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Tarados de dos patas

De ahí que resulten como bálsamos los llamados del Episcopado dominicano, de las iglesias y delegaciones extranjeras en favor de la celebración de comicios libres, limpios, transparentes y sin trampas.

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Tarados de dos patas

Mientras la gente consciente se muestra hastiada de las artimañas que afectan los procesos electorales, el partido oficial, en negación de su esencia, parecería estar apostando por seguir llevando a cabo prácticas clientelares, impresionar a los votantes por medio de la difusión de propaganda masiva y engañosa, así como ejecutar obras a la carrera con propósitos proselitistas.

Los estrategas de campaña y sus jefes cultivan la creencia de que los ciudadanos son tarados de dos patas, abyectos en su ignorancia y lisiados en su autoestima.

Todo luce indicar que están desarrollando una campaña de dos pinzas.

Una pinza se dirige a crear temor en el votante más vulnerable, al más puro estilo estalinista, mediante la promoción de la idea de que el Estado, todopoderoso, controla sus movimientos, sabe si va a votar o no, y por quien vota.

Ese podría ser el sentido de la reciente declaración del primer mandatario al afirmar que “con la plataforma electoral que tiene el PLD se podrá saber con certeza quien o quienes no han ido a votar a sus mesas en cada municipio de la República Dominicana”.

Con eso se busca intimidar al votante para que ceda (¿venda?) su voto y evite tener problemas con la maquinaria estatal (cancelar su empleo o tarjeta de subsidio).

La estrategia se completa con la afirmación de que las elecciones municipales las ganará el partido que lleve más gente a votar. ¿A quienes van a llevar en un costoso esfuerzo de organización de transporte, si no es a los que han sido atemorizados (¿convencidos?) y necesitan tener controlados, puesto que los demás irían por sus propios medios?

Atormentar psicológicamente a los ciudadanos en un asunto tan íntimo como emitir un sufragio en libertad de consciencia, necesariamente tiene que constituir una violación flagrante de principios constitucionales básicos.

Pero eso no es todo. Se asegura que los porcentajes de concentración de la propaganda política son abultados, lo cual huele a abuso de poder y destiñe el sentido democrático de estas elecciones.

La otra pinza se concentra en el uso de los recursos públicos.

No es de extrañar que, tan pronto sonara la corneta de inicio de la campaña, quedara evidenciada la prisa por empezar algunas obras municipales (caminos, calles, aceras, reparaciones, etc.).

Tales obras, de pequeña envergadura, están diseñadas a modo de preservativos de emergencia, con controles financieros escasos, concebidas para engañar haciendo de repente lo que no se ha hecho en mucho tiempo.

El objetivo es apuntalar a los candidatos y utilizar el botín para engrasar la maquinaria de los comicios nacionales.

De ahí que no basta la correcta decisión de la JCE de prohibir las inauguraciones durante el desarrollo de la contienda, porque el comienzo apresurado de nuevas obras ejerce mayor influencia sobre la débil conciencia de muchos de los electores que las propias inauguraciones. Aquellas no están prohibidas, pero debería reglamentarse su ejecución en períodos electorales.

Estos pensamientos me vienen a la mente luego de haber visto un vídeo de promoción elaborado por la JCE, que merece el reconocimiento de la ciudadanía, en el cual se invita a los votantes a no dejar que nadie compre su voto, a evitar que vendan su consciencia.

Pero ese esfuerzo puede diluirse por las modalidades sutiles de forzar el voto, como las ya indicadas, y el uso de fondos del erario nacional para realizar obras bajo la apariencia de cubrir una necesidad colectiva.

Demostrar que la intención que anima la ejecución de esas obras es de naturaleza proselitista, pudiera ser un esfuerzo condenado a estrellarse en el muro de la justicia; la que juzga por la forma, no por el fondo.

De ahí que resulten como bálsamos los llamados del Episcopado dominicano, de las iglesias y delegaciones extranjeras en favor de la celebración de comicios libres, limpios, transparentes y sin trampas.

Pero ¿cómo lograrlo si ya las artimañas están en marcha? Quizás aferrándose a la prédica del profesor Bosch y recuperar en alta voz la consigna de vergüenza contra el abuso de poder y el dinero.

La descomposición en que se encuentran las instituciones hace presagiar el advenimiento de grandes males a la nación y está conduciendo a una encrucijada en la que ni hijos ni nietos tienen la seguridad de que podrán seguir viviendo en esta tierra amorosa, a la par que desdichada.

Por eso, aun queda la opción de exclamar, ¡pena de la honra a quienes engañan a su pueblo utilizando recursos de todos como si fueran propios!

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Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.