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Las estaciones del año y de la vida

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Las estaciones del año y de la vida

Siempre he asociado las estaciones del año con las etapas de la vida humana. Pensar en la primavera, verano, otoño e invierno es recordar la niñez, adolescencia, juventud, adultez, vejez. Son periodos diferentes pero significativos y hermosos. Cada uno tiene sus encantos.

La niñez y adolescencia son como la primavera. Una etapa linda, fresca, juguetona, traviesa. Un crecer, florecer, con un desborde de espontánea, ingenua y picara alegría.

La juventud es pleno verano. ¡Ardiente!. Lleno de luces, sol, calor, que impulsan a vivir de prisa, algo desordenado, interponiendo cosas, cambiándolas de lugar, dejándolas por doquier, sin pensar mucho. Es desbordar energía. El sol brillante, ilusiones, suspiros, definen el rumbo. Es un constante correr, tropezar, caer, levantarse, ¡Soñar y aventurar!.

La adultez es entrar al otoño. Luego de un agotador verano, es un secarse el sudor, ir más despacio. La brisa suave, la caída de las hojas de los árboles, invitan a la reflexión profunda, ponderar las metas y las vías para llegar a ellas. Es orden, disciplina, colocar cada cosa en el lugar deseado, es pensar en el trabajo, familia, sociedad y futuro. Es sosiego.

La vejez, es puro invierno. Ha caído tanta lluvia, nieves y los vientos son tan fríos, que no hay más alternativa que recogerse, ser cuidadoso, detenerse. Se lleva sobre los hombros, no solo el peso de los años sino de las vivencias de las demás estaciones, la carga de afanes y ajetreos vividos. Esa montaña de experiencias, ese manantial de nostalgias, obligan al caminar pausado. La vejez es, indiscutiblemente, el invierno de la vida. Es hacer de si mismo un refugio que puede ser acogedor o deprimente, dependiendo de cómo vivimos las estaciones anteriores. Es un cerrar el ciclo, pasar balance y evaluar los frutos de las siembras.

Cualquiera de estas etapas, tiene pinceladas de las anteriores. Así como en el invierno sale el sol, en cualquier verano, llueve. Tenemos ancianos picaros y jóvenes muy sobrios. La madurez también puede ser prematura. Hay quienes por temor, comodidad, ignorancia u otros motivos, se detienen en una de estas estaciones y no avanzan. Pierden el mágico encanto de las otras. Es obvio, que las estaciones están interrelacionadas. No hay forma de pasar por una sin recordar las otras.

Dependiendo de la siembra, serán los frutos. Es por eso que en cada etapa, debemos evaluar las acciones y rectificar errores. La primavera y el verano como la niñez y juventud, pasan tan rápido que no dan tiempo a valorarlo, solo disfrutarlo. El otoño es para emprender, dinámico, ¡Adorable!, interesante, largo. El invierno, la vejez, por el montón de experiencias acumuladas, es una etapa de sabios consejos, juicios serenos, balance definitivo. De hecho, muchos escriben sus memorias.

En naciones como Alemania, vejez es sinónimo de privilegios. Los ancianos se desplazan como modelos en pasarelas, exhibiendo con orgullo haber pasado todas las etapas, mientras otros no saben si lo lograrán. Además, para ellos es sinónimo de ocupar lugar preferencial en todo y de que deben ser respetados y cuidados, especialmente por el gobierno.

Tras recorrer las estaciones, hay muchas lecciones aprendidas. Adquieren mas sentidos, las verdades de que la vida termina y lo material queda. Las enseñanzas mas contundentes son, que saber vivir es disfrutar sin hacerse daño a si mismo ni a los demás. Es sentir la íntima satisfacción de estar en paz con la conciencia y de haber hecho aportes para una sociedad más humana, justa y alegre. Esa es la mejor herencia que podemos dejarles a los hijos y la humanidad.

Terminado el ciclo, el paso siguiente es morir. El cuerpo es solo un recipiente del alma. Como los árboles, con tantas tempestades, pierde fuerza, brillo, belleza, se agota. Morir es detenerse, dormir, desaparecer físicamente. Es hacer un viaje sin retorno hacia el mas allá. Es pasar a lo sublime, divino, al descanso eterno. Confieso que siento gran curiosidad por conocer esa parte misteriosa de la vida. No le temo, La presiento fascinante, interesante, diferente. Por algún motivo, no hay regreso. Sólo pido a Dios que ese viaje sea rumbo a ese mundo ¡tan maravilloso! de que vino a hablarnos su hijo, Jesús.