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Crisis venezolana
Crisis venezolana

Un ramo por Venezuela

Ellos constituyen el tipo de inmigración que ha conferido al dominicano a lo largo del tiempo las peculiaridades que lo caracterizan como nación. Refuerzan las singularidades que nos permiten identificarnos como dominicanos y latinoamericanos. Y ayudan a compensar el peso desequilibrante de la otra inmigración, no cualificada, que viene de Haití, que tiende a borrar la dominicanidad.

Venezuela no solo fue el país que acogió con generosidad a Juan Pablo Duarte en su prolongado e injusto exilio, sino que a lo largo de la historia abrió las puertas anchas de su inmensa geografía y ofreció la cálida hospitalidad de su gente a los dominicanos perseguidos, en particular por la tiranía de Trujillo.

Venezuela, por medio de su presidente, Rómulo Betancourt, fue la nación que proporcionó ayuda al exilio dominicano para tratar de derrocar a Trujillo, incluyendo a la expedición del 14 de junio de 1959. La que dio protección a uno de los líderes olvidados de la lucha por las libertades, el general Juancito Rodríguez, con méritos quizás iguales, pero no superados por nadie, quien rindió su vida en esos lares meses antes de la caída del tirano.

Venezuela fue el país que sufrió la ofensa del atentado brutal cometido por la bestia de Trujillo contra su presidente, Rómulo Betancourt, quien milagrosamente salvó la vida, quedando con lesiones permanentes. Y la nación que lideró las sanciones al régimen tiránico hasta dar con su derrumbe.

Luego de eso, en los largos años de bonanza económica petrolera, Venezuela ejerció una amplia y extendida solidaridad, en una escala que ningún otro país hermano del hemisferio nos ha ofrecido, garantizó el suministro de los hidrocarburos cuando había escasez y financió la costosa factura petrolera a intereses ínfimos y plazos luengos.

Y en el transcurso del tiempo ha dado refugio y facilidades de vida a miles de dominicanos que se trasladaron allí en busca de alivio a sus penurias y se integraron a esa sociedad como si estuvieran en su propia tierra.

Soy testigo de la grandeza de ese gran pueblo. Y soy tributario agradecido de su generosidad. Tuve la oportunidad de participar en un concurso internacional y obtener una beca para realizar altos estudios, financiada por el programa Gran Mariscal de Ayacucho y manejada por el BID e INTAL. Junto a mí participaron en esa hermosa experiencia un puñado de latinoamericanos de altos timbres académicos (uno por cada país), que se han distinguido en sus profesiones en sus respectivas naciones.

Ese programa se llevó a cabo bajo el mensaje de una América solidaria, grande, unida, parte del ideario del libertador Simón Bolívar, instrumentalizado por quienes han conducido a Venezuela a la penosa situación en que se encuentra hoy en día.

El pueblo venezolano sufre el escarnio de ser conducido por un grupo que lo ha sometido a una cruel tiranía, empobrecido, escudado en una ideología desnaturalizada que utilizan como pantalla para justificar sus afanes totalitarios.

Ese pueblo ha encontrado alivio a su desesperación emigrando hacia donde encuentra refugio. Son ya varios millones los venezolanos que se han visto obligados a salir de su hermosa tierra cubriendo sus partes pudendas con una mano por delante y otra por detrás, en busca de medios para ganarse la vida, como en situaciones parecidas lo hicieron tantos dominicanos en el pasado.

Estos venezolanos han emigrado a países hermanos en busca de solidaridad, recordando los vínculos ancestrales que los unen a países como el nuestro, asiéndose a la mano amiga que provee apoyo. Han emigrado cargados de sueños y, en muchos casos, provistos de una esmerada educación y de habilidades profesionales sobresalientes, o cuando menos de una educación promedio elevada.

Hoy muchos se encuentran en nuestro país aportando su talento y consagración al trabajo. Son una valiosa inyección de sangre nueva, calificada, que ayuda al desarrollo y se fusiona con nuestro pueblo.

Ellos constituyen el tipo de inmigración que ha conferido al dominicano a lo largo del tiempo las peculiaridades que lo caracterizan como nación. Refuerzan las singularidades que nos permiten identificarnos como dominicanos y latinoamericanos. Y ayudan a compensar el peso desequilibrante de la otra inmigración, no cualificada, que viene de Haití, que tiende a borrar la dominicanidad.

Sean pues bienvenidos los venezolanos en esta tierra. Ábranse las puertas a esa inmigración de calificación alta y mediana que tanto necesitamos. Procedamos a concederles, sin burocracia paralizante y costosa, los permisos para que puedan establecerse con normalidad en el mercado laboral.

Ese contingente humano, laborioso, creativo, está dando un importante impulso a la dominicanidad y al desarrollo de nuestro pueblo.

Es hora de testimoniar en alta voz la gratitud, amistad, aprecio y admiración que los dominicanos sentimos por el gran pueblo venezolano. Es tiempo de que las autoridades correspondan a ese sentimiento y le otorguen un tratamiento migratorio favorable y expedito, para facilitar su permanencia y fomentar su arraigo.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.