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Crónica de arte y periodismo cultural (2 de 3)

El periodista, cualquier tipo de periodismo, tiene necesariamente que aplicar en su oficio tres elementos clave: buen criterio, honradez intelectual y disposición objetiva de los hechos, que no tiene nada que ver con la aplicación de los discernimientos subjetivos, y que no son otra cosa que el juicio propio, lo que José Martí llamaba el ejercicio del criterio, que puede perfectamente encajar en el relato objetivo de la realidad.

Traslademos, por ejemplo, estos conceptos necesarios sobre el periodismo en sentido general, a una de las aplicaciones periodísticas más valoradas de nuestros tiempos: el periodismo artístico, la crítica de arte o la crónica de arte, como la conocemos en nuestro medio.

La diversidad cultural, que no ha sido reconocida hasta años recientes, pero que existió siempre, trajo consigo la variabilidad de oficios dentro del oficio mayor del periodismo. Creó la necesidad de reformar el aparato informativo para atender la multiplicidad de pareceres y de intereses que el lector moderno demandaba. Es así como el periodismo comienza un proceso de diversificación más acentuado que en décadas anteriores y donde cada tramo del quehacer humano va exigiendo una atención especializada. Tiempos hubo en que un periodista cubría muy variadas fuentes al mismo tiempo. Obviamente, como la diversidad cultural ha existido siempre sin que fuese mencionada de esa manera o tratada como tal, también el periodismo especializado es de vieja data. La crónica de arte por tanto, tiene raíces fundadoras que provienen de muchos decenios atrás, siendo más intensa en algunos países donde la actividad artística ha tenido mayores características de solidez y difusión. Nuestros viejos medios de prensa, muchos ya desaparecidos, dieron espacio a la crónica de arte y justo sería que alguien, si no se ha hecho ya, escriba esa historia, pues de seguro que nos encontraremos con hallazgos interesantes sobre este tema y descubriremos, en detalles, a quienes construyeron los cimientos de este segmento del periodismo moderno en nuestro país.

A medida que el ámbito artístico fue creciendo y el negocio del espectáculo fue ensanchándose con indudable fortaleza con la propagación de los grupos artísticos de distinta índole, creció y se fortaleció igualmente la crónica de arte, que hoy en día no puede concebirse fuera del ámbito de la competitividad periodística, a un nivel de que en el contenido de un diario impreso la crónica de arte rivaliza con la información deportiva que es casi siempre la de mayor peso de divulgación. En este orden pues, la crónica de arte cumple un rol social que conlleva la misma responsabilidad que se atribuye al periodismo en cualquiera de sus variadas facetas. El periodismo especializado en arte, como reseña o como crítica, se inserta dentro de lo que se conoce como periodismo cultural. Y es en ese marco que la crónica de arte debe ser vista y examinada, como una rama vital del periodismo cultural, concepto que, pocas veces, o tal vez en ninguna ocasión, he visto aplicar en nuestro país.

En el mundo actual, poca gente puede sustraerse a la vitalidad que entraña el ejercicio de la crónica de arte. Las grandes estrellas del espectáculo, y aun aquellas que pugnan ansiosamente por alcanzar lugar en el show business, producen un interés extraordinario en el público. Las grandes multitudes que convocan los adalides de la canción, el público especializado que acude a los conciertos clásicos –que en algunos países convoca a millares- compiten sin dudas con los acarreos multitudinarios de la acción política, con los hinchas del fútbol o los fanáticos del béisbol, para solo mencionar dos disciplinas deportivas que atraen millones de personas a los estadios en todo el mundo.

El arte es una realidad tangible que no puede ser obviada. Y el cronista de arte es el intermediario entre el ejercicio del arte y el público. Sin la crónica de arte, el protagonismo artístico no existe. Los Beatles se hubiesen quedado en la gris taberna de Liverpool donde iniciaron su carrera, o Luciano Pavarotti pudo haber sido simplemente un genio cantor para públicos muy selectos, si no hubiese existido una crónica de arte que contribuyera grandemente a convocar multitudes cultas o semicultas o simplemente diletantes. Aunque hay un elemento de mercadeo envuelto en estos menesteres, todavía sin la crónica de arte ese mercadeo hubiese sido insuficiente para levantar la beatlemanía o crear los adeptos en las glorias cantoras de Luis Miguel y Plácido Domingo.

Es la crónica de arte la que nos da cuenta diariamente de las creaciones y las interpretaciones y los logros y reveses de los grandes artistas, los del canto o los de la danza, los del teatro o los del cine, los de la música clásica o los de la música popular. Nadie puede sustraerse a la realidad viva del arte en nuestros tiempos. La crónica de arte está ahí, activa, dinámica, para darnos a conocer y a entender el proceso artístico de los tiempos actuales, lo que ha dimensionado esta especialización periodística a niveles que, de seguro, no pudieron ser vaticinados muchos decenios atrás cuando aparecieron los primeros pasos en este ejercicio del periodismo.

La crónica de arte tiene divisiones, además, que no acostumbran compartirse y que, a veces incluso, parecen enfrentarse. Suele no señalarse con precisión o no abordarse de esta manera, pero la crónica de arte encierra varios aspectos, a mi modo de ver. No sé si se ha dicho antes entre nosotros, pero vale indicarlo ahora. La crítica de cine, la crítica musical, de teatro y de danza es igualmente crónica de arte, que en nuestro medio parece solo aplicarse a la que se destina a la información, divulgación o comentario del arte popular. Cada una tiene su particularidad, su propia identidad, para usar términos de nuestros tiempos, pero todas convergen en una sola unidad: el conocimiento y difusión de los valores del arte dentro del espacio cultural en que se desarrollan. Ciertamente, es la crónica de arte popular la más difundida tal vez, por la obvia dimensión masificadora del arte que se origina y disemina en la esfera de lo popular. Millones quedan atrapados en la magia de la bachata, de la denominada música urbana, del Despacito de Luis Fonsi, del Felices los 4 de Maluma, como antes del bolero, de la balada, de la música pop. Millones sigue reuniendo el rock desde tiempos inmemoriales. Las cadencias de la rumba o de la samba, del son y la bachata, del calipso o el merengue crean seguidores fanáticos en Hamburgo o en Copenhague, en Río de Janeiro o en Jamaica, en Cuba o en Santo Domingo. Esa realidad inobjetable, acrecentada en las últimas décadas a niveles que podríamos calificar de insólitos, otorga a la crónica de arte un nivel de principalía en la información periodística moderna. Todos, de una manera u otra, deseamos conocer las ofertas artísticas del momento, pero también sobre la vida íntima de nuestros líderes artísticos: sus gustos, sus caprichos, sus egos. El arte es ego que se consume en la creatividad y en el uