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Tres documentos reveladores de un malestar generalizado

En estos días, hemos recibido tres documentos recientes, breves y precisos, sobre la crítica situación sociopolítica que presentan muchos países del mundo en estos momentos:

1. Un ensayo de International Politics and Society acerca de las movilizaciones que ocurren en Oriente Medio y África del Norte. (14 de noviembre de 2019).

2. Una carta del Padre Superior de los jesuitas de Haití. (13 de noviembre de 2019).

3. Una declaración de la Conferencia de Provinciales jesuitas de América Latina y el Caribe (CPAL), reunida en Paraguay. (16 de noviembre de 2019).

Los documentos revelan el malestar generalizado que afecta a todo el mundo, en algunos países más que en otros, y señalan una tendencia que vislumbra la inclusión progresiva de más y más pueblos a esta ola de protestas, denuncias y búsqueda de transformaciones profundas en sus respectivas naciones.

1. El ensayo

El analista Jannis Grimm, nos pone a pensar en que la “Primavera Árabe” de 2011 ha vuelto a renacer. Hoy, los manifestantes están organizados por trabajadores, estudiantes y jóvenes, donde participan muchas mujeres. No tienen una estructura jerárquica de mando sino más bien colegiada u horizontal. Parecen como movimientos espontáneos, sin líderes reconocibles. Sin embargo, más que buscar el reconocimiento de sus derechos, en esta ocasión “las fuerzas impulsoras parecen ser principalmente de naturaleza socioeconómica... la libertad y la igualdad de derechos siguen siendo importantes, pero el enfoque eminente ahora se centra en la corrupción y los problemas sociales”.

En esos países del norte de África y una parte del Medio Oriente, las manifestaciones callejeras son principalmente impulsadas por las generaciones jóvenes ya que estas tienen pocas perspectivas de futuro, no tienen empleos dignos y han perdido su confianza en la clase política dominante. A todo esto, se suma la persistencia de privilegios escandalosos para las elites económicas y políticas, asociados con una corrupción rampante mantenida por la impunidad.

¿Lograrán estas manifestaciones un cambio duradero en las estructuras de poder oligárquico de sus naciones? Esta pregunta queda en el aire, pero lo cierto es que estas movilizaciones no piden reformas cosméticas ni un simple cambio de gobernante. A lo menos que aspiran es a la aceptación o instauración inmediata de “períodos de transición” para hacer los ajustes que les reclaman a los sistemas socioeconómico y político de sus naciones.

Todo esto está sucediendo, a veces sin causar titulares mundiales, desde Argelia y Sudán hasta el Líbano e Irak. Mientras tanto, Europa sigue muda frente a todos estos conflictos, solo pensando en que esos países no les envíen grupos masivos de emigrantes. Por su parte, otros poderes mundiales como Rusia y Estados Unidos esperan el momento en que puedan entrar en algunas de estas naciones envueltas en manifestaciones populares, quizás acompañados por países grandes de la región como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Sin embargo, como termina su artículo el ensayista alemán, cada vez es más y más claro que hay lecciones históricas que los países poderosos deben terminar de aprender, entre ellas: (1) que los militares no ofrecen garantías para las transiciones democráticas; (2) que las reformas neoliberales solo auspician la aparición de nuevas crisis sociales; y (3) que mientras más se reprimen las protestas más rápido estas se transforman en conflictos violentos.

2. La carta

A pesar de la distancia física y social que esta situación norafricana y meso-oriental tiene con respecto a Haití, también es posible aplicar las lecciones anteriores al caso que hoy presenta ese empobrecido país caribeño. Si se analiza la carta del Superior de los jesuitas en Haití, podríamos encontrar algunas claves.

En su comunicación, el padre Jean Denis Saint-Félix, s.j., confirma que el presidente Jovenel Moïse “no dirige nada en más de un año, (sino que más bien) ha estado practicando la política de usura”. Fruto de lo anterior, y de otras razones, en las últimas diez semanas ese país ha sido sacudido por fogosos movimientos populares que han dado paso a un desastre humanitario, a un total desequilibrio social y a la fragmentación de la convivencia. En sus palabras, “para un pueblo que sobrevive día a día, dos meses de parálisis casi total es más que un lujo”.

