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Así se marcha la gente, tan sencillamente

René Rodríguez Soriano falleció el pasado martes 31 de marzo en Houston, Texas.

He hecho cálculos en las horas siguientes a su muerte y me he asombrado al comprobar que nuestra amistad, sin una sola fisura, había cumplido en el 2019 justo cuarenta años. En diciembre pasado desayunamos juntos para repasar la vida y sus afluentes. Se hizo costumbre desde hacía tiempo que me llamase antes de venir al país para que pusiera en agenda nuestro encuentro. Siempre traía un libro, o dos, con sus dedicatorias que eran una auténtica ofrenda a la amistad y a la devoción por las letras. En los últimos años, su ya larga y consolidada bibliografía había crecido con nuevos libros, antologías, entrevistas y reediciones de sus primeras obras.

Había adquirido sus dos primeros libros, ambos de inolvidable recuerdo: “Raíces con dos comienzos y un final” (Taller, 1977) y “Textos destetados a destiempo con sabor de tiempo y de canción” que salió bajo el sello editorial de La Gaviota que, probablemente fue un engendro suyo. De su primer libro él hizo una nueva edición en 1981, cuatro años después. Me platicaría un día que ésa era la mejor, pues logró corregir, y aumentar, la primera entrega de este poemario. Para entonces, y por un tiempo más, su firma llevaba los dos apellidos juntos.

René Rodríguez Soriano se convirtió en un poeta rompedor. Era el antipoeta en su más precisa talladura. Visto hoy, se anticipó a muchos poetas nuestros y extraños en una nueva manera de enfocar y estructurar el poema. Frank Báez, Homero Pumarol, algunos más, algo deben a la poesía del joven constancero que, cuando lo conocí, tenía 29 años de edad. Y si algunos poetas “urbanos” que en España hacen furor y que a mí me dislocan –dichosamente- sus licencias, hubiesen conocido la poesía de René tal vez lo hubiesen tenido como precursor. Hablo de Defreds (“Casi sin querer”), Patricia Benito (“Primero de poeta”), Luis Ramiro (“Rojo Chanel”), Carlos Salem (“Con un pájaro de menos”) y la inefable Irene X (“El sexo de la risa”). De ellos, Salem es argentino pero vive en España desde hace más de treinta años. Tal, René como anticipador de estos movimientos que, otrora, alguien hubiese llamado al castizo modo, de vanguardia. Vaya usted a saber.

Luego, fueron llegando los otros. “Canciones rosa para una niña gris metal” (1983) inauguraba una forma editorial, a más de que continuaba lo que ya era santo y seña del poeta: ese dejar al poema deslizarse por los credos del amor, pero no del amor en la forma consabida de los románticos, o de los postumistas, o de los sorprendidos. El amor desde un resurgir sin hipocresías ni acartonamientos ni rememoraciones de juegos florales. El amor insurrecto. Con otro perfume. Con nueva bandera. Un amor y un decir poético como lo explica Irene X, donde se hurga la herida hasta que no moleste la sangre, un poema donde “se entra con bisturí y alicates dispuestos al sudor y la borrachera”. Y desembarcó “Muestra gratis” (1986) que creo sigue siendo uno de los libros de mayor originalidad editorial que se haya conocido entre nosotros. Entonces, yo andaba en la tarea de comentar libros y René se me mostraba como una novedad en un espacio literario que ya había comenzado a gestionar la poesía de los ochenta sin darse cuenta que René les estaba construyendo su antítesis. Había nacido, desde su tercer libro, el Colectivo de Escritores...Y Punto! que, originalmente, incluyó junto a Rodríguez Soriano a Pedro Pablo Fernández, Aquiles Julián y Raúl Bartolomé. No escribieron proclama generacional, pero se fueron una noche a leer sus poemas a la Biblioteca Nacional, específicamente el viernes 18 de abril de 1986. Y lanzaron su decir que, con los años, tomó variados rumbos en cada uno de ellos.

René abandonaría la poesía y se descubre cuentista en 1986, el mismo año en que publica “Muestra gratis”. En verdad, volvería a la poesía, sorpresivamente, 21 años después, en 2007, con un pequeño poemario donde rememora a sus ancestros, y al año siguiente gana el Premio de Poesía UCE con “Rumor de pez”. Su poesía había llegado a su fin. El periodo narrativo se había desarrollado desde que apareció aquel juego cortazariano –una de sus fuentes nutricias- que tituló “Todos los juegos el juego”. De ahí en adelante, la huella. Cuento y novela forjarían el acarreo hacia las nuevas perspectivas de la palabra y su seducción. Entonces, Julia fue fragor y jornada sobre los mandos de la dicha, del viento libre, de las tardes llenas de palomas y de la resurrección del amor contrariado que se erguía sobre los hilos del azar. Y así, con Laura, con Luisa, con Amalia, con Nathalie, con algunas más, aunque siempre la culpa terminó siendo, hasta hoy, de Julia.

