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Bernardo Vega, inquisitivo y renacentista

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Bernardo Vega, inquisitivo y renacentista

Cuando Bernardo Vega pronunció una conferencia en 1966, a los estudiantes de la Universidad Católica Madre y Maestra, en Santiago, sobre el sistema monetario dominicano y las funciones del Banco Central, yo tenía dieciséis años y hacía el bachillerato en el liceo secundario Domingo Faustino Sarmiento, de Moca. A la patria del autor de Facundo o Civilización y Barbarie, partiría días después el economista y futuro historiador, becado para realizar estudios en Buenos Aires.

Sarmiento no fue solo escritor, sino también un político activo que llegó a ocupar un cargo similar al que desempeñaría en Santo Domingo Pedro Henríquez Ureña, el de Superintendente de Educación, ascendiendo a la presidencia de la nación argentina en 1868. De él diría precisamente don Pedro, que “tenía el ímpetu romántico pleno, la energía de la imaginación y el apasionado torrente de palabras, junto con viva percepción de los hechos y rápido fluir de pensamiento. Pero con todos esos dones –acotaría nuestro inmortal humanista– Sarmiento no se resignaba a quedarse en mero escritor, sólo pensaba en servir a su patria argentina, a Chile, a toda la América Española”. Y es que Sarmiento fue educador, activista cultural, historiador, ministro, director de diarios, fundador de sociedades literarias, diplomático, constante viajero, polemista, y entre otras actividades, hizo las veces de economista empírico, fomentando la explotación minera, proyectos de colonización agrícola, leyes impositivas que mejoraran la economía de su país, constructor de puertos y ferrocarriles, y en especial en su mandato se creó el Banco Nacional de Argentina.

Guardando distancias de personalidades, épocas, nacionalidades y trascendencia, he recordado a Sarmiento y posicionado a Bernardo dentro de ese marco de multiplicidad de haberes y trayectorias que llevó a don Rafael Herrera a calificar a nuestro historiador y economista como “hombre del Renacimiento por su variada aptitud, por su múltiple capacidad de acción, invención y descubrimiento, por su donosa, aguda y despejada capacidad de escritor”.

Las memorias que Bernardo Vega viene publicando, y cuyo segundo tomo acaba de presentarse, patentizan la aseveración de don Rafael en tanto las mismas nos muestran de forma ampliada no sólo las diferentes facetas en la vida del autor en el campo de la economía o de la evaluación histórica, sino también la variada integración de su personalidad en tareas diversas, su presencia tenaz y de pensamiento activo en importantes momentos vividos por nuestra sociedad en los años siguientes al final de la Era de Trujillo, y de modo particular, su desempeño pionero en importantes estrategias, encomiendas gerenciales, observaciones y pronósticos que constituirían en su momento, y servirían después, para orientar iniciativas y corregir desaciertos fundamentalmente en el ámbito económico y financiero.

En el primer volumen de sus Intimidades en la Era Global, el autor recorre esos que son, sin duda alguna, los episodios fundamentales de la vida: los orígenes familiares, la infancia, los recuerdos de adolescencia, los estudios, los amigos, las primeras inquietudes políticas, los primeros artículos, su estancia en Cabo Rojo y su trabajo en la Alcoa. Justo en un año difícil, de gestas, como el de 1959, en que comenzaba ya a producirse la agonía de la dictadura, Bernardo acababa de instalarse como el primer economista dominicano. No había otro con ese título profesional en el país.

A los 24 años de edad, el economista bisoño que se estrena en los antípodas dominicanos como era entonces la fronteriza y lejana Pedernales, debuta como elector. Su generación no conocía de elecciones libres y la democracia era tan solo un concepto que anticipaba esperanzas, sin barruntar las disyuntivas que el proceso generaría. Votaría por Juan Bosch y se instalaría como el primer profesor de economía en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Además, llegaba Cynthia a su vida y se preparaba para fijar su atención en todas las coordenadas de la nueva vida política dominicana. Así termina el primer volumen de sus memorias, para desarrollar en el segundo ocho años de intenso ejercicio profesional, que abarcan desde otro año difícil, sin gestas, 1963, cargado de premoniciones y una aventura cuartelaria que infringió una herida profunda en el derrotero democrático de la nación, hasta 1971. O sea, los años de los siete meses de Bosch en el poder, del Triunvirato, de la revolución abrileña, de la intervención norteamericana y del primer gobierno de Joaquín Balaguer.

Comienza el Bernardo Vega inquisitivo. Había sido crítico del Consejo de Estado y lo sería de gobiernos y personalidades posteriores a ese periodo. La historia, como exploración vocacional no llega aún a sus propósitos de vida, pero comienza a hacerle guiños. Por ejemplo: conocerá a Nicolás Mogan, un yugoeslavo que vivía en el piso superior del apartamento donde residía junto a su esposa, en la calle Vicini Burgos con avenida Independencia. Mogan es uno de esos personajes extraños de nuestra historia secreta. Lo mencionan en sus memorias tanto Rafael Molina Morillo como José Rafael Molina Ureña, dando cuenta del sujeto que parecía ocupar espacios en la vida política del país, de forma subrepticia. Bernardo lo veía con frecuencia pues era su vecino. No lo trató, pero observó a Juan Bosch subir las escaleras para visitarle. Y entonces, Bernardo ofrece lo que a mi juicio podría ser su primera primicia como historiador, aunque en aquel momento no acertara a descubrirlo. Escuchó a Mogan hablar por teléfono con una mujer que vivía en el extranjero, quien parecía estar refiriéndole “temas muy comprometedores”, y Mogan le reclamó que “esas cosas no se hablan por teléfono”. Bernardo supo entonces que aquel hombre podía ser un “agente de inteligencia”. Y se pregunta en sus memorias: “¿Lo sabía Bosch y lo utilizaba para que precisamente los americanos se enteraran sobre sus planes? ¿Lo desconocía? Nunca lo supe. Después de la caída de Bosch, Mogan desapareció del escenario político dominicano”.

Desnudando los sucesos históricos que marcaron la época y con una narrativa de los acontecimientos nacionales y de sus episodios personales, el autor va reconstruyendo la memoria incesante de sus días. Recurre a sus recuerdos que son muy diáfanos, pero también a las anotaciones de historiadores y a la fuente privilegiada de los archivos norteamericanos a los que tuvo acceso. Vega ha sido actor y espectador a la vez de la historia dominicana posdictadura y nadie debería escamotearle que, en su función de historiador, ha proporcionado informaciones a sus numerosos lectores y a la historiografía dominicana de valor sin cálculo, cardinales en el conocimiento, enjuiciamiento y valoración de los episodios que vertebraron los cauces grises de la dictadura y las elevaciones y ocasos de momentos esenciales de la vida social, económica y política del país. El segundo tomo de sus memorias, que planea completar en cinco volúmenes, revela aspectos que consideramos capitales en el encauzamiento de las normativas económicas de una sociedad que comenzaba, después de treinta años, a manejarse bajo nuevas directrices y amparos. Creo que es el elemento clave de esta obra en su segunda entrega. Pero, al mismo tiempo, es en esta etapa donde surge el historiador tras el economista primerizo que abre caminos y establece huellas, y por tanto, la historia, y la política como su terreno más feraz y resuelto, le persigue y obliga a forjar señalamientos con los cuales no podrá entenderse tal vez, el proceso económico que el autor franquea con robusta perspicacia y vehemente coherencia.

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