Según el padre Superior, la alternativa que parece consensuarse en este momento es la de llegar a un período de transición que sea codirigido por un comité de los grupos opositores, el cual “determinará los criterios para la elección del nuevo presidente y del primer ministro, y trabajará sobre una agenda y la conformación de un órgano central para el seguimiento de la acción del gobierno”. A pesar del moderado optimismo que ha traído este acuerdo, algunos analistas, entre ellos el propio padre Saint-Félix, se preguntan: (1) ¿podrá dimitir el actual presidente?; (2) ¿terminará el apoyo de los Estados Unidos al status-quo que en gran parte ha provocado esta situación?; (3) ¿habrá capacidad para reinventar el Estado (no solo algunos de sus poderes, como el ejecutivo) e iniciar las transformaciones esperadas?

Como ya se dijo, hay muchas similitudes entre la situación actual de Haití y los fenómenos sociales que comentamos anteriormente en el caso de África del Norte y Medio Oriente. Sin embargo, aunque no lo parezca, Haití tiene más posibilidades que las regiones antes mencionadas para iniciar una serie de cambios reales en sus sistemas sociopolítico y económico. ¿La razón? En Haití todo está destruido (excepto los restos de una pequeña elite empresarial) y, pase lo que pase, habrá que empezar de cero.

Así como Haití generó en Latinoamérica la primera revolución social, política y anticolonial, cuando nadie lo esperaba porque estaba totalmente expoliado y postrado como pueblo, así también Haití podría ahora demostrar que es capaz de iniciar un periodo transformador que responda a las verdaderas necesidades de su gente. Como explicaba recientemente el geógrafo Jean-Marie Theodat, es muy probable que Haití sea hoy “el primer país posmoderno del mundo”, en el sentido de que allí prácticamente ya no funcionan las instituciones que normalmente regulan a los otros pueblos del planeta. Para la mayoría de los analistas esta es su gran limitación, pero para algunos científicos sociales esta pudiera ser su gran ventaja en este momento de la historia de la humanidad.

3. La declaración

Por su parte, la declaración emitida por la Conferencia de Provinciales jesuitas de América Latina y El Caribe, evidencia que no solo Haití, Chile, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y Venezuela atraviesan por una grave crisis sociopolítica, sino que la misma se vive en todo el continente como “expresión de injusticias estructurales que han llevado a la población al desencanto con sus gobiernos, a la legítima protesta ciudadana y a la exigencia de cambios estructurales profundos”. Para los Provinciales, se trata de una realidad que atañe tanto a los gobiernos llamados capitalistas como aquellos que se proclaman socialistas.

Las principales causas de estas crisis son identificadas por este documento como: (1) la desigualdad social que predomina en la mayoría de los países; (2) la exclusión de la mayoría de la población en la toma de decisiones y en las políticas que se intentan aplicar; (3) la privatización creciente del Estado en beneficio de determinados grupos económicos (nacionales y extranjeros) y de las elites políticas; (4) el autoritarismo que predomina sobre la ley y el bien común, junto a (5) una cultura antidemocrática que socava la institucionalidad.

Estas y otras realidades explican las protestas, manifestaciones y movilizaciones que se están multiplicando y difundiendo en esos países, ya que “la gente siente no sólo que sus gobiernos no dan respuesta a los problemas fundamentales de acceso y ejercicio de sus derechos sociales y a la creciente inseguridad, sino que, en muchos casos, estos problemas se producen y promueven por la impunidad, la mentira, el abuso de poder, la concentración de la riqueza, y la corrupción pública y privada”.

Basados en que esta realidad es “injusta, desafiante y dolorosa”, los Provinciales comprenden la indignación expresada por medio de manifestaciones públicas, pero no justifican el uso de la violencia para intentar la resolución de los conflictos sociales. En cambio, proponen un acompañamiento a las poblaciones excluidas fundamentado en la reconciliación y la justicia para la construcción de sociedades verdaderamente democráticas con la participación de todos los actores sociales, independientemente de las tendencias políticas locales y al margen de cualquier intervención que vulnere las soberanías de las naciones del continente.

¿Qué implican estas lecturas para la situación dominicana de hoy? Quizás la síntesis de los tres documentos citados puede ofrecer pistas para contestar esta inquietante pregunta.

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