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Crisis en las monarquías europeas

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Crisis en las monarquías europeas
"La Libertad guiando al Pueblo", Delacroix, 1831.
Cuando se estudia la historia de la revolución haitiana y de las revoluciones independentistas hispanoamericanas, los textos generalmente mencionan la Revolución Francesa como punto de partida de la primera, y destacan la invasión francesa a España en 1808 como momento de arranque de las otras.

Estos señalamientos son esencialmente correctos, pero por la parquedad con que a veces son mencionados, dejan a muchos lectores con el deseo de una explicación más completa y más compleja.

Si se observa el panorama general del período en que ocurrieron estas grandes transformaciones sociopolíticas americanas, y se analizan sus causas, la conclusión obligada es que hay que explicarlas dentro del escenario más amplio de la historia europea y, más particularmente, dentro de lo que algunos han llamado la crisis de las monarquías europeas o del sistema monárquico europeo.

Sin entender esa larga crisis, no es posible entonces explicar la ocurrencia de los dos grandes procesos revolucionarios americanos que nos convocan hoy en este congreso.

Como sistema político la monarquía europea se mantuvo incólume hasta el estallido de la Revolución Francesa, pero sus fundamentos ideológicos y su legitimidad hacía mucho tiempo que estaban siendo erosionados por una poderosa corriente racionalista que cuestionaba el derecho divino de los reyes, y sostenía que la soberanía descansaba en la voluntad popular.

Estas ideas cristalizaron trece años antes del comienzo de la Revolución Francesa, y esto no ocurrió en Europa, sino en América, con la declaración de independencia de las trece colonias norteamericanas que se convirtieron en una república independiente en 1783 con el nombre de Estados Unidos.

Aunque mucha gente lo sabe, no siempre se menciona que el republicanismo norteamericano tuvo un gran impacto ideológico en el constitucionalismo revolucionario francés, y que ambos miraron bien lejos hacia el pasado, tratando de encontrar modelos de organización jurídica en la antigua Roma republicana.

También mucha gente sabe que los dos años que siguieron a la "toma de la Bastilla" fueron de una intensa agitación social y política en las colonias francesas en las Antillas, y que esa agitación vino a agravar las numerosas contradicciones existentes entre las distintas clases sociales de esas colonias.

En Saint-Domingue, en Martinica y en Guadalupe, todos hablaban y discutían, en aquellos turbulentos meses, las ideas de igualdad, libertad y fraternidad, y cada quien reclamaba sus derechos repitiendo la consigna de que "todos los hombres nacen libres e iguales en derechos".

Lo que ninguno pensaba, ni decía, era que los negros esclavos tenían derechos o los merecían y, sin embargo, los esclavos oían hablar de esas libertades y de esos derechos que la Revolución traía al pueblo de Francia, y así, cada uno a su manera, asimilaba lo que serían también los principios ideológicos de su propia revolución antiesclavista.

Las inmensas contradicciones en el seno de la sociedad francesa, así como entre los franceses que vivían en Saint Domingue, Guadalupe y Martinica, y entre los soldados y oficiales enviados a reprimir las simultáneas rebeliones de mulatos, blancos y negros, culminaron con la abolición de la esclavitud a partir de 1793.

Solamente en Saint-Domingue pudieron los esclavos sostener esta conquista de manera permanente, ya que la guerra europea entre Francia y Gran Bretaña se trasladó a las Antillas y convirtió a Guadalupe y Martinica en campos de batalla, permitiendo a los ejércitos de ambas potencias revertir la emancipación de los esclavos en esas islas.

La guerra contra la Gran Bretaña no fue la única que libró Francia a partir de la decapitación de Luis XVI, ni el derrocamiento de la monarquía fue un hecho súbito, pues antes de que este evento se produjera los revolucionarios franceses experimentaron, en 1791, con una primera Constitución que establecía una monarquía limitada, esto es, una monarquía constitucional, en la cual el poder descansaba en la nación francesa, representada por su Asamblea Legislativa.

Famosos son los hechos que llevaron a la caída de la monarquía francesa, entre ellos el intento de Luis XVI de huir de la vigilancia revolucionaria, la creciente impopularidad de su esposa austríaca, María Antonieta, y las clandestinas comunicaciones de ambos con los enemigos de la Revolución en Prusia y Austria, cuyas tropas trataban de invadir el territorio francés para restituir a Luis XVI con plenitud de poderes en el trono.

La igualmente creciente oposición de las monarquías vecinas al régimen revolucionario francés y a la exportación de la idea de una monarquía limitada en Europa, solamente sirvió para radicalizar a los ya radicales asambleístas jacobinos y girondinos, cuyo creciente control en la Asamblea Legislativa era muy temido por las monarquías de Austria y Prusia.

Convencidos de que la monarquía constitucional no tenía ningún futuro y, en cambio, alentaba a las demás monarquías europeas a movilizarse en contra de la Revolución, la Convención Nacional decidió convertir a Francia en República, y proclamó la "abolición de la realeza" el 22 de septiembre de 1792.

Luis XVI y María Antonieta fueron juzgados por traición en diciembre de ese año, y decapitados en enero de 1793, pero aún así continuó la anarquía en Francia.

