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Brujas del Caribe

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Brujas del Caribe
Bruja caribeña.

En el recién celebrado XII Congreso Dominicano de Historia sobre el Gran Caribe en el Siglo XVII –todo un exitazo dedicado a doña Vilma Benzo de Ferrer con excelentes conferencias magistrales y ponencias sobre la economía, la política y la sociedad de la época–, me llamó singularmente la atención un panel con sendas presentaciones de dos académicos puertorriqueños sobre el funcionamiento del tribunal de la Inquisición de Cartagena de Indias. Establecido en 1610 con jurisdicción que abarcaba Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá, Centroamérica, Cuba y Santo Domingo. Con chispeante sentido del humor –una nota estimable en eventos en los que se debaten temas en tono regularmente grave–, los historiadores Albeyra Rodríguez Pérez y Pablo Crespo Vargas hicieron las delicias de los concurrentes al exponer los casos de hechicería y brujería juzgados por el tribunal hasta mediados del siglo XVII.

Un tema sumamente interesante que ya tuvo en la obra del eminente polígrafo chileno José Toribio Medina un aporte monumental con sus libros fundamentales sobre la Inquisición en Filipinas, Chile, Lima, México y Cartagena de Indias, que estos autores actualizan en lo que respecta a este último tribunal. Para Crespo Vargas, el Caribe, con su diversidad de grupos étnicos procedentes de variados orígenes, ha sido caldo propicio de cultivo de cuanta superchería se pudiese imaginar. Atravesando con su influjo todo el tejido social, de arriba abajo, sin excluir a monjes atrapados en la comisión de crímenes de fe, entre otros cargos como los impulsivos pecadillos de la carne.

Con metodología impecable –clasificando cronológicamente a los reos por tipos de delitos imputados, lugar de procedencia, edad, ocupación, grupo étnico, pena aplicada en las condenas–, los expositores hicieron desfilar una multiplicidad de casos ilustrativos de las prácticas perseguidas y juzgadas por la iglesia católica y el poder imperial español, en su interés por controlar las creencias mágico religiosas y sus consecuencias sociales, así como por preservar la verticalidad de su autoridad en los territorios americanos colonizados.

Un generoso obsequio del Dr. Crespo Vargas de dos obras de su autoría (La Inquisición española y las supersticiones en el Caribe hispano, siglo XVII y El Demonismo en el Caribe hispano: Primera Mitad del Siglo XVII), junto a las notas tomadas de su brillante presentación, ayudan a documentar esta historia, enfatizando el vínculo de nuestro Santo Domingo con dichas prácticas castigadas por el Santo Oficio.

Resalta la portuguesa Isabel Noble, residente en Cartagena con amplia clientela, juzgada en 1614 y reincidente en 1622, por practicar la hechicería para realizar conjuros amorosos, empleando frases de la consagración y sortilegios con agua, sal y habas. Condenada a destierro de las Indias, la pena le fue conmutada. En el segundo juicio recibió como castigo 200 azotes y el destierro efectivo.

De los casos de hechicería investigados por el autor la mayoría correspondía a personas blancas (15 españoles, 8 criollos y 2 portugueses), mientras que otros 7 eran mulatos y uno negro. En cambio, con relación al delito de brujería, la presencia de negros (10) era mayor, con asistencia de un mestizo y otro mulato. Esta diferencia se atribuiría a una calificación etnocéntrica por parte del tribunal español, que clasificaba como demoníacas las prácticas mágicas ejecutadas por las etnias africanas, mientras daba un trato más benigno a la hechicería y los encantamientos de los peninsulares y criollos.

Predominando las mujeres en la comisión de estos delitos, caracterizados por la profesionalización como modo de vida de sus oficiantes, el autor observa un juzgamiento más indulgente en los casos de damas de cierta condición social, por demás peninsulares y una noble criolla, las que fueron condenadas a penas económicas, liberadas de la humillante exposición pública. Cargas por demás que les fueron liberadas o reducidas al mínimo por el Consejo Supremo de la Inquisición al estimarlas excesivas. En cambio, nos recuerda Crespo, “las brujas, las mulatas, las negras y las criollas de escasos recursos no corrían con tanta suerte. Todas eran expuestas a la vergüenza y la humillación del público general”.

