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Una herencia de Trujillo

Esos intelectuales al servicio del régimen se encargaron de mitificar todas las acciones de Trujillo. Le dieron a todos sus actos un valor de categoría histórica. Repitieron tanto aquello de la independencia financiera y de la supuesta superioridad militar sobre Haití que hay quienes deploran hoy los años “felices” de la Era.

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Una herencia de Trujillo

La idea que tienen los dominicanos de la dimensión geográfica y política de la República Dominicana es, en cierta medida, una herencia de la Era de Trujillo. No es una provocación. Me refiero a las consecuencias del modelamiento sistemático a que fue sometida la mentalidad dominicana.

Las dictaduras tienen necesidad de exaltar el sentimiento nacional para defenderse de posibles ataques de tipo ideológico. Tienen necesidad del mito, de la leyenda y del pasado. En una palabra, de la Historia.

La historia dominicana es rica. El azar quiso que la isla de Haití (o Quisqueya, como dice el himno nacional), fuera la primera que los españoles colonizaran. Cristóbal Colón, que padecía de la manía de los descubridores de dar un nuevo nombre a todo, la bautizó La Española. De allí se hizo toda la conquista del Continente, aunque otras islas y otros territorios sirvieran de intermediarios. En síntesis, Santo Domingo, la capital, es la primera de las Américas con todas las consecuencias que ser primogénita implica: primera Catedral, primera Universidad, etc., y otras primacías menos halagadoras que no es necesario recordar.

El esplendor de la isla fue corto, por no decir efímero. España dirigió su mirada hacia otras tierras. Perdió el interés por su primera colonia. La regaló a Francia. La recuperó sin quererlo y ni siquiera se dio cuenta de que el rector de la Universidad había decidido independizarla y colocarse bajo el protectorado de la Gran Colombia en 1821. No se dio cuenta de que Haití la ocupó durante 22 años. Y, para colmo, hubo que insistir mucho para que la Corona española aceptara la anexión que le proponían los dominicanos en 1861.

Los ideólogos del trujillismo —si se les considera como tales—, tenían conciencia del pasado de la isla. Muchos de ellos, aunque abogados de profesión, habían escrito textos de historia y de geografía. Y, dicho sea de paso, no es una casualidad que la historiografía moderna dominicana surgiera bajo los auspicios de Trujillo.

Esos intelectuales al servicio del régimen se encargaron de mitificar todas las acciones de Trujillo. Le dieron a todos sus actos un valor de categoría histórica. Repitieron tanto aquello de la independencia financiera y de la supuesta superioridad militar sobre Haití que hay quienes deploran hoy los años “felices” de la Era.

Treinta años de chauvinismo sistemático no desaparecen de la noche a la mañana. Mucho menos cuando la conciencia nacional necesita creer en la gran Nación que Trujillo y sus consejeros enarbolaban. Un ejemplo que puede ilustrar lo que precede, es la comparación recurrente, particularmente en estos momentos, entre la situación económica de Argentina en 2001y la que experimentó República Dominicana en 2003 podían compararse porque entre Argentina y nuestro país tenían los mismos recursos. No es preciso entrar en detalles sobre lo que representa ese país sudamericano para comprender que la comparación es producto del modelamiento, eficaz por lo demás, a que fue sometida la mentalidad dominicana por el régimen trujillista.

Nadie imaginaba, hace unos años, lo que sucedió en Argentina en los inicios del siglo; nadie se imaginaba tampoco que la moneda dominicana, hasta 1983 equivalente al dólar, iba y seguiría devaluándose como ha venido haciéndolo desde 1983; nadie podía imaginarse que ciertos alimentos de primera necesidad iban a alcanzarían precios tan altos. En fin, un diario acontecer nada halagüeño, pero llevado con el optimismo propio de un gran país con recursos suficientes para enfrentar cualquier crisis.

La idea trujillista sobre la dimensión política y geográfica de la República Dominicana sigue todavía su camino. Esta herencia es al mismo tiempo una suerte y una desgracia. Es una suerte porque algunos, para no decir la mayoría, mantienen la esperanza de que ese “gran” país que es República Dominicana saldrá airosa de cualquier crisis económica que se presente antes y después del Covid-19. La desgracia es que Trujillo no ha perdido vigencia y uno de sus descendientes ha tenido la osadía de presentar su candidatura a la Presidencia de la República y hasta con mejor apreciación que varios candidatos de tradición democrática y, como si no fuera suficiente, víctimas de la dictadura de Trujillo. Se han olvidado los años en que la vida no tenía valor alguno. Un olvido peligroso, sobre todo para un país democráticamente estable que parece añorar una de las dictaduras más terribles del Continente.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.