A partir de entonces, las guerras de Francia en Europa tuvieron como objetivo defender la Revolución de las sucesivas alianzas militares acordadas por las monarquías continentales con Gran Bretaña, que era la mayor interesada en liquidar el poderío de Francia.

Pero Francia no fue derrotada y, poco a poco, fue sustituyendo la anarquía con una dictadura militar republicana, bajo el control del llamado Directorio, un gobierno colegiado de cinco miembros.

Esa República recibió una segunda Constitución en 1795, la llamada Constitución del Año III, que unificó al país y garantizó los derechos económicos de la burguesía francesa, al tiempo que garantizaba, igualmente, el principio de la igualdad de los ciudadanos y de la libertad individual, y eliminó numerosos privilegios feudales de la nobleza y el clero que habían servido para someter y explotar a las clases trabajadoras, particularmente a los campesinos.

A partir de entonces, las ideas revolucionarias francesas se extendieron rápidamente por toda Europa, en donde los grupos más liberales proclamaban los ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y proponían la abolición de las monarquías y la instalación de repúblicas o, por lo menos, monarquías constitucionales con soberanía limitada.

En casi toda Europa proliferaron los clubes jacobinos y revolucionarios, los cuales fueron sistemáticamente reprimidos por las autoridades monárquicas, como fue el caso del movimiento nacionalista republicano en Irlanda, entre 1791 y 1798 que fue duramente aplastado por Gran Bretaña.

Entretanto, la guerra continuó en todos los frentes. Mientras Francia peleaba en el continente contra Austria, Sardinia, los príncipes de Alemania y los pequeños Estados de Italia, también lo hacía en el Atlántico y las Antillas contra Gran Bretaña, a la cual también enfrentaba en Egipto y el Mediterráneo.

Durante esas guerras revolucionarias, Francia avanzó rápidamente y logró tomar el control de Holanda, a la cual convirtió en la República de Batavia; convirtió asimismo a la Lombardía o el Ducado de Milán en la llamada República Cisalpina; a los Estados papales en la República Romana; a Venecia y la Toscana en la República Italiana; al reino de las dos Sicilias en la República Partenópea; y a la Confederación Suiza en la República Helvética. Hasta la islita de Malta fue convertida en República en esos años.

Para 1798, ya Francia tenía sus fronteras aseguradas con un amplio cordón de repúblicas dependientes que continuó ampliando hasta 1803. Interiormente la Revolución había liquidado el poder omnímodo del rey y los privilegios de los nobles y de la iglesia. También había proclamado la igualdad de los ciudadanos y la capacidad de cualquier individuo de ocupar cualquier puesto público en la milicia y en la administración pública.

Asimismo, la Revolución había eliminado los privilegios medievales de los nobles, como el cobro de peajes y de impuestos y tarifas onerosos, y que nacionalizaban los bienes eclesiásticos, entre otras muchas conquistas.

Estas conquistas hacían que las monarquías europeas se sintieran amenazadas, pues el republicanismo francés significaba el fin de su propia existencia. Por ello, los monarcas europeos formaron una Segunda Coalición contra Francia en 1799, en la cual cada uno aportó grandes sumas de dinero y recursos humanos para integrar los ejércitos que revertirían las conquistas revolucionarias francesas. Esta coalición estuvo formada por los gobiernos de Rusia, Austria y Gran Bretaña.

La guerra entonces cobró aun más fuerza en todos los frentes. Francia logró imponerse gradualmente en el continente gracias, entre muchos otros factores, al genio militar de Napoleón Bonaparte, quien asumió el poder mediante un golpe de Estado del 9 de noviembre de 1799 (el famoso 18 Brumario), sustituyó el Directorio por un Consulado de tres miembros, y relanzó la nación francesa hacia la conquista de nuevos territorios y hacia la preservación de los logros sociales y económicos alcanzados por la Revolución.

Bajo Napoleón, convertido en Primer Cónsul, Francia triunfó en Europa mientras perdía influencia en el Atlántico y en las Antillas. Cuando las paces de esta guerra fueron firmadas en 1802, mediante el Tratado de Amiens, Gran Bretaña devolvió todas las conquistas obtenidas, excepto las islas de Trinidad y Tobago, en el Caribe, y Ceilán en Asia, en tanto que Francia extendió su "frontera natural" hasta el río Rhin, manteniendo una gran influencia en Italia y el sur de Alemania.

Como Primer Cónsul, Napoleón gobernó la República Francesa en nombre de la Revolución. Habiendo sido proclamado Cónsul vitalicio temprano en 1804, Napoleón sólo necesitaba dar un paso más para convertirse en emperador de una nación que se expandía vigorosamente en Europa en detrimento de las viejas monarquías que se resistían a desaparecer.

El 2 de diciembre de 1804, la República Francesa dejó de existir, cuando Napoleón fue proclamado Emperador, bajo la bandera de los principios y logros de la Revolución Francesa.

Cansada de años de anarquía e conflictos internos, Francia había reclamado el establecimiento de un régimen de orden, y Napoleón le había proporcionado ese orden durante sus años en el Consulado. Ahora se imponía establecer el orden imperial en el resto de Europa.

Para ello Francia tuvo que ir a la guerra nuevamente. Una de esas guerras napoleónicas, la de España, influyó decisivamente en la historia hispanoamericana y dominicana. De ese fenómeno nos ocuparemos en el próximo artículo.