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Una novela “histórica” exitosa

Shakespeare dice que bueno es lo que bien acaba, pero esta máxima del famoso dramaturgo inglés no parece favorecer al autor de Enriquillo.

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Una novela “histórica” exitosa

Ninguna novela de autor dominicano ha tenido una recepción en la América hispánica como la que ha tenido, luego de su edición definitiva en 1909, Enriquillo, leyenda histórica dominicana de Manuel de Jesús Galván.

Extraño que un novelista tan poco prolífico, con sólo tres novelas cortas publicadas por entregas en El Oasis, un periódico de su época, alcanzara notoriedad literaria durante el siglo XX latinoamericano. No es difícil de entenderlo. Su éxito radica en la genialidad del autor dominicano para que, a pesar del subtítulo de su novela: leyenda histórica dominicana tanto especialistas de la literatura como simples lectores hayan tomado su Enriquillo como si se tratara del relato verdadero e histórico de las hazañas del primer cacique que enfrentó al conquistador español en América y no una obra de ficción basada en la Historia de las Indias de Bartolomé de Las Casas y de otros destacados cronistas de América.

Shakespeare dice que bueno es lo que bien acaba, pero esta máxima del famoso dramaturgo inglés no parece favorecer al autor de Enriquillo. Muchos de sus críticos sólo recuerdan que el reconocido novelista fue un ferviente colaborador de España durante el gobierno anexionista de Pedro Santana. No les interesa recordar que dedicó la primera edición completa de Enriquillo (1882), a Rafael María de Labra, presidente de la Sociedad Abolicionista Española ni que esta primera edición lleva también un prólogo del poeta indigenista dominicano José Joaquín Pérez; tampoco que la edición de 1909 incluía, a manera de prólogo, una carta de José Martí, padre de la independencia de Cuba, que no tomaba en cuenta el pasado hispanófilo de nuestro autor.

Nada peor para un crítico contemporáneo que juzgar una obra literaria con la ideología de hoy y no situarla en el contexto histórico y personal de su autor. No se le puede reprochar a Galván sus convicciones políticas de 1861 ni examinar su Enriquillo con la lupa de la izquierda revolucionaria de Latinoamérica y mundial, sino con el prisma literario como corresponde a toda obra de ficción.

El 93 o no es la historia de la Francia pre ni revolucionaria; tampoco Los tres mosqueteros ni El conde de Montecristo de Alexandre Dumas son novelas históricas aunque relaten episodios de la Francia durante la regencia del cardenal de Richelieu ni de los días que preceden al retorno de Napoleón, respectivamente. Si algún lector ingenuo toma estas obras como si se tratara de la historia de Francia es porque se ha dejado atrapar por el genio creador de los reconocidos novelistas del siglo XIX francés.Habría que leer a Galván como el creador de una exitosa novela basada en nuestra historia colonial que ha llegado a confundir a eminentes críticos de América que citan pasajes del Enriquillo como si se tratara de hechos acontecidos durante los primeros años de la conquista y colonización de la Española.

Habría que leer a Galván como el creador de una exitosa novela basada en nuestra historia colonial que ha llegado a confundir a eminentes críticos de América que citan pasajes del Enriquillo como si se tratara de hechos acontecidos durante los primeros años de la conquista y colonización de la Española.

García Márquez dijo en múltiples ocasiones que cuando un lector consideraba auténticos algunos de los hechos narrados en su fabulosa obra de ficción, se sentía muy complacido porque había logrado que su mentira fuera tomada por verdad.

Manuel de Jesús Galván no buscaba que su Enriquillo fuera tomado por la verdadera historia del cacique rebelde sino por una leyenda histórica dominicana, como explica el subtítulo de la novela. Todavía más, entrelaza maliciosamente citaciones de Las Casas con su narración para que el lector naïf no se dé cuenta de la trampa que el ingenioso escritor le ha tendido y muerda el anzuelo.

Galván al concluir su obra, consciente de que República Dominicana salía de una devastadora guerra por la restauración de la soberanía nacional, le colocó un epígrafe del español Manuel José Quintana con el que clama por una reconciliación entre dominicanos y españoles después de cuatro años de fieros combates: “Demos siquiera en los libros algún lugar a la justicia, ya que por desgracia suele dejársele tan poco en los negocios del mundo.”

No se conoce el verdadero nombre del cacique que obligó a Carlos V a escribirle una carta y pactar. No es cierto que Enriquillo se llamara Guarocuya, nombre formado por Galván con la raíz de Guaroa, otro indio rebelde, y el sufijo cuya que aparentemente, como sugiere Galván, marca el diminutivo en la lengua que hablaban los pobladores de la Española en los finales del siglo XV.

Hay que leer Enriquillo como lo que es: una ficción; analizarla con los instrumentos que nos ofrece la poética para entender por qué esta ficción histórica ha logrado tan extraordinaria recepción desde 1909. La poética es el método que analiza la obra literaria. Las ideologías no reconocen los artilugios de la ficción. Su prisma es limitado y efímero. El genio de los clásicos griegos ha prevalecido intacto per secula seculorum.

Por más histórica que nos parezca Enriquillo no podemos olvidar que se trata de una novela que, cuando la analizamos como Historia se nos convierte en ficción; cuando nos parece ficción es Historia.

Ahí radica, además de su genio literario, el éxito de Manuel de Jesús Galván.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.