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Arciniegas y la Aventura Americana

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Arciniegas y la Aventura Americana
Portada del libro Biografía del Caribe.

A Germán Arciniegas lo conocí, literariamente, recostado en una amable vitrina de librería, en el despertar libertario de los dominicanos, cuando las portadas de los libros de los autores proscritos por la dictadura asomaban su rostro luminoso, engalanando las calles y abriendo nuevos horizontes al pensamiento. Sus títulos, verdaderos desafíos a la aventura intelectual, eran registrados en la retina adolescente como antes lo fueran los llamativos carteles de las películas que se proyectaban en las salas de cine. Estimulando entonces la sed de lectura, más allá de las aulas enclaustradas.

Biografía del Caribe (1945), Editorial Sudamericana de Buenos Aires, América tierra firme, Ercilla de Chile y Entre la libertad y el miedo (1952), editado por Cuadernos Americanos de México que dirigía Jesús Silva Herzog (autor, a su vez, de los dos tomitos Breve Historia de la Revolución Mexicana impresos por Fondo de Cultura Económica), fueron los libros de mi contacto temprano con el estupendo historiador y ensayista polifacético que fuera Germán Arciniegas. Por demás, todo un personaje casi centenario (1900-1999) de incesante quehacer.

Un estilo de escritura sencillamente cautivante, mezcla de dominio elegante de la lengua y conocimiento erudito del dato. Ideas claras, hilvanadas con soltura en tesis macizas acerca de la aventura americana. Visionada ésta como crisol de etnias originarias forzosamente mezcladas con el filo del metal de rudos conquistadores, la cruz de frailes misioneros, una masa variopinta de colonizadores, esclavos africanos, culíes asiáticos, peregrinos religiosos, migraciones de todo tipo. Fraguada en un proceso convergente de historias múltiples.

El encuentro de dos mundos, Europa y América, triangulado por el tráfico trasatlántico del cargamento humano africano en los galeones, sería temática obsesiva del perspicaz Arciniegas. Explorando creativo sus ricas y complejas dimensiones a ambos lados de los continentes y las islas. Lenguas, economía, arquitectura, gobierno, religión, nociones geográficas y botánicas, se amalgaman en el amplio registro del historiador americanista. Que incluye el intercambio de plantas y animales, con los aportes vegetarianos de la papa, el maíz y el tomate americanos a la barriga del Viejo Mundo. Y la contribución carnívora europea al Nuevo Mundo con el cerdo, el vacuno y el caballo. Multiplicados como conejos en las inmensas praderas de América.

Un vector que cruza la obra de Arciniegas –más de 60 títulos publicados y centenares de artículos- es el de la lucha por la libertad. Sus textos sobre Bolívar, un tema recurrente, y la revolución de los comuneros de la Nueva Granada, revelan su visión de la independencia americana, conjugación de movimientos populares y conducción a cargo de caudillos militares criollos surgidos de la élite.

Otro medio de contacto con Arciniegas y su obra fue Cuadernos, órgano en español del Congreso por la Libertad de la Cultura que dirigió en los 60, publicado desde 1953 en París con oficinas en rue de la Pepiniere, cuyos números distribuía aquí Librería Amengual. Allí aparecían sus artículos, junto a textos de Sartre, Bertrand Russell, Madariaga, Borges, Uslar, Asturias, Gallegos, Guillermo de Torre, Luis Alberto Sánchez, Damián Carlos Bayón, Haya de la Torre. Del país, algún ensayo de Bosch y poemas de Rojas Abreu. En septiembre de 1965 se publicó el número 100, un monográfico dedicado a pasar balance a América Latina. Fue el último.

Con la valentía e independencia de juicio que caracterizó a este humanista liberal, la condena desde Cuadernos a la ocupación militar del 65 a Santo Domingo no se hizo esperar. Una revelación de la revista Ramparts de la Nueva Izquierda de EEUU en 1967, dando cuenta que el Congreso por la Libertad de la Cultura, al igual que otras organizaciones surgidas al calor de la Guerra Fría, recibía fondos oficiales norteamericanos a través de fundaciones privadas, provocó la clausura de sus actividades.

Pese a ello, algunos proyectos se reciclaron, ahora con fondos de la Fundación Ford. En Chile, la oficina del Congreso que solía frecuentar devino en la de ILARI (Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales), que distribuía las revistas Aportes, de ciencias sociales, y Mundo Nuevo, esta última a cargo del reputado crítico literario uruguayo Emir RodrIguez Monegal, uno de los especialistas en Neruda.

En las páginas de opinión de El Caribe aparecía la columna sindicada del colombiano, para quien nada humano le era ajeno. Como lo patentizan sus sabrosas crónicas de viaje recogidas en títulos como Italia, guía para vagabundos, Entre el mar rojo y el mar muerto: Guía de Israel, Estancia en Rumanía, Medio mundo entre un zapato.

