Reflexiones otoñales
No existe el derecho individual de contagiar a los semejantes; en cambio, si existe el de proteger al grueso de la población de riesgos mortales mediante el uso de la fuerza si fuera necesario.
Hay quienes afirman que el clima tiene mucho que ver con el desarrollo de las naciones. Los países más adelantados están situados en latitudes frías o templadas. Aquí, en nuestro lar, las estaciones no se marcan con rotundidad, pero sí se siente la diferencia entre el benigno otoño-invierno y el tórrido verano.
La dureza de los rayos de sol afila el temperamento. El calor exaspera e invita a desahogarse en las calles en busca de alivio. La bondad de la brisa otoñal induce a reforzar los sueños y proyectos, a refugiarse hacia adentro, a poner en marcha los resortes que activan el pensamiento.
De ahí no se infiere que por vivir en clima cálido se esté condenado a permanecer en el subdesarrollo. El devenir depende de múltiples circunstancias, entre ellas la forma de organización social, el cumplimiento de las reglas y la existencia de un liderazgo incluyente y visionario.
El mundo atraviesa por una situación dramática que amenaza la sobrevivencia de la especie. La pandemia del COVID-19 lleva ya casi dos años y no muestra signo de desaparecer. La población y la economía, a escala mundial, han estado sufriendo su arremetida. La cifra de muertes sobrepasa los 5 millones. El confinamiento ha debilitado la producción, el abastecimiento, el comercio, los suministros y ha disparado los precios.
La recuperación está en marcha, aunque con recaídas por las noticias recurrentes de nuevos brotes y cepas víricas, como ocurre ahora con la variante descubierta en Sudáfrica llamada ómicron.
La humanidad sobrevivirá frente a tan terrible reto, aunque es inevitable que queden secuelas, no distintas en su dimensión a las causadas por anomalías víricas anteriores, como la influenza o gripe española que hace un siglo causó alrededor de 50 millones de muertes. En comparación la de ahora parecería un juego de niños si no fuera porque el mundo está tan globalizado que los estertores que resuenan en un lado se transmiten e impactan en la totalidad del globo terráqueo en cuestión de segundos.
Ante tanta turbación, dolor y pena, ha habido que conformarse con sepultar los muertos, cauterizar y sanar las heridas, aferrarse a la eficacia de las vacunas y normalizar poco a poco el latido social y económico. La intervención estatal en tales circunstancias se ha concentrado en proporcionar alivio, extender ayudas, enderezar desvíos, sustentar el ánimo.
La pandemia no durará para siempre. Es probable, ¡quién sabe!, que esté agotando sus estertores finales, pero quizás no, y todavía guarde sorpresas y haya que soportarla por un período más largo de tiempo.
Se ha dicho que en estas circunstancias la inversión gubernamental más productiva es la de conseguir que el grueso de la población se inmunice y, ante las mutaciones del virus, imponer con eficacia la obligatoriedad de la vacunación. No existe el derecho individual de contagiar a los semejantes; en cambio, sí existe el de proteger al grueso de la población de riesgos mortales mediante el uso de la fuerza si fuera necesario.
No obstante, concentrarse en la acción ante lo urgente e inmediato no hace cesar el latir de la vida cotidiana, personal e institucional. Hay que estar conscientes y pendientes de que tan pronto termine la emergencia sectores de la población empezarán a exigir, como si nada hubiera pasado, el cumplimiento de viejas metas, sin considerar las limitaciones existentes. Así es la naturaleza humana.
Es mucho lo que está pendiente de ser realizado, demasiadas las necesidades por ser satisfechas cuya materialización requerirá de la participación de todos.
Los llamados a liderar, pensar, proponer y ejecutar puede que tengan bastante con el formidable reto que enfrentan en el corto plazo y con asegurarse de que la reforma en la judicatura ponga fin al flagelo de la impunidad.
Aun reconociéndoles la clarividencia, capacidad, esfuerzo y dedicación que están mostrando, sería un error que se acomodaran en la zona de confort y limitaran el alcance de la visión al corto vuelo para no enredarse en las patas de las complejidades de lo aún pendiente. Las decisiones fuertes e impopulares para enderezar las desviaciones estructurales que lastran el desarrollo económico y social tendrán que ser abordadas más temprano que tarde.
Estas suaves brisas otoñales invitan a la reflexión, a pensar en la necesidad de seguir modelando el futuro, de preparar decisiones con vocación de ser adoptadas, pues la marcha de la sociedad no se detiene, ni lo que hay que hacer puede postergarse. El clima benigno insta a que se actúe con tiento y firmeza para doblegar el subdesarrollo.