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Ángel Miolán: en elogio de la libertad

La lucha de don Ángel Miolán por la libertad dominicana y su labor pionera como abanderado contra la opresión y la tiranía, no ha sido aún todo lo suficientemente ponderada.

Hace días que tengo en la cabeza la figura, el hablar pausado, casi solemne, el estruendo histórico que fue don Ángel Miolán. Percibo que ha sido olvidado y que, tal vez, ninguna calle, ninguna escuela, ningún recinto público, lleve su nombre. Es una injusticia que debe repararse. Tuve una profunda amistad con don Ángel, conocí a viva voz, en largas conversaciones, los detalles de su vida política antes, durante y después del exilio, y sólo guardo para aquel hombre ilustre, que vivió siempre con modestia tan singular, un respeto inviolable que llega casi hasta la veneración.

Cuando Ángel Miolán, junto a Ramón Castillo y Nicolás Silfa, cumpliendo una misión que les encomendara Juan Bosch, arribaba al viejo aeropuerto dominicano de Punta Caucedo, el 5 de julio de 1961, la mayoría de los dominicanos ignoraba la trascendencia de aquel momento histórico en que un trío de luchadores antitrujillistas se abría paso, no sin temores y dudas, para iniciar la construcción del camino de la libertad que el pueblo anhelaba y que, a su vez, desconocía en su más cabal expresión.

Miolán había sido el primero a quien Juan Bosch había llamado desde Costa Rica para comunicarle el 31 de mayo la muerte de Rafael Leonidas Trujillo, y el primero, entre los altos dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano, que había recibido la encomienda de reagrupar a los cuadros de dicha organización en el exilio para estudiar las estrategias pertinentes frente a la nueva situación política en República Dominicana. Un mes después, ya Ángel Miolán estaba en las tierras dominicanas que había abandonado desde la lejana década del treinta.

Miolán había nacido en Dajabón en 1912, y desde ese panorama biracial que forma nuestra frontera con Haití, comenzó a observar y conocer el drama múltiple de su población y su desesperanza. Vivió en Haití porque su padre mantenía negocios en la parte occidental de la isla, y a temprana edad pudo formarse una idea clara y precisa de los avatares haitianos y de la lucha diaria de nuestros vecinos por la supervivencia.

Miolán regresó de Haití para establecerse en Santiago de los Caballeros, adonde su familia lo enviaría para continuar sus estudios, justo cuando Trujillo y Estrella Ureña comandaban la conjura de 1930 contra Horacio Vásquez, que terminó con la instalación de la férrea dictadura del entonces Brigadier del ejército dominicano. Un año después, ya Miolán estaba iniciándose en la lucha contra Trujillo, al participar en una rebelión contra el dictador en estreno, que primero se sustentó en el estudio de las Ciencias Políticas y en la denuncia directa de la situación reinante frente a sectores diversos de la sociedad, pero que luego buscó terminar prontamente con la vida del Brigadier, fracasando la conjura y obligando a Miolán a exiliarse en Haití, mientras sus demás compañeros eran encarcelados, y otros huían del país. Aunque Trujillo reclamó insistentemente su extradición y las autoridades haitianas lo confinaron durante varios meses en presidios de Port-au-Prince y Cap Haitien, Miolán pudo finalmente, en el temprano año de 1934, viajar a Santiago de Cuba donde inició su carrera de exiliado que se extendería por unos largos 27 años.

La lucha de don Ángel Miolán por la libertad dominicana y su labor pionera como abanderado contra la opresión y la tiranía, no ha sido aún todo lo suficientemente ponderada. Miolán, dueño de una modestia impresionante, dio a conocer los episodios de su vida política en unas memorias que publicara cuando ya tenía 82 años de edad y cuando toda su contribución a la causa de la libertad reclamaba –y sigue reclamando- una evaluación objetiva para desentrañar sus valoraciones más distintivas y fijar sus alcances.

