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Semana Santa
Semana Santa

Una semana no tan santa

Ante el hecho histórico de la muerte de Cristo, la Iglesia advirtió la necesidad de celebrar litúrgicamente este hecho por medio de un rito memorial. La tradición oral se encargó del resto.

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Una semana no tan santa

Semana Santa, vida santa. Esa era, tiempo atrás, la consigna católica sobre la forma de conmemorar la pasión y muerte de Jesucristo. Eso significaba abstinencia de todo lo que significara goce, bajo cualquier modalidad, léase bailar, comer en exceso, tener relaciones sexuales, escuchar música, ir de paseo y bañarse en el río o la playa.

Consumir carne roja o alcohol el Viernes Santo era pecado más allá de mortal. Cualquier violación a estas normas exponía al responsable a castigos como convertirse en pez si se bañaba en un balneario o “quedar pegado”, en el caso de la relación sexual, aunque nunca se ha comprobado ninguno de esos fenómenos.

También estaba vedado trabajar y esforzarse demasiado, pues toda energía debía dedicarse a actividades religiosas y al noble propósito de reflexionar sobre significado del acontecimiento cristiano.

Para las nuevas generaciones, que aprovechan este asueto para darse un chapuzón, refrescarse bajo una palmera contemplando las olas o disfrutar del concierto de un artista popular el Sábado Santo, lo antes expuesto son leyendas urbanas, “cosas de viejos”, mientras la generación de sus abuelos presencia el bacanal en que se ha convertido la Semana Santa con justificado espanto.

Vale resaltar que un amplio segmento de la población sigue respetando el sentido de la Semana Santa y, por tanto, prefiere asistir a actividades religiosas y practicar viejos rituales sin salir de su ciudad. Otros optan por quedarse, aunque no precisamente por razones religiosas, sino económicas o simplemente para disfrutar del encanto de las urbes vacías.

Pero pretender que durante el asueto de Semana Santa toda la población se dedique solo a meditar acerca de la pasión y muerte de Cristo en su casa o en la iglesia, por justa, cristiana y sana que fuera la intención, es una utopía, pues la idea fue concebida para un mundo que ya no existe.

El asueto data de la época del emperador romano Teodosio, quien en el año 438 decretó en el Codex Theodosianus que los asuntos de Gobierno debían ser suspendidos durante los días santos.

La expresión Triduo Pascual, aplicada a las fiestas anuales de la Pasión y Resurrección, no se remonta a más allá de los años 30 del siglo XX, aunque a finales del siglo IV San Ambrosio hablaba de un Triduum Sacrum.

Ante el hecho histórico de la muerte de Cristo, la Iglesia advirtió la necesidad de celebrar litúrgicamente este hecho por medio de un rito memorial. La tradición oral se encargó del resto.

Desde entonces, mucho ha llovido sobre la humanidad y la conducta social, y profundos son los cambios en el mundo. Así, ante una mezcla apabullante de estrés, publicidad, mercantilización de los días no laborables, moda, esnobismo, religiones en crisis, competencia social o simplemente deseos de escapar de los horarios, el trabajo y los espacios harto conocidos, unos días libres resultan una oferta irresistible. Y de ahí el éxodo y sus consecuencias.

Entre estas se cuentan los balnearios, vuelos y destinos para vacaciones repletos, precios elevados, autopistas congestionadas, accidentes automovilísticos, casas vacías, ladrones que hacen su agosto, operativos de asistencia y rescate, y saldos trágicos.

Pero no hay religiones, advertencias ni peligros que detengan los ímpetus viajeros exacerbados en estos días, así que lo mejor quizá sea reinventar la tradición y motivar a quien quiera irse a lograr una coexistencia sana entre el disfrute de unos días libres, el descanso y la reflexión, estén donde estén, sobre el significado de la Semana Santa, sin excesos, con conciencia, con prudencia y en familia.

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