Una mañana de 1989 subí a Constanza junto a René, Carmen y sus hijos, aún pequeños, para presentar su libro “No les guardo rencor, papá” que él se empeñó con toda razón en resucitar en los últimos años. Enriquillo Sánchez había estado antes que yo en la montaña, acompañando a René para la presentación del mismo libro, pero esa es una historia que no voy a contar aquí. Enriquillo fue un duende de la sorpresa y de la crónica jacarera. Y fue mucho más, incluso mucho más de lo que realmente fue. René y yo nos suscribíamos como sus fan. Esa primera edición, muy modesta, trajo mi presentación que luego desapareció en las reediciones siguientes, porque en principio eran tres relatos, el último de los cuales daba título al libro. Posteriormente, el autor decidió llevar el tercero de esos cuentos a una especie de noveleta. René gustaba -como otros importantes escritores hicieron lo mismo en la historia de la literatura- volver a rearmar sus historias, darle nuevos bríos, relanzarlos con renovados toques de imaginación y estilo. Y, entonces, “No les guardo rencor, papá” dejó de ser el libro de tres cuentos para correr como texto narrativo con vida propia. Digamos, una novela breve. Un relato, por cierto, que siempre le dije a René, y lo mantengo, es uno de los más importantes de la narrativa dominicana y el que a mí, como lector, me impregnó de imágenes de las que se graban en la memoria para siempre quizás. Tal su calidad y la capacidad narrativa de René. Cuando un narrador logra que un lector fije en su conciencia una historia o instantes de la misma que no se fugaron, que no se ausentaron con el final de la lectura, es un narrador de esos que llaman con garras: cierto, depurado, convincente, con forma que al fondo otorga su decir rotundo.

Y ya, podríamos decir, tan a la usanza común, el resto es historia. La narrativa de René surcó rumbos audaces. Se internó en laberintos que no habían sido entreverados. Caminó a caballo entre la revelación ficcional y el efectivismo narrativo. Permeabilizó la realidad experimental y la dirigió hacia sus propios fines. Recreó, racionalizó, comprimió, aumentó y desestabilizó la narración para exponerla a las nuevas vibraciones, con vigor imaginativo, con un estilo que no tenía antecedentes locales, y con una configuración estructural totalmente diferente. Su lenguaje poético y narrativo atravesó muchas fronteras y quedó invicto. Ese es su mayor legado, su divisa frontal, su camino profundo por las letras que fueron su armazón, su refugio, su fortaleza.

Como si apurara el paso, en los últimos años la escritura de René comenzó a agigantarse con ediciones y reediciones en varios puertos, libros de conversaciones de él con otros, de otros con él; selecciones de su inolvidable impronta poética, reunión de sus relatos, antologías para elevar a sus coetáneos, sus letras vueltas y revueltas [comentarios de textos ajenos que lo convirtió en un prosista de diseño], y así, recordemos que hizo dúo con Ramón Tejada Holguín y Plinio Chahín, años ha.

René, el otro, el primero, gnomo del sueño y de las tardes de sábado y de la bohemia ilustrada, escribió aquello que resuena siempre en nuestra conciencia delirante y mortal: “Así, se marcha la gente, repentinamente, como quien se va...así, los libros leídos se quedan perdidos, otros los leerán...” Así, tan sencillamente, como respirar, como una partida a medio jugar. Ni el René de San Pedro de Macorís, ni el René de Constanza, desde estadios diferentes, han de ser olvidados. René, el primero, sigue siendo una constante, una leyenda viva. René, el siguiente, renacerá en su obra y en su útil, vital y consagrada guía para vertebrar un eslabón distintivo y fundamental en nuestras letras. Sus libros no se quedarán nunca perdidos. Así, tan sencillamente.

René Rodríguez Soriano falleció el pasado martes 31 de marzo en Houston, Texas. Residía en Estados Unidos desde hacía 22 años. Publicó más de 30 libros. Es la primera víctima del Covid-19 en las letras dominicanas. Tenía 69 años de edad.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.