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Vuelcalatas

“Resultó divertido para estos tiempos de aburrimiento cotidiano, por lo menos para mí, que me quedo sola en la casa, deambulando, haciendo oficios, inventando qué cocinar. No todos los días puede una declararse en huelga y convertirse en tumbalatas.”

Diantres, Malincosa, qué lustre te has dado con los diálogos víricos. —Abimbaíto, no me provoques. Estoy en contra de celebrar el Día de Reyes Magos fuera de fecha y de significado histórico religioso. Distorsiona la efeméride. Si seguimos así, rememoraremos la pascua asando un lechón en agosto. O recordaremos el nacimiento del Mesías engullendo en las carnestolendas un mofongo de Moca o un pipián.

Tienes razón, Malincosa.

—Siendo así, me declaré en huelga de oficios y me dediqué a enviar fotos y correos electrónicos. Y a recordar la visita que en días pasados hicimos al restaurante Tumbalatas.

Malincosa, y qué de particular tiene ese restaurante.

—Es simple, con pretensiones de alcurnia. El menú se escanea con el celular, a lo cual me opongo. Exijo un menú físico. La clientela no siempre está enganchada en las redes.

Pero, Malincosa, aunque bien podrías llamarte Marina, ¿acaso hay complicación alguna en manejar un simple celular?

—Abimbaíto, para que una pareja vea el menú se necesita un celular por cada comensal. Hay que leerlo en pantalla y recordarlo. Dudé sobre quién debería ser inteligente, si el celular o el usuario. Cuando se pasa de una sección a otra, una se olvida de lo que vio y de lo que quiere pedir. Se borra en la pantalla y ni que decir en la mente. Por tanto, solicité un bolígrafo y papel para ir apuntando.

Malincosa. ¿La comida estuvo buena?

— Elegimos catibiítas tainas (no había de ciguapitas); mondonguito con arroz blanco para Engel, mofonguitos y tostoncitos para mí. En diminutivo, al igual que las raciones servidas. Hace años que no los comemos en casa. La peladera de plátano verde no entra dentro de mis oficios confinados. Para beber, tuvimos que ordenar una cerveza extranjera rara; la que una desea tomar nunca la tienen, sobretodo si es criolla. Gajes del oligopolio cervecero y permisividades incomprensibles de las autoridades.

Son platos criollos suculentos, ¿es verdad, Malincosa?

—¿Cómo te explico, Abimbaíto? Vino la camarera, venezolana, y preguntó, “qué tal todo”. Respondí: “Muy bien y muy rico, lo único es que las catibiítas no son catibías, no se parecen a las que conocemos; el mofonguito viene en dos conitos muy monos, pero no sabe a mofongo; los tostoncitos estaban normales y yo que los esperaba en espirales”. Terminé pidiendo una hoja de comentarios y ¡oh contradicción! me trajeron uno de los mantelitos de papel.

Malincosa, deberías saber que en la virtualidad las cosas son lo que no parecen y parecen lo que no son.

—Escribí que la venezolana debería hacerse un moño, pues me daba gusarapos ver ese “pelo bueno” al aire y yo con el mío rizado por el tremendo aguacero que aguanté.

Malincosa, a eso le llamaban envidia.

—No es mi caso, Abimbaíto.

¿Y te salió barata la gira gastronómica?

—Ahí, ahí. Todo estaba presentado con imaginación, para ser, como es, un sitio tumbalatas.

Y cómo le fue a Engel.

— Tuvo que devolverse. Me entretuve charlando y riéndome con tres nuevas amigas que encontré en la mesa de al lado, distanciadas, con mascarillas, todas sentadas en la terraza al aire libre, por si las moscas (por cierto, no había ninguna). Querían pedirle que nos sentáramos a tomar un café, pues estaban disfrutando muchísimo con mis comentarios. Eso le da “rabia pandémica” al doctor. Le revienta mi espontaneidad. Una de sus expresiones hacia mí, en confinamiento, es decirme “qué sentido del humor, ni sentido del humor, ¿tendrás tú acaso sentido del humor?”.

Raro tu marido. ¿El restaurante es de alterne?

—No ombe, no. Eran médicos. Mi marido y ellas intercambiaron tarjetas de presentación. Una calzaba botas cortas, negras, y no lucía femenina. Pensamos que tenía que ser “salida del closet” y que probablemente llegó en su motor Harley Davidson. Pero no, es médico militar. ¡Qué chasco para los que somos de pensamiento ligero cuando se trata de las apariencias del prójimo! Ellas pedían que nos quedáramos un rato más para seguir riéndonos. Estuve tentada. Hay pocas ocasiones de reír en medio de tantas tensiones y estoy dispuesta a hacerlo hasta con los extraños que encuentro en el camino.

Malincosa, ¿será falso aquello de que se goza con poco?

—Resultó divertido para estos tiempos de aburrimiento cotidiano, por lo menos para mí, que me quedo sola en la casa, deambulando, haciendo oficios, inventando qué cocinar. No todos los días puede una declararse en huelga y convertirse en tumbalatas.

P.D. Feliz 2021 a todos; bendiciones, cuídense y que termine pronto la pesadilla del virus.

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Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.