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Soluciones falsas al desplome de la seguridad pública

He insistido por años que la causa primaria de la delincuencia es la desastrosa dinámica del hogar donde crece el niño.

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Soluciones falsas al desplome de la seguridad pública

Desde los tiempos de Freud, allá por el 1920, se sabe que los delitos graves cometidos por delincuentes, independientemente de la edad, desencadenan en la sociedad sentimientos de venganza que nadie oculta. Y ese sentimiento de venganza que pocos reprimen como repudio al delincuente, trae como consecuencia que casi todos olvidemos que la mayoría de los autores de esos hechos se hicieron adolescentes y alcanzaron la adultez bajo la carencia de una sana vida hogareña. Lo que equivale a decir que a pesar de que al momento de enjuiciar al delincuente recurrimos más al sentimiento que a la reflexión, dejamos de lado que ladrones y homicidas frecuentemente tienen motivos inconscientes además de fallas originadas en el ambiente de crianza, que los vuelven deprimidos o compulsivos hasta que finalmente un carácter y conducta torcidos los llevan a la ejecución de actos abominables.

Para entender un fenómeno es imprescindible descubrir y analizar el contexto en que aparece, desde sus inicios hasta que alcanza su mayor expresión. Y en el caso de la delincuencia como fenómeno social, en nuestro país han ganado terreno unos tres puntos de vista relativos a sus causas y los modos de afrontar el estado de inseguridad ciudadana que esta genera:

1) Circula la idea de que como todo delincuente es un leproso social del que se ignora la crianza recibida y origen, basta con que se castiguen “con todo el peso de la ley” los autores de hechos delictivos que más angustian a la población como los asaltos, robos violentos y asesinatos, para que mejore o desaparezca el estado de inseguridad que vivimos o para que disminuya notablemente la cifra de delincuentes y los delitos. Incluso en la mente de no pocos ciudadanos revolotea la opinión de que es tiempo que nuestro Código Penal se revise para que la “pena de muerte” sea una forma de castigo contra los autores de crímenes repugnantes. Esta última actitud evoca la errónea creencia de que: muerto el perro.... se acabó la rabia.

2) Otra idea rara pero que ha adquirido una extensa difusión en los medios de comunicación y que sirve de alfombra a grupos con afanes político-partidistas, es aquella de que si tenemos desalmados criminales que provocan desasosiego en nuestra sociedad, pues su causa tiene que ser que la sociedad nunca “saldó una deuda contraída” con los criminales. Es decir, que a la abstracta expresión “deuda social”, se le asigna el extraño significado de “hipoteca” no redimida por la sociedad a los malhechores, razón por la que estos recurren a la violencia como vía rápida de ejecutar dicha hipoteca. Se piensa que si se quiere aumentar la seguridad pública y bajar el número de delincuentes, lo sensato sería que la sociedad “pague su deuda” con esos “muchachos”. Se pasa por alto que la delincuencia se convierte en una patología social solo a partir de una patología familiar.

3) Y finalmente, los llamados “verdaderos factores causales”. En estos se incluyen la falta de oportunidades para los jóvenes descarriados, la ineficacia y carencia de visión de los gobiernos para la creación de empleos y el poco interés de las fuerzas policiales de afrontar con firmeza a los bandidos así como la abundancia de malos ejemplos dados por oficiales de policías, el sistema judicial y otros miles de servidores del Estado. Con todo esto se insinúa que si se corrigen todos esos males y la Policía pone en marcha un vasto plan de eliminación de delincuentes, pues los días de la delincuencia violenta están contados. ¡Cuánta ingenuidad! Resulta evidente que estamos confundiendo los efectos con las causas. Se ignora la existencia de una patología mental llamada personalidad antisocial o psicopática además de la patología familiar.

He insistido por años que la causa primaria de la delincuencia es la desastrosa dinámica del hogar donde crece el niño. Un niño que crece bajo el cuido de unos padres que no le proporcionan estabilidad emocional, afectos ni le suplen de un ambiente de confianza y ternura para no sentir miedo ante sus propios sentimientos, pues la frustración, la tensión o la depresión se adueñarán de él. Si tiene una madre agobiada por problemas maritales o es volátil, un padre ausente, alcohólico, violento, enajenado de sus obligaciones familiares y holgazán, pues la probabilidad de que antes de cumplir los 15 años cometa un robo, asalto o un asesinato, es altísima. Por eso se dice, ¡y es verdad!, que el primer robo de un adolescente constituye un grito de esperanza de éste de que será escuchado por su familia, la escuela o por alguna institución de la sociedad.

Y ahora pregunto, ¿cuántos psicoterapeutas de familia trabajan para la Policía, la Procuraduría, el SNS, el Minerd y el Ministerio del Interior? ¿Acaso dos? ¿Ninguno? Entonces, ¿cómo cree el Estado que pronto tendremos un aceptable índice de seguridad pública, si no existe un programa de prevención a largo plazo de la delincuencia en su fuente de origen, la familia?

menpe120@gmail.com

El autor es terapeuta familiar

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