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¿Somos en realidad tan perversos?

En el último siglo y medio de la Humanidad parece ser que esta entró en ebullición, dando lugar a un largo período de revisión de todo lo que se consideraba establecido como bueno y válido desde tiempos inmemorables. Las tecnologías comenzaron a dar saltos gigantes y vertiginosos y contemporáneamente se comenzaron a experimentar nuevas teorías políticas basadas en proposiciones ideales y utópicas que se lanzaron emocionalmente para dar eventualmente solución a los problemas sociales que trajo ese salto tecnológico que nos llevaron a la producción industrial masiva en serie, esto es, la llamada revolución industrial.

Desde entonces el mundo no ha cesado de mantenerse alborotada pues no hemos logrado acomodarnos a esta nueva forma de vida condicionada por el consumo que se requiere para mantener estable o en crecimiento esa producción masiva.

Ahora todo está patas arriba y no se consiguen armonizar las costumbres que guiaban la vida en sintonía con la naturaleza y las leyes divinas con las consecuencias de esos brincos enormes de la tecnología y de las teorías sociales fallidas que han venido intentando propiciar soluciones a estas nuevas condiciones.

La masificación urbana inducida por ese fenómeno es algo que, quiérase o no, acabará por colapsar y la Humanidad deberá adaptarse a ese colapso.

Ya en algunos lugares del planeta se comienzan a practicar nuevos estilos de vida orientados a restituir la dignidad y la calidad de vida ancestral del hombre, siendo el denominado “Slow movement” el que más me ha cautivado.

Fue célebre aquel pronunciamiento de Carlo Petrini de los años ‘80 protestando contra la inauguración del primer fast food de Mc Donald’s en plena plaza de España en Roma aduciendo una gran ofensa a la cultura gastronómica italiana de carácter acompasada, suave y ritual, habiendo luego fundado el “Slow food movement”, movimiento orientado a frenar esa inusual moda de consumir comida-basura.

Ese movimiento resultó insuficiente para dar cabida al conjunto de aspiraciones para una mejor calidad de vida y, más adelante, en el año 2004, aparecería el libro In Praise of slowness de Carl Honoré en torno al cual alguien hizo un paralelo muy promocional al decir que ese libro era al slow movement como lo era “El Capital” al comunismo.

Honoré, de una manera muy sencilla, describió el slow movement como “...una revolución cultural orientada contra la noción de que la rapidez es siempre la mejor vía. La filosofía del Slow no es la de hacer todo a la velocidad del caracol. Es la búsqueda de la velocidad adecuada para nuestras necesidades. Saboreando las horas y los minutos en vez de contar estos. Haciéndolo todo lo mejor posible en vez de lo más rápido posible. Es aquello de buscar la calidad por encima de la cantidad, en todo, desde el trabajo y la alimentación hasta la relación con la familia.”

Este movimiento tiene el gran atractivo de que no tiene un líder, ni organización formal y tampoco se contamina con la política. Es una forma de irse adecuando con inteligencia a los nuevos condicionamientos de la sociedad de consumo, sacándole ventajas a ello sin dejarse subordinar por su velocidad y consistencia. Quienes intentamos practicar este nuevo enfoque casi siempre lo hacemos motivados por contrarrestar el estrés cotidiano y las ansias de no dejarnos someter a los condicionamientos programados por organizaciones de promoción comercial que se fundamentan en proposiciones subliminales, ocultos en cualquier mensaje aparentemente inofensivo, independientemente de la agitación en que nos desenvolvemos por la proliferación de vehículos de motor en la calle y el caos que esto conlleva.

Los que nos inscribimos en esas pretensiones de vida y como parte importante de esos propósitos, ponemos especial atención a ignorar la prensa amarilla que se ideó para atraer el morbo natural que subyace en cada uno de nosotros y así subir las ventas.

Es increíble ver como los medios están repletos de propósitos insanos en los cuales se narran - para citar un ejemplo- todos los particulares de un asesinato con amplio despliegue, apalancándose en todos los detalles y antecedentes, con una narrativa obsesiva hacia lo crudo, lo salvaje, lo perverso y lo repugnante, la mayoría de las veces acompañada de imágenes del mismo tenor donde aparecen uno o varios cadáveres ensangrentados.

Esa morbosidad y violencia, subyacente en casi toda la información, es lo que hace subir las ventas de los medios, manipulando la inclinación humana hacia la curiosidad enfermiza y haciendo que la sociedad viva en un estado de constante zozobra debido a ese bombardeo incesante.

Nada más lejos para mí que ponerme a hojear las crónicas negras de ese tipo de periodismo; ello no es compatible, para nada, con la vía en que buscamos para permanecer en un nivel bueno de paz interior y de mínimo estrés, sin que esto signifique una alienación respecto de la realidad en que nos toca vivir. Hay manera de digerir esta realidad, diferente a la de la prensa amarilla.

Lamentablemente nuestros medios criollos exageran esos contenidos y, más aún, los medios audiovisuales se buscan para sus noticiarios unos personajes estrafalarios que narran ese tipo de noticia con voz estridente apoyados con gestos que denotan permanente espanto. De manera subsidiaria dejan ver como que nuestro país está poblado solo por asaltantes criminales, gente salvaje, ríspida y que nuestra vida se desenvuelve en medio de constantes reclamaciones de sindicatos, de obreros, de maestros y de médicos, solo para citar algunos.

Todo ello contribuye de manera muy onerosa a configurar una imagen del dominicano que no se corresponde con la realidad pues en todo el mundo existen esas cosas y los medios son muy cautelosos y mesurados como para permitir que el propósito mercantil del medio se descontrole y salga una imagen distorsionada que, sin proponérselo, acaba por modificar la conducta social del individuo y del conjunto en que este se desenvuelve.

No pretendo con esta simple reflexión modificar tal estado de cosas pero creo que si se difunde el propósito de modificar esta nociva actitud podría obtenerse alguna reacción positiva de los dueños y directores de los medios. Si a ello se acompañase una campaña orientada a resaltar lo bueno que tiene este país y sus gentes, con profusión de imágenes, nombres y ejemplos de profesionales, empresarios, artistas, deportistas, cantantes, músicos y directores de orquesta de fama mundial la historia habrá de ser otra. Algo así como la buena campaña promocional de imagen dirigida a la captación de turismo que nos gastamos en algunos medios internacionales seleccionados pero, en este caso, dirigida hacia lo interno para reforzar nuestro ego en base a presentar la realidad de manera muy diferente de las que antes comentaba y que los medios sustentan insistentemente.

No se trata de esconder nuestras debilidades si no de mantenerlas en un perfil realista, sin agigantarlas, e interpretar y proyectar nuestros valores positivos de manera idónea. Ya veremos como la agitación y el estrés comienzan a bajar. Como un subproducto de tal iniciativa entraríamos en ese especial estado de premeditada actitud que nos aporta paz y tranquilidad, saboreando las bellezas que nos ofrece nuestro entorno y los grandes valores humanos que nos rodean, además del placer de hacer las cosas bien, con fruición y hablar de manera acompasada.

¿No se requiere mucho, verdad? ¿Cuál será el medio que tendrá la primacía en esta nueva orientación de autoestima colectiva? Desde luego, llevándolo todo en términos de slow movement....

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