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Solo para hombres

Quien no está dispuesto a escuchar, ceder, transar y perdonar no tiene derecho a una mujer. La idea no es estar o tener una relación, es ser en ella. Amar es realizarnos en el otro. El amor no se impone, se descubre; no se tiene, se mantiene; no se pide, se da

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Solo para hombres

La mujer es un reto a nuestra creatividad. No basta amarla, hay que entenderla. Descifrar sus actos es de sabios; predecir sus respuestas de clarividentes; complacerla de afortunados, pero por más malabares, vueltas y reparos les juro que volveremos al punto de origen: no somos hombres sin ellas.

La mujer es complicadamente simple, tanto que asombra. Se agrada con lo que apenas nos provoca, se convence con actitudes, se respeta con trato. Las palabras son necesarias, pero para una mujer siempre serán insuficientes; más que intenciones, ella valora decisiones. Las promesas la ilusionan, pero no la persuaden. Guarda en secreto esa duda instintiva que le evita perder el sentido de la realidad aún en las circunstancias más confusas y tormentosas.

Amar, para una mujer, es un acto racional, de inteligencia, en el que pasión y juicio mantienen sus identidades o conciencias propias. Cuando se “aloca”, la mujer lo hace por decisión, con sentido de sus riesgos, aunque en el arrebato lo dé todo, hasta la vida.

No es verdad que una mujer ama por lo que el hombre tiene. Sí, es una condición que inspira en la fantasía de la seducción, pero no siempre compromete. Hay mujeres que pueden mantener una convivencia de años por ventaja, seguridad y hasta vanidad, pero a la postre desearán o les buscarán abrigo a sus carencias sin reparar en ocasiones en el precio ni en las consecuencias. Una relación basada en ese valor tan quebradizo no se sostiene. Y es que en realidad no hay oro que haga a una mujer abandonar la decisión de amar. Cuando ama, ama: en blanco y negro. Por amor no remedia, no mide, no pesa.

Entiéndanlo, el corazón de una mujer no se rinde ni se ata con lujos, brillos ni comodidades. El hombre que piense de esa manera se descalifica porque asume que es lo que da. La mujer se enamora del hombre, luego de sus circunstancias, y, cuando ama, el hombre nunca será objeto sino sujeto.

Créanme que aún en la cima de la frivolidad más fría la mujer se realiza con y en otras trascendencias, aunque no tenga la madurez para discernirlas y en ese umbral descuellan vocaciones tan altas como la entrega, la admiración y el respeto.

Somos iguales en dignidad, pero la mujer guarda sus propias sensibilidades; el hombre que las reconoce y las motiva ama y puede sentirse amado.

Ningún hombre hace a la mujer. Ella es por sí. Creer que amar es anular es patológico y antinatural. La idea que yace en la entrega es la suma de dos para dar valor conjunto y sentido de pareja, hogar y familia. Armonizar nuestras tendencias egoístas es el gran precio del amor. Imponer por la fuerza o la violencia es un acto de barbarie que se hace sádico cuando se invoca el celo como razón. Quien no está dispuesto a escuchar, ceder, transar y perdonar no tiene derecho a una mujer. La idea no es estar o tener una relación, es ser en ella. Amar es realizarnos en el otro. El amor no se impone, se descubre; no se tiene, se mantiene; no se pide, se da. Amar no es desear, es complacer. Tampoco es un sentimiento, es una decisión de vida.

En el mundo hay tres mil seiscientos cuarenta y cinco millones de vulvas disponibles. No confundamos cosas tan esenciales. Amor y sexo solo comparten la intimidad o la desnudez. Fuera de ese ambiente no tienen otra vecindad. Una mujer no es una cuenta de ahorro para cualquier retiro. Es más que una descarga húmeda y desechable. Su cuerpo puede complacer un apetito, pero ella llena un afecto, toda una vida. Los apegos verdaderos no son egoístas. Me aterra el frío cálculo de las víctimas de la violencia machista. Ya no es noticia; es sol de cada día. Lo que estamos viviendo es una locura bestial. Hombres, volvamos a la racionalidad; regresemos al corazón.

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