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Suizos, no: somos dominicanos

La Confederación Helvética y la República Dominicana festejan 80 años de relaciones diplomáticas, lo que me ha inspirado a soñar despierto.

Los paralelos entre ese país alpino, donde viví varios años, y cuyos 4 idiomas nacionales hablo, y mi país natal adonde llegaron mis antepasados, a finales del siglo 15 o principios del siglo 16, van más allá de la cruz blanca de sus banderas respectivas.

Hace 500 años, los suizos eran los mercenarios de monarcas, príncipes, duques, arzobispos, condes y demás señores feudales que se repartían la Europa prerrenacentista. Por esa época, mis ancestros venían de reconquistar para Castilla y Aragón, el último reducto de presencia mora en la península ibérica, y se asentaron en el fértil valle de la Vega Real, para no emigrar más.

De los mercenarios de antaño, solo quedan los guardias suizos del Vaticano y una neutralidad absoluta por la que Suiza no es miembro de la ONU, aunque las Naciones Unidas tengan su sede en Ginebra.

Durante esos cinco siglos, los suizos aprendieron a no pelearse y a entenderse entre sí, a pesar de hablar un mosaico de idiomas y practicar una gama de religiones cristianas a partir de la Reforma.

Hace 40 años, salió de las ciudades de Zwinglio, Calvino y Rousseau, el primer vuelo charter que unió Zúrich y Ginebra a Puerto Príncipe y Santo Domingo, en La Española, con el que pude probar antes los incrédulos que Europa era clave para desarrollar el turismo como alternativa a los cultivos coloniales, como el azúcar.

La experiencia de constatar el devenir de ambas capitales insulares, durante las cuatro décadas pasadas, me mueve a preguntar qué aprendimos. Y tomando como base esos 40 años, extrapolar el futuro próximo.

En 500 años, aprendimos a ser incluyentes y tolerantes con razas y etnias. Por eso, nuestra población es multicolor siendo sus tres cuartas partes ni blanca ni negra, sino dominicana.

Sin esclavos en nuestro lado de la Isla, a pesar de estar en medio de colonias e imperios esclavistas, y habiendo arrancado su soberanía a un vecino que, en nombre de acabar con la esclavitud, intentó establecer un estado racista de negros sobre blancos, del cual nos liberamos en 1844.

A Suiza también se le acusó de parcialidad, cuando Napoleón o Hitler, eran los guerreros de turno en los conflictos que cíclicamente atormentaron a Europa.

Los dominicanos sabemos ser hospitalarios y acogedores, con una sonrisa. Nos queda mucho aún que aprender, pero nuestra diversidad de población y de razas es un ejemplo para toda América.

Durante 500 años, los suizos aprendieron a ser pacíficos. Nosotros aprendimos a ser tolerantes gracias a nuestra cultura hispánica que se adaptó a un paraíso terrenal, que arrebatamos a sus habitantes originales. No lo convirtamos en un infierno tropical importando un racismo de ultramar.

Preservemos esa identidad dominicana, que vale tanto como la suiza. El futuro se nutre de valores positivos, valoremos nuestra alegría de vivir y contagiemos al mundo con nuestra felicidad.

El autor es lingüista

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