Es la historia de Luisa Sánchez, una mulata cubana de Bayamo, por añadidura esclava, acusada de pertenecer a una secta de adoradores del demonio, de convertirse en una grulla y practicar la brujería. Cargos que negó, obligando a los inquisidores a aplicarle tres sesiones de torturas mediante el suplicio del “potro”, que dieron por resultado la reiteración de la negación. De Cuba también provino el esclavo negro Antón Carabalí, bajo cargos de pacto y adoración demoníaca, preparación de pócimas y conjuros, declarado culpable. Y el esclavo Francisco Angola, con acusaciones similares, ahorcado en su celda.

Varias criollas habaneras pasaron por el proceso en Cartagena, imputadas por sortilegios y conjuros, elaboración de pócimas de hierbas poderosas, de hacer bailar escobas, mejorar la suerte de la clientela y resolver sus asuntos amorosos. Siendo una de ellas, de origen puertorriqueño, acusada de oficiar como hechicera maestra de otras, lo que agravaba su situación.

“De la isla de Santo Domingo –nos dice Crespo–, solamente se presentaron dos causas de fe. Ambas por hechicería. La primera fue la de Jusefa Ruiz, mujer negra de cuarenta años de edad que hasta ese momento no se había casado. Fue llevada al tribunal como bruja, pero terminó siendo procesada como hechicera. Este proceso inicia con doce testificaciones. La primera de estas indicaba que Jusefa Ruiz había ido con otros alegados brujos a desenterrar un niño que murió al nacer para entregarlo como ofrenda al demonio. En el proceso, la testigo observó que Jusefa Ruiz y sus acompañantes se transformaron en animales y realizaron vuelos nocturnos –‘habiendo balado el negro como cabra y la rea y la otra cacareado como gallinas... se levantaron en el aire y volaron por encima de las paredes... llegó esta rea el cuerpo en figura de ratón–.

“No obstante, los inquisidores creyeron o corroboraron la versión de la rea de que estas acusaciones ya se le habían realizado en el arzobispado de Santo Domingo. Allí, según Jusefa Ruiz, el obispo le había dejado en libertad por no poder probar que la supuesta bruja realizaba vuelos nocturnos, ni entregaba niños como sacrificio.” Condenada por hechicería, en lugar del delito más grave de brujería, fue sentenciada a 200 azotes y a destierro.

Conforme a Crespo Vargas, Jusefa admitió ante el tribunal sus conocimientos sobre yerbas medicinales usadas para beneficio de sus clientes por paga, negando los demás cargos, entre los cuales figuraban conjuros al diablo para resolver entuertos de amores, con invocaciones a Satán para retornar a la casa al sujeto descarriado. “Diablo cojuelo yo te conjuro que me lo traigas del corazón y del pulmón y del riñón.”

Un segundo caso fue el de la mulata Bernarda Álvarez, acusada por 16 testigos de “haber hecho suertes y conjuros y dado yerbas de bienquerer... y de haber dado polvos para matar un hombre”, una de sus especialidades, la de los polvos venenosos. Admitidos los cargos, fue condenada a 100 azotes, 4 años de destierro y 2 de servicio en un hospital para pobres.

Otra procesada por hechicería por el tribunal inquisitorial de Cartagena de Indias originaria de Santo Domingo habría sido Isabel de Barrientos, de ocupación ama de casa. Consignada por Crespo como residente en esta ciudad colombiana, mientras otro autor la ubica radicada en Santo Domingo.

En una relación elaborada por nuestro autor, aparecen Ana Ma. Robles, de 30, mulata de Santo Domingo residente en Cartagena, al igual que la negra Luisa Domínguez, de 26, e Isabel Márquez, mulata radicada en Santo Domingo. Todas procesadas por brujería. Mientras que Paula de Eguiluz, de 33 años, negra nacida en Santo Domingo residente en Cartagena, es considerada como la personalidad de mayor trascendencia en el especializado oficio de “consultoría de artes mágicas” en esa ciudad. A quien acudían en solicitud de sus servicios “una inmensa cantidad de personas, que incluían a funcionarios gubernamentales e inquisitoriales”.

¡Vámonos de aquelarre con nuestras queridas brujas!

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