En el otoño de 1977 conocí personalmente a mi admirado Germán Arciniegas, gracias a una invitación del embajador y poeta Enriquillo Rojas Abreu –el querido Quillo, entonces director del Departamento Cultural de la Cancillería. La cita fue en el Palacio Nacional y el anfitrión el presidente Balaguer, quien había establecido amistad con el escritor durante su estancia en Bogotá a mediados de los 40 cuando oficiaba como jefe de nuestra legación diplomática y el colombiano encabezaba el Ministerio de Educación. Fue una noche especialmente grata, con condecoración incluida.

En su segunda visita al país, nuevamente Arciniegas fue condecorado en diciembre del 88 por el presidente Balaguer con la Orden de Cristóbal Colón, en una sobria ceremonia en el Palacio, ocasión en la que ofreció una conferencia sobre el encuentro de ambos mundos en la experiencia americana ya cercana al V Centenario. Entonces tuvimos más oportunidad de compartir en encuentro aparte. La suya fue parte de un formidable ciclo de charlas palaciegas en el cual colaboramos junto a Manuel García Arévalo y Ramón Lorenzo Perelló. Por el mismo desfilaron el venezolano Arturo Uslar Pietri, el peruano Luis Alberto Sánchez, el argentino Enrique Anderson Imbert, y el italiano Paolo Emilio Taviani, uno de los principales biógrafos de Colón.

En octubre de 1990 nos volvimos a encontrar en Santiago de Chile, en el Hotel Carrera Hilton, en ocasión de la celebración del congreso de las comisiones nacionales del V Centenario, cuya ceremonia inaugural en la antigua sede del Congreso de Chile contó con la presencia de los reyes de España, Juan Carlos y Sofía, y el presidente Patricio Aylwin, recién instalado en el poder tras 17 años de dictadura pinochetista. La delegación dominicana la integraban Eugenio Pérez Montás, José Chez Checo, Manuel García Arévalo y José del Castillo, a la que se sumó el servicial embajador Francisco Carías Dominici. El historiador y diplomático español, el entrañable Vicente González Locertales, fue de hecho otro miembro.

Al encontrarnos a la primera en el lobby del hotel, donde Arciniegas, con 90 años a cuestas, se hallaba sentado en un sofá junto a su solícita hija Gabriela, le espeté: “No tema, don Germán. No soy portador de una invitación del doctor Balaguer para que usted reciba una tercera condecoración”. Rió de buena gana y me dijo: “Pero no crea, estaría dispuesto a volver a su país para ser condecorado de nuevo por mi amigo Balaguer”. Como me comentara socarronamente, en presencia de Manolito García Arévalo, en respuesta a una pregunta sobre los años colombianos del diplomático dominicano: “Ese doctor Balaguer en Bogotá era muy enamoradizo”. Aludiendo con ello a las tertulias literarias que se celebraban en casa de unas hermosas hermanas, a las que acudía Balaguer en ánimo conquistador.

En la semana que compartimos el programa del congreso con Arciniegas y Gabriela, atento a sus intervenciones formales en el cónclave y participando en mágicos encuentros coloquiales con este lúcido y dinámico intelectual, reforzamos la convicción de que estábamos ante un fenómeno único, americano. De erudición iluminada, gracia angelical en el arte de la conversación inteligente. Y voluntad de acero.

Nuestro hombre se doctoró en Derecho en la U. Nacional, destacándose en el movimiento estudiantil por las reformas. Fue diputado por el Partido Liberal y ejerció el periodismo en El Tiempo, que dirigió. Pródigo, además, en la fundación de revistas culturales. Los gobiernos liberales de Eduardo Santos y Lleras Camargo lo tuvieron en su gabinete como ministro de Educación. Fue diplomático en Londres, Buenos Aires, embajador ante Italia, Israel, Venezuela y la Santa Sede. Presidió la Academia Colombiana de Historia entre 1980-94 y el Comité Nacional del V Centenario.

Entre 1947-57 se incorporó a Columbia University como docente, donde trabó relación con el refugiado vasco Jesús de Galíndez, profesor de esa institución, secuestrado en marzo de 1956 por agentes de Trujillo. Cuya tesis doctoral, La Era de Trujillo: un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana, publicó la Editorial del Pacífico en Chile. Un año antes Cuadernos Americanos de México incluyó el texto de Galíndez “Trujillo el Benefactor: Un reportaje sobre Santo Domingo”.

Arciniegas siempre tuvo a Santo Domingo muy pendiente, “donde todo comenzó” en América.

jmdelcastillopichardo@hotmail.com