Ángel Miolán fue un roble augusto de nuestra libertad, un luchador tenaz en la creación de nuestra democracia y un fiel y respetuoso líder de nuestras contiendas civiles por la restauración de la fe en nuestros destinos como nación. Sus memorias, publicadas en 1995 y que tuve el honor de prologar, no se completaron. Anhelaba su autor llevarlas a cuatro volúmenes que, al parecer, no logró concluir. Esas memorias, la parte que conocimos, realizan un profundo periplo por las interioridades de una vida cargada de experiencias dignas de ser no solo contadas, sino igualmente compartidas. En su vida de juventud encontraremos los prolegómenos de su amor por la causa de la libertad y su desprecio por los hombres que se conducen por los trillos del irrespeto a la libertad de los demás. Sus primeras incursiones políticas las hizo junto a Rafael Estrella Ureña, hasta que comenzaron sus experiencias contra la dictadura de Trujillo que lo obligaron a salir al exilio y regresar a la patria ya maduro, humanamente hablando. En el destierro, se integró a la Cuba del posmachadato, estuvo entre los fundadores del Partido Revolucionario Dominicano, y en el México revolucionario estuvo ligado a Lázaro Cárdenas y Vicente Lombardo Toledano, de quien fuera su secretario personal. En Venezuela, desarrolló amistad política con Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Carlos Larrazabal y otros grandes líderes políticos y culturales del continente. Nada me resultó más atractivo en mi pasión por los conocimientos históricos que escucharle hablar de la labor del grupo de avanzada del PRD, sus entrevistas con Joaquín Balaguer y Ramfis Trujillo para acercar a la república a una vida democrática, sus relaciones con el candidato de 1962, Juan Bosch, para quien organizara una de las estrategias políticas más exitosas de la organización electoral en nuestro país, y el líder con quien decidiera luego romper sus relaciones políticas. Este hombre de fina inteligencia, de cultivada cultura y de gran don de gentes, respondía siempre cualquier pregunta nuestra desde una visión y desde una experiencia excepcionales.

Para mi generación, Ángel Miolán es un hombre de múltiples facetas en el trajín de nuestra historicidad. Yo le conocí a muy tierna edad, doce años, cuando le vi llegar a mi pueblo natal probablemente en uno de los meses finales de 1961. Recuerdo haberlo acompañado en medio de un pequeño grupo que se le unió en el momento en que bajó de un automóvil para recorrer varias cuadras a pie hasta llegar al parque Ramón Cáceres donde encabezaría una manifestación a favor de la libertad dominicana. No fueron muchos los concurrentes, porque para entonces la Unión Cívica Nacional era la organización que congregaba las mayores multitudes de rechazo a los remanentes del trujillato. Llovía aquella mañana y Ángel Miolán rechazó la oferta de una señora que le ofrecía un paraguas para protegerlo de la lluvia. El mitin se realizó sin mayores tropiezos, aunque las huestes locales de los “paleros” de Julián Suardí rondaban la plazoleta amenazadoramente.

Dos años después, yo era, a mis catorce años de edad, miembro activo de la Juventud Revolucionaria Dominicana y me tocó sentarme junto a este gran hombre en un almuerzo que se celebró en el Hotel Matúm, de Santiago, con el cual se clausuraba un congreso de la JRD, en pleno gobierno de Bosch. Unas dos semanas más tarde ocurría el madrugonazo del 25 de septiembre. De ahí en adelante, fue otra la historia del país, del PRD y de don Ángel Miolán. Volví a tratarle más de cerca años después, siendo él presidente del Ateneo Dominicano y yo encargado de las relaciones internacionales de esa añeja institución. Miolán realizó allí un vasto programa de realizaciones culturales y de reconocimientos a muchos prohombres de nuestra cultura. En los últimos años de su vida, esa amistad se amplió y consolidó, y yo cada vez que tenía la oportunidad de conversar con él sentía la cercanía de un hombre de extraordinarias vivencias, de profundas convicciones, dueño de una historia que merece ser conocida. A sus 82 años fue cuando decidió contar su vida en libro. Yo lo presenté entusiasmado en un acto sencillo celebrado en el desaparecido Instituto del Libro, en la arzobispo Nouel. Sus mejores años lo entregó a la causa de la libertad dominicana, libertad que nos encaminó por una nueva senda, en medio de insatisfacciones y desvaríos, pero que nos hizo de nuevo nombres y mujeres esperanzados en una mejor vida, para que de esa lucha por la libertad resultasen seres humanos mejores. Como la frase de Manuel Azaña: “La libertad no hace felices a los hombres, los hace, sencillamente, hombres”.

Hace días anda conmigo el recuerdo de don Ángel. Y cuán honrado me siento de haber tratado de cerca, con su siempre generosa amistad, a una de las personalidades más impactantes de nuestro destino nacional, olvidado y disminuido en su rol libertario tan injustamente.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.