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Un testigo del año mil

Del siglo XVIII en adelante el progreso, como se dice, no se ha detenido. La producción agrícola se ha desarrollado de manera fantástica con respecto a la del año mil. Lo que sí llama la atención es que existan los mismos temores que en la alta Edad Media, la del año mil, según el nivel de desarrollo de los pueblos.

El paso del siglo XX al XXI se inició con el temor de que los ordenadores paralizaran el funcionamiento cibernético del mundo moderno. El hoy famoso Y2K produjo más temor que daños. Al pánico del cambio de siglo, esta vez, hay que agregarle el del paso de un milenio a otro además de la tendencia ancestral a la superstición.

Realmente todavía hay testigos, pocos por cierto, del paso del siglo XIX al XX. Pero imaginarse uno del año mil, del primer milenio, habría que recurrir al juicio erudito de los historiadores, en este caso al del medievalista francés Georges Duby quien en una entrevista concedida a los periodistas Michel Faure, de la revista L’Express, y François Clauss, de la radio Europe 1, publicada bajo el título de Año 1000, año 2000: la huella de nuestros miedos (Editorial Andrés bello, Santiago de Chile, 1995), nos hace, de manera amena y con tono de quien vivió esa época remota, una comparación de un testigo presencial entre nuestros semejantes de entonces y los que poblamos el planeta hoy día.

Para Duby, comparar el miedo medieval al miedo de hoy es legítimo, pues los “hombres y mujeres que vivieron hace mil años son nuestros antepasados. Hablaban casi nuestro mismo lenguaje y sus concepciones del mundo no estaban tan distantes de las nuestras. Existen analogías entre las dos épocas, pero también diferencias, y éstas son las que nos enseñan”. Las diferencias las marcan los progresos no sólo técnicos y científicos sino también filosóficos. Durante los siglos XII y XIII, a su entender, los progresos materiales que manifestó el mundo, Europa, fueron de notable importancia, pero entre el siglo XIII y el XVIII hubo una suerte de anquilosamiento que lo muestra el hecho de que durante varios siglos las distancias eran las mismas. Con la aparición del tren, por ejemplo, se redujeron las distancias.

Del siglo XVIII en adelante el progreso, como se dice, no se ha detenido. La producción agrícola se ha desarrollado de manera fantástica con respecto a la del año mil. Lo que sí llama la atención es que existan los mismos temores que en la alta Edad Media, la del año mil, según el nivel de desarrollo de los pueblos. “El temor a la miseria”, uno de los temores obsesivos de la humanidad, se manifiesta menos en sociedades primitivas, como las de África, que en sociedades de países desarrollados. En esas sociedades llamadas primitivas se desarrolla la solidaridad con mayor naturalidad que la que se conoce en las llamadas desarrolladas. En éstas la solidaridad toma otros aspectos, pero en ocasiones puede adoptar el medieval. Duby, basado en documentos y descubrimientos arqueológicos, recuerda que en esa época “la mayoría de la gente vivía en una pobreza extrema”.

Pero también existía, como hoy, el “miedo al otro”. La diferencia entre el hombre de hoy y el del año mil consistía en que la irrupción del otro arrastraba consigo violencia y destrucción. Las invasiones de las hordas del este de Europa todavía se recuerdan como si hubieran sucedido ayer. Sin embargo, el miedo al otro que persiste hoy tiene otras características. El mundo desarrollado le teme a la miseria del otro. Le teme a que se le robe el trabajo.

En la Edad Media se les temía a las epidemias. Hubo algunas que exterminaron a casi la mitad de la población de Europa. Se consideraba que la peste y la lepra eran un castigo del pecado, como en los tiempos de Sodoma y Gomorra. Al leproso se le atribuía un apetito sexual extraordinario. El sida, para entender el temor medieval, podría ilustrar la creencia de antaño, pues a pesar del desarrollo científico de nuestras sociedades la aparición del sida en los inicios de los 80 fue vista como un castigo divino.

Georges Duby trata de dejar claro en su relato del año mil que en esa época de gran brutalidad se le temía también a la violencia. Una violencia que ejercían los que cobraban los impuestos, los caballeros que azotaban los campos y que, para controlarlos, la Iglesia trató de conducirlos por un medio menos salvaje. Sin embargo, la violencia de hoy se puede resumir en el genocidio de las bombas atómicas de 1945; esta violencia es mucho más cruel que la de aquellos tiempos.

Finalmente, el último capítulo de esta extensa entrevista aborda “El temor al más allá” y las diferencias entre el hombre medieval y el de hoy podrían diferir en el sentido de que otrora casi nadie dudaba de la existencia del más allá, vivía seguro de que existía la resurrección. Hoy se duda de la resurrección y la muerte se ha convertido en algo terrible. Sobre la protección del planeta los criterios han evolucionado. Al hombre del año mil no le preocupaba, pues, según Duby, el tema de la ecología “no se planteaba en un universo donde el poder de la naturaleza era, por el contrario, aterrador”. Estaban seguros de la desaparición de la especie humana y de que en un momento determinado todos estarían en el cielo o en el infierno.

La comparación que hace Georges Duby entre el año 1000 y el 2000, entre el hombre de entonces y el de hoy es la del historiador, pero también la del testigo del paso de un milenio al otro.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.