Silencio versus odio en el “debate”
La sociedad dominicana comparece a la próxima cita electoral con una serie de temas en carpeta, sobre los cuales resulta necesaria una definición de los actores políticos para que los votantes concurran conscientes de la valoración de sus mandatarios sobre los mismos, es lo que corresponde a una democracia, que el mandante, que es el pueblo, elija consciente a los mandatarios que hayan asumido el compromiso que desean los ciudadanos.
Muchos queremos saber sobre deuda externa, cambios estructurales del modelo económico, impositivo y de negocios, medio ambiente, seguridad ciudadana, mercado laboral, salud, seguridad social, frontera, Haití y nuestro papel en la comunidad internacional, en fin, sobre todos los temas que nos compete decidir como nación, entre ellos la demanda que con todo derecho hacen los sectores religiosos sobre definición de la clase política en temas como el aborto, el matrimonio gay y la educación sexual en las escuelas, en general.
En contrapartida la comunidad política, con la penosa cooperación de una parte de la comunidad mediática, nos conduce a un escenario de silencios, donde el carnaval electoral nos hará elegir sin que ninguno de los actores electoralmente importantes definan sus posiciones. Salvo la crucial controversia en la que oposición y gobierno discutieran la legalidad o no de una cementera que opera la familia del principal candidato opositor y el irresponsablemente abordado tema de la corrupción que nos descalifica a todos indiscriminadamente, aquí no se está debatiendo nada.
Por supuesto, que por más silencio que se de por respuesta a través de una ausencia total de posiciones y una bárbara frivolidad en el abordaje vacuo de los problemas nacionales, éste produce su ruido. Abordaré como ejemplo la manipulación del debate que se viene generado en la demanda de definición sobre los temas de Haití y la agenda LGBT, concernientes al aborto, matrimonio gay y educación sexual en las escuelas, por aquello del odio y la intolerancia.
Las fábricas de adjetivos por supuesto han definido dos grandes bandos: Los del odio e intolerancia vs los de la inclusión, tolerancia, libertad y el modernismo, según se esté o no a favor de una agenda de caos e indefiniciones respecto al tema haitiano y la agenda LGBT. Todo, como si dichos temas pudieren ser silenciados desde la superficial descalificación ofensiva de los que pensamos diferente.
Los que estamos de este lado de las opiniones, abogamos por un Haití redimido de sus miserias gracias a la solidaridad del mundo a través de un pequeño plan tipo Marshall, y no sólo a cuesta de nuestro sacrificio como nación. Abogamos por ciudadanos haitianos, no por mendigos, como los quieren los que se sirven de ellos, los que los prefieren en mendicidad migratoria y no con identidad, en legalidad y orden, porque así cuestan más.
Nos preocupa vivir en un vecindario caótico y estrangulado por un universo de dramas que expulsan al haitiano de su tierra natal en búsqueda de subsistencia, haciéndonos presa de una presión migratoria insostenible, conscientes del potencial de peligro que implica la confrontación de los intereses sociales de dos naciones que cohabitan como condóminos de una misma isla.
Nosotros, los que opinamos diferente, creemos en la dignidad humana, respeto a la privacidad y libre albedrío de elegir su sexualidad a los miembros de la comunidad LGBT, aunque no comulguemos con el hecho de sacar sus alcobas a las calles y a las escuelas, aunque entendamos que sus uniones, que no son absolutamente cuestionadas en su personal libertad, salvo en el hecho de que se les admita bajo la concepción del matrimonio, reputado como tal la unión un hombre y una mujer, así consagrado por demás en la nuestra Constitución.
No los consideramos anormales, son seres humanos idénticos a los demás, pero diferentes en el abordaje de su sexualidad, por lo que a pesar de diferir en el punto específico del matrimonio, no auspiciamos su discriminación. Son igualmente nuestros amigos y amigas, familiares, compatriotas y congéneres en general. Los aceptamos, aunque nos opongamos a que impongan su privacidad como un valor a difundir, fundados en el respeto a la libertad de los padres a decidir sobre los valores sexuales en que desean educar a sus hijos y más allá de eso, en el respeto que se debe al propio niño o niña a desarrollarse de conformidad con su propia naturaleza y convicción, por eso no nos dejamos amedrentar por la defensa del uso abusivo de la libertad de otros que ignoran y son intolerantes con la libertad de los demás.
A quienes se nos acusa de llevar “una agenda de odio e intolerancia”, a decir de los “tolerantes”, en el caso de las comunidades religiosas especialmente, debemos aceptar que se nos estigmatice como trogloditas, pero no se repara que cuando un cristiano como tal o como simple ciudadano, adversa las prácticas sodómicas, lo hace, no contra nadie, sino en el uso pleno del ejercicio de su libertad de culto y de conciencia, que como podemos observar, no se le tolera, por lo que no resulta para nada complejo establecer donde vive realmente la intolerancia, el odio y el chantaje; de nuestro lado, a nadie se le ha amenazado con quitarle visas por no estar de acuerdo con nuestra visión.
El debate es rico, interesante, podemos encontrarnos en un territorio común donde podamos armonizar como seres humanos la búsqueda de políticas que profundicen la no discriminación de las personas por el libre ejercicio de su privacidad, que como tal, no debe invadir la de los demás. Pero no, el camino de la descalificación resulta ser el más cómodo para aquellos que desprovistos de razón, prefieren llamarnos maquinarias de odio, así como xenófobos, racistas, homofóbicos, antihaitianos, decimonónicos, atrasados, conservadores, clericalistas, trogloditas, fascistas por supuesto, etc. y muchísimos más etc.
La realidad es que quienes hablan de odio, intolerancia, racismo, xenofobia, fascismo, etc., acusan dos posibles motivos: abordan el debate desde una cuestionable buena fe, sustentada en una superficialidad supina, arrastrada por el río hondo de las corrientes mediáticas “modernas” y “liberales”, imperdonable en muchos casos por la autoridad que se le supone a algunos, o, lo abordan desde la manipulación grosera motivada en el propio interés y la intolerancia, asumiendo la descalificación a veces enferma, inspirada en el argumento ad hominem ofensivo, muchas veces inspirado propiamente en la envidia y el verdadero odio; aunque no siempre así, también este último caso se expresa por encargo o simple vocación de adulonería, otras veces de personalidad inconsistente y dada a la genuflexión frente a la corriente de los vientos o por agenda de intereses variopintos.
El uso abusivo de los adjetivos calificativos vomitados por lenguas o plumas automáticas de alto calibre a veces, indica por donde puede andar la razón; descalificar, es pues un rastro que nos lleva prontamente a aquel que no la tiene.
Todo ello, porque estamos en una campaña electoral donde el ruido del silencio cómplice de todos, que no de nadie en particular, vocifera para hacernos creer que debate con la intolerancia y el odio, situación a la que comparecemos con la indiferencia de casi todos.
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José Ricardo Taveras Blanco
José Ricardo Taveras Blanco