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Crisis venezolana
Crisis venezolana

Venezuela

La nación del libertador, del gigante latinoamericano, no merece vivir en el oprobio, la pobreza y escasez, ni en la tiranía. Su destino es de liderazgo continental iluminado, de guía entre pueblos bajo la coyunda inseparable de libertad y desarrollo.

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Venezuela

Venezuela es un país extraordinario, con una naturaleza portentosa. Es la tierra de un pueblo que, en periodos históricos diversos, supo acoger y apoyar en forma activa a los dominicanos cuando en el suelo patrio se había diluido la esperanza y la tiranía apretaba con sus garras las gargantas de sus hijos.

Nación admirable, de paisajes sublimes, montañas hermosas, praderas inmensas, en que el sentimiento de libertad se explaya hasta el infinito.

Hoy luce postrada, arrodillada, casi destruida, padeciendo los rigores de un régimen que no ha sabido conducirla.

Venezuela necesita que se produzca la reacción contundente y solidaria de sus pueblos hermanos, el apoyo sin vacilación ante la difícil lucha que libra contra un régimen de fuerza bruta, represión y abuso.

Y está urgida de restablecer los canales productivos, recuperar la iniciativa de inversión, crear empleo, riqueza, avivar el consumo, devolver la ilusión de grandeza que siempre la caracterizó.

La nación del libertador, del gigante latinoamericano, no merece vivir en el oprobio, la pobreza y escasez, ni en la tiranía. Su destino es de liderazgo continental iluminado, de guía entre pueblos bajo la coyunda inseparable de libertad y desarrollo.

No caben vacilaciones, ni dudas.

Es verdad que el Estado venezolano fue solidario con los estados caribeños, al concebir y ejecutar el programa de ayuda petrolera, en el tiempo en que el petróleo subía de precio sin cesar.

Es cierto que ofreció seguridad de suministro y financió la factura petrolera en el monto excedente de un precio fijado al albur, a plazo largo y en condiciones concesionales.

No es menos cierto que el pueblo dominicano tuvo que pagar más caro el petróleo que consumía, pues el precio interno se mantuvo alineado con el del mercado internacional.

Por tanto, el beneficiario de ese apoyo financiero no fue el pueblo, sino el gobierno dominicano, que pudo utilizar el monto de los recursos pagados a un precio alto por nuestra población por el consumo interno de combustibles, para llevar a cabo gastos corrientes, desprovistos de calidad y a veces de sentido.

Por esa vía, la “ayuda” se convirtió en hipoteca sobre la hacienda pública.

Se desaprovechó así una oportunidad de oro para reducir la dependencia del combustible importado y para fortalecer la estructura productiva.

Algo parecido ha estado sucediendo en los últimos años, en que los ahorros por miles de millones de dólares en la factura petrolera, provenientes del descenso de los precios internacionales del petróleo, tampoco han sido usados para fortalecer la inversión ni la capacidad productiva.

En aquel momento, al gobierno de Venezuela no le interesaba saber que la tal “ayuda” endeudaba al pueblo dominicano, cuya única utilidad era que el gobierno pudiera seguir gastando, sin ajustarse a un patrón de racionalidad.

Y no le interesaba saberlo porque lo importante era crear una coalición alineada con el proyecto político de “izquierda”, que aglutinaba a países del hemisferio, unidos por el cordón umbilical de la dependencia del petróleo.

Desde la óptica de los dirigentes dominicanos, el interés era manejar recursos financieros sin ataduras, para canalizarlos a gastos que reforzaran el clientelismo y la posibilidad de permanencia en el poder.

La ecuación terminó siendo: ayuda financiera a los gobiernos para profundizar los esquemas populistas y clientelares, a cambio de apoyo político en el escenario internacional al gobierno de Venezuela, empeñado en enarbolar un liderazgo continental y romper patrones en nombre de un socialismo que nunca cuajó, que ha ido derivando hacia el desastre y la dictadura, controlado por clanes militares.

Ese esquema de dominación política no dista mucho del que surgió después, con mayor desembozo, por conducto de Odebrect. ¡Oh ironía del destino!

Y todo esto en nombre de una posición de “izquierda” deslucida, solo de nombre y de siglas; que en vez de convertirse en factor de cambio, se ha prestado a serlo de regresión social, política y económica.

El gobierno dominicano haría muy mal si siguiera apoyando en el escenario internacional a un gobierno deslegitimado por sus acciones, en contra de los derechos humanos de su pueblo y del ejercicio democrático. Si lo siguiera haciendo, estaría yendo en contra del sentimiento de una parte muy amplia de su propia población.

Hay que romper la cadena que mantiene atado al Estado dominicano a una fidelidad que ha perdido significado. Es momento de estrechar filas con el pueblo venezolano, para que recupere sus derechos y pueda forjar su futuro en libertad.

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