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Borges-Bioy: Conversa Íntima

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Borges-Bioy: Conversa Íntima
Jorge Luis Borges y Bioy Casares.

Jorge Luis Borges (1899-1986) y Adolfo Bioy Casares (1914-1999), dos destacados escritores argentinos a quienes conocí en 1969 al despuntar la primavera porteña en una memorable tarde de autores en la Librería El Ateneo, mantuvieron durante cinco décadas una entrañable y fructífera amistad. Relación que los llevó a compartir ambientes sociales y literarios, a ser parte del elenco autoral de la afamada revista Sur editada bajo el mecenazgo de Victoria Ocampo, colaborando en la producción de crónicas policiales con el seudónimo de Bustos Domecq y en la preparación de textos del calado de La antología de la literatura fantástica. A finales del 2001, el semanario español El Cultural avanzó algunos fragmentos de un diario que Bioy llevaba desde 1947, en el que registraba pasajes de sus conversaciones con Borges. Material que en 2006 se convertiría en el monumental Borges, un grueso ladrillo de 1664 páginas.

Para disfrute de comensales atraídos por la literatura que se cuece –como la vida misma- en mundillos no exentos de copucha, como dicen en Chile, de tijeras filosas feroces que destrozan reputaciones, recelan de colegas, se burlan y descalifican, hemos seleccionado algunos registros. Desfilan escritores como Flaubert, Shakespeare, Proust, filósofos como Francisco Romero, íconos del tango como Gardel, autores argentinos como Mujica Láinez, Roberto Arlt, Ricardo Molinari, pasados por la criba borgiana. Devorados en sesiones de sobremesa parlanchina por estos dos eruditos maravillosos, quienes desgranan sus reales opiniones en diálogo íntimo despreocupado.

«1952. Martes, 6 de mayo. Borges me habló de un artículo que hace años Francisco Romero publicó en “Sur”; en él nuestro mayor filósofo llegaba a la conclusión de que las dos operaciones esenciales y tal vez únicas de la actividad humana eran unir y separar. Borges comentó: “Es un presocrático. Tiene todo el pasado por delante”.

Viernes, 30 de mayo. Habló de Flaubert: “A pesar de lo mucho que se esforzaba por escribir, las frases no le salían bien. Cae, como Lugones, en un estilo burocrático que apaga el interés del lector. No trata de ser interesante; la impresión que da no es de impulso, sino de insistencia en una materia ingrata. Después de leer La tentación de San Antonio a sus amigos, le dijeron que debía dejarse de asuntos grandilocuentes, que debía buscar una historia chata. Para contestar a esos amigos escribió Madame Bovary. Qué idea de la literatura y del arte. Llegó hasta a buscar la casa donde habían vivido Bouvard y Pécuchet. Qué diferencia con Henry James. Cuando a James le contaban una historia que le parecía que le daba tema para un cuento, una vez que había oído lo esencial acallaba a los narradores: no quería oír demasiadas explicaciones ni detalles; con lo esencial trabajaba su mente y un tiempo después producía un cuento. Un método más lúcido que el de Flaubert”.

1953. Domingo, 30 de agosto. Hablamos de Shakespeare. Dice que en literatura fue un amateur, the divine amateur; lo compara con Dante, verdadero literato. Recordó que las piezas de teatro no se consideraban literatura: las escribían de cualquier modo, con argumentos ajenos y hasta confusísimos. [...] Bioy: “Tal vez si se hubiera cultivado y esmerado, quizá habría perdido esa inflamada y feliz elocuencia, que es probablemente la mejor de sus virtudes. Cuando quiere ser un escritor, en los sonetos, se pierde en antítesis y en sutilezas fútiles”.

Domingo, 10 de noviembre. Hablo con Borges. Ayer estuvo en casa de Ricardo Rojas, con la comisión de la Sociedad de Escritores; había allí mucha gente, que iba a saludar a Rojas, porque se cumple el cincuentenario de la publicación de su primer libro. Borges: “La casa parece un museo: un museo dedicado a él mismo [...] Aquello era muy oscuro. Le di la mano y comprendí que había cometido una gaffe. Había que abrazarlo. ¿Te das cuenta? Abrazarlo porque hace cincuenta años que publicó un libro del que debería avergonzarse. ¿Viste los sonetos que publicó hoy en “La Nación”? Son pésimos.

1955. Martes, 14 de junio. Hablamos de Proust. Yo le dije que lo que me parecía muy acertado en Proust era la inseguridad de la posición –social, económica– de la gente. “En la primera parte de una frase –exageré– se insiste sobre la solidez de una persona; en la segunda parte, se muestra un precipicio por el que esa persona puede desmoronarse. Se muestra la fragilidad de las fortunas, de las posiciones sociales”. Borges: “Sí, está muy bien. Muestra los seres dependiendo unos de otros. Describe una sociedad en la que todo tiene importancia, en la que los seres pueden progresar o hundirse por acciones aparentemente intrascendentes. Pero la describe con perspicacia”. Bioy: “Una sociedad horrible frecuentemente es el tema de los novelistas franceses actuales, pero estos libros modernos dan una impresión de sordidez; Proust, no”. Borges: “En Proust siempre hay sol, hay luz, hay matices, hay sentido estético, hay alegría de vivir”.

