cuánto tengo ahora que pagarle por el café que le compré ayer? Don Ulises me vio de frente y firmemente expresó: el mismo precio que acordamos ayer porque yo le di mi palabra de que ese era mi precio de venta... Bajé mi cabeza en forma agradecida y, cuando ya procedía a retirarme, don Ulises me dijo: Dígame una cosa, Perelló: ¿no hubiera hecho usted algo igual conmigo si el precio hubiera bajado? Ahí ratifiqué la importancia que tienen los valores y, sobre todo, la palabra empeñada.”

Despedimos en estos días a don Rafael y estoy seguro que siempre será recordado por muchos dominicanos que ya han expresado sentidas muestras de solidaridad a su esposa, hijos y nietos, así como a sus queridas hermanas Daisy, Noris, Kirshis y Diana, a quienes conocí junto a sus sobrinos y apreciados amigos Jorge y Manuel. Esperamos que ellos y todos los que le rodeaban a diario en su intensa vida laboral puedan comprender y aplicar el verdadero sentido de la palabra “resignación”, la cual no nos invita a permanecer inactivos y tristes, sino que viene de “re-signar”, esto es, darle un nuevo signo o significado a quien se ausenta y, sin embargo, también se queda. Así es, todo termina y comienza a la vez.

TEMAS -