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Pobreza
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Sin mercado no hay revolución capitalista

Los términos capitalismo, capital y capitalistas fueron utilizados por Marx y hoy son utilizados por la mayoría de la gente (...) con una carga de oprobiosa connotación. Sin embargo, estas palabras pertinentemente apuntan hacia el factor principal, cuya operación produjo todos los maravillosos logros de los últimos doscientos años: la mejoría sin precedentes de los estándares promedios de vida para una población en continuo crecimiento. Lo que distingue las condiciones industriales modernas de aquellas en las épocas precapitalistas y en los llamados países subdesarrollados es la cantidad de la oferta de capital. Ningún avance tecnológico puede ser logrado si el capital requerido no ha sido previamente acumulado a través del ahorro. Ludwig Von Mises, The Anti Capitalist Mentality, 2008

En un reciente artículo, el destacado jurista Eduardo Jorge Prats planteaba que “la idea más importante que hay que recuperar de Polanyi es que el mercado no es un hecho natural como pretenden los teóricos liberales, desde Adam Smith hasta Hayek, sino una construcción creada por el Estado.” Y si esta es la idea más recuperable de Polanyi, entonces este autor no tiene nada recuperable. Por el contrario, el mercado surge del orden natural de las cosas. Me explico: la tendencia al intercambio de los seres humanos es una tendencia natural, pues no surge de la imposición de una voluntad superior, llamada Estado. Surge de la necesidad de complementariedad de individuos que no son autosuficientes. Por eso, el mercado es la institución más antigua de la humanidad, por encima, incluso, del surgimiento del Estado. Es parte de la naturaleza humana.

El no reconocimiento de esa realidad -la naturaleza del mercado- pudiera llevar a graves consecuencias al momento de implementar políticas públicas que apuntalen hacia metas de desarrollo económico.

Entender que el Estado puede poner a funcionar el mercado a su imagen y semejanza es fuente de frecuentes errores. Ni por asomo estamos pensando que los mercados son perfectos. Pero no se puede concluir rápidamente que ante una denominada “falla de mercado” lo más conveniente es una intervención estatal. Es posible que esa falla esté originándose, precisamente, en una intervención inapropiada del Estado, o en una “falla del gobierno”. En cualquier escenario, la regulación debe corresponderse con la naturaleza misma del mercado.

Y esto nos lleva a otra idea planteada anteriormente por Jorge Prats -y en eso estamos de acuerdo- de que el país necesita de una “revolución capitalista”. El desarrollo capitalista es y ha sido una preocupación fundamental. El profesor Bosch, por ejemplo, veía en la “arritmia histórica” la causa del escaso desarrollo capitalista, asociado a la idea de la ausencia de una clase burguesa. Sin embargo, la “arritmia histórica” no puede ser considerada como una causa; en primer lugar, porque la historia -contrario al materialismo histórico- no tiene ritmo, aunque en la historia pueda encontrarse una línea argumental que explique el escaso desarrollo del capitalismo dominicano.

En todo caso, como explica Jorge Prats el carácter emprendedor -tan importante para el desarrollo de una economía de mercado- se estimula en un “entorno de libertad, de competitividad, de seguridad jurídica, de certidumbre institucional, de reglas de juego claras y de fomento a la educación y la innovación” precisamente, rasgos notoriamente ausentes de nuestra realidad como nación, y que se traducen en intervenciones gubernamentales que agreden -con mucha frecuencia- la naturaleza del mercado.

Es por ello que se debe ser cuidadoso al establecer los límites de un Estado Social o de Bienestar para no convertirlo en una amenaza al desarrollo capitalista. Dos ejemplos son poderosamente ilustrativos: Brasil y China, con puntos de partida diferentes. El primero, una economía capitalista; el segundo, una economía socialista. Brasil se embarcó, bajo los gobiernos de Lula y Rousseff, en un amplísimo programa social para resolver o mitigar los acentuados problemas de pobreza que crónicamente ha sufrido ese país. Coincidiendo con el que algunos consideran el mayor shock externo de su historia -en términos positivos-, ese programa social sacó de la pobreza a millones de brasileños; pero pasado el boom de las materias primas y del petróleo un porcentaje importante está regresando a la pobreza. Se trataba de un programa social aplicado en contra de la naturaleza del mercado. Y los resultados, tarde o temprano, no se hicieron esperar. Ahora el dolor de cabeza es qué hacer con esa población vulnerable que está amenazada con un probable retorno a la pobreza.

En el otro lado, está China. Una economía originalmente socialista diseñó un plan para introducir reformas amigables al funcionamiento del mercado; es decir, una contrarreforma de carácter capitalista. Cientos de millones de chinos han salido de la pobreza con base en las oportunidades que la economía de mercado les ha dado a través del mercado laboral. Es probable que la sociedad china sea hoy más desigual que hace 40 años, pero no hay dudas de que los chinos están mejor con mucho menos pobreza. Ese proceso de transformación capitalista que los chinos han implementado fue un factor clave en la bonanza económica de América del Sur, y de Brasil en particular, durante la década que concluyó hace un par de años. Ciertamente, necesitamos –como bien plantea Jorge Prats- de una revolución capitalista; pero es imposible hacerla sin políticas que reconozcan el rol insustituible que juega la institución del mercado –repito, una institución de carácter natural- para poner en movimiento las fuerzas productivas de la «destrucción creativa». Pero eso no es posible si el mercado es concebido como un artefacto que puede ser diseñado bajo la voluntad de la burocracia estatal. En esto, la experiencia es muy aleccionadora.

@pedrosilver31

Pedrosilver31@gmail.com

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