Domingo, 22 de julio. Borges: “En una reunión el conde pederasta y escritorzuelo Witold Gombrowicz declara: Yo voy a decir un poema. Si en cinco minutos nadie propone otro tendrán que reconocer que soy el más gran poeta de Buenos Aires”.» Se refiere al polaco radicado en Argentina, autor de Ferdydurke –que leí en Chile gracias a Fillo Nadal- y de un Diario mordaz de su estancia rioplatense.

«Miércoles, 12 de diciembre. Habló de Roberto Arlt: “Era muy ingenuo. Se dejaba engañar por cualquier plan, por descabellado que fuera, para ganar mucha plata, a condición de que hubiera en él algo deshonesto. Por ejemplo se interesó en el proyecto de instalar una feria para rematar caballos, en Avellaneda. El verdadero negocio consistiría en que clandestinamente cortarían las colas de los caballos, venderían la cerda y ganarían millones. Era comunista: se entusiasmó con la idea de organizar una gran cadena nacional de prostíbulos, que costearían la revolución social. Era un malevo desagradable, extraordinariamente inculto. No sabía hacer absolutamente nada. Me explicaron que sólo en El Mundo supieron aprovecharlo. Le encargaban cualquier cosa y después daban las páginas a otro para que las reescribiera”.

De Ricardo Molinari dijo: “Amenazó con no seguir escribiendo si no le daban el premio de poesía. Si no le daban el premio, ya verían, él se declararía en huelga y todo el mundo saldría perjudicado”. De Guillermo de Torre dijo: “Recorrió América. No trae de todo el viaje una experiencia memorable, una frase quotable [citable]...Únicamente trajo esta observación sobre [Alfonso] Reyes, no sé si memorable: Se ha dejado crecer la barba. Como es de estatura tan baja, parece un gnomo”.

1957. Viernes, 14 de junio. Borges me refiere: “Durante la comida, continuamente Mujica Láinez venía de su asiento a nuestra parte de la mesa. El propósito de estos viajes, que Mujica no ocultó, era tocar la nuca de un muchacho que lo emocionaba. “Se parece a Belgrano”, exclamó Mujica Láinez. “¿Usted, Manucho, admira a Belgrano?”, preguntó Wally Zenner. “¿Cómo no voy a admirarlo? –replicó–: con esos muslos y con esas caderas”. Borges comentó: “Va Manucho al Museo de Luján y todas las antiguallas reviven. Manucho no mira los cuadros fríamente; es un contemporáneo de lo que está mirando”.» Alude al coqueto amanerado autor de Bomarzo y Misteriosa Buenos Aires, apodado Manucho, a quien conocí junto a Borges, decorado de pedrerías.

«Lunes, 2 de septiembre. Me refiere que Miguel, su sobrino, compró en estos días una segunda biografía de Gardel, de quien es muy devoto. “Ay –exclamó Miguel–, qué golpe. Se llamaba Gardez y había nacido en Provenza”. Borges: “Le contesté que hubiera sido peor que fuera bávaro, o belga, o suizo; que uno pudiera preguntarle: ¿De qué cantón es usted?”. Borges: “Nunca lo vi. Una vez fui con Mastronardi a un cinematógrafo, a ver La batida, con George Bancroft; anunciaron que Gardel iba a cantar al final: nos fuimos sin oírlo, porque no queríamos que el efecto del film se nos arruinara”.

Yo dije, y mi padre confirmó, que durante mucho tiempo Gardel cantó vestido de gaucho. Era la época de Gardel-Razzano. Mi padre: “De aspecto, Razzano, a pesar de las dos zetas, era un poco mejor”. Borges: “La cara de Gardel era la típica cara del otario. Malevo, sí, pero malevo sonso. Quien tenía ese mismo tipo de cara, estúpida y abundante, era Florencio Sánchez. Bioy: “A mí, Gardel nunca me gustó mucho como cantor de tangos. Lo vi y no me dejó ningún buen recuerdo... De los cantores de antes me gustaba Alberto Vila: cantaba admirablemente “Agua florida”. Hablamos de la posibilidad de hacer una biografía de Gardel, en la que se dijeran cosas inconvenientes, como sin darse cuenta (que era provenzal, un troubadour, que se llamaba Gardez, que era el zorzal francouruguayo).»

Y así, estos dos malevos, como juego de chiquillos, se mofaban de todo.