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Crisis venezolana
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Venezuela: más república y menos sectarismo

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Venezuela: más república y menos sectarismo

Era sábado por la mañana en Bilbao, cerrábamos el Congreso Internacional sobre Paz, Crisis y Conflictos. Me habían precedido auténticos maestros de la Universidad de Deusto, sacerdotes Jesuitas que habían reflexionado por años sobre estos temas, incluso sobre la negociación como método. Empezamos el jueves por la tarde con ponencias magistrales sobre la importancia de superar los prejuicios y empezar “a ver al otro como un legítimo otro” (Maturana).

En la sesión final varios panelistas afirmaron “el problema de la Izquierda en América Latina es su incapacidad para negociar y asumir consensos”. Mis estudios sobre el tema matizan esa afirmación. La vieja tesis de Marx se basa en las contradicciones, en donde se aprecia el triunfo de uno de los factores como desenlace, pero con las nuevas concepciones científicas, la dialéctica se basa en la aplicación del principio de complementariedad y se une al pensamiento sistémico. Este principio se aplica a parejas aparentemente opuestas, que son complementarias: individuo-sociedad; público-privado; vacío-totalidad. Los fenómenos políticos, sociales y económicos implican disenso y consenso, persuadir y ser persuadido. Competir y cooperar. Eficiencia y equidad. Productividad y solidaridad.

La queja de la izquierda sobre los Diálogos Públicos estuvo basada en una concepción científica obsoleta, tal como expliqué anteriormente, pero tiene un fundamento práctico de gran importancia política. He tenido la oportunidad de afirmarlo en diversos foros y artículos, y lo resumo del siguiente modo: mucho acuerdo y poco consenso. La izquierda quiere más consenso y menos acuerdo. Es decir, más consenso sobre líneas democráticas de acción que impliquen un cambio del proceso mismo y de las políticas públicas basados en intereses sociales y menos acuerdos de cumbres basados en intereses económicos. Afirman que en los pueblos de América ha habido mucho acuerdo de elites políticas y económicas, pero no construcción de consenso en la base y con la base de la sociedad. En otras palabras, el triángulo de satisfacción de Jean Paul Lederach no se ha desarrollado en los procesos dialógicos, el cual implica la inclusión de las elites, de las organizaciones de la sociedad civil y por supuesto, de la base del triángulo de la sociedad, las organizaciones populares.

Hoy esa izquierda chavista ha dado la razón a algunos panelistas de Bilbao, y quien más sufrirá las consecuencias, además del valeroso pueblo venezolano, será esa izquierda latinoamericana que pretende ser democrática y aspira a llegar y mantener el poder por esa vía. El domingo pasado se hizo evidente que los controles absolutos de las fuerzas armadas leales a Nicolás Maduro han trancado el juego. “No hay ganadores al costo de dañar una de las mejores herencias políticas del presidente Chávez, la Constitución Bolivariana y la institucionalidad parlamentaria diversa y representativa del estado de opinión de los Venezolanos, que ella garantiza... perderá la República y la democracia amenazadas como siempre por sus enemigos de izquierda y de derecha...” , afirmaba el sociólogo y político Alejandro Abreu en las redes sociales.

Por su parte, el politólogo Omar Pérez reflexionaba: “El origen del mal es el mismo, continuismo y medidas arcaicas como el control directo generalizado de precios, fijación de tipos de cambio arbitrarios. Chávez empezó esto, y en el 2009 decidió ir tras el poder a cualquier precio... me convencí totalmente de que en Maduro no hay nada que contrastar con Chávez, Maduro es producto de un árbol que nació torcido, sin posibilidades, el mismo Chavismo. Este “ismo” es simplemente la disposición torcer las instituciones tanto como sea necesario en busca del continuismo...”.

Sea que los herederos de Chávez hayan matado el chavismo, sea que su visión nació vieja, obsoleta, caduca con el propio Chávez, el gran perdedor es el mismo pueblo venezolano y toda la izquierda latinoamericana que busca el camino democrático para instalar en libertad una visión más solidaria, justa e incluyente de los pueblos de América. Como le afirmé a un grupo de educadores liderados por el padre Jorge Cela en Guatemala hace unos años: “Los pueblos que mejor negocian y manejan sus diferencias en forma productiva, son los pueblos que más progresan en forma sostenible. El diálogo democrático es un camino para construir más república y menos sectarismo, a partir de la síntesis creadora de opuestos aparentemente irreconciliables.”

Nelson Espinal Baez. Associate MIT-Harvard Public Disputes Program. Universidad de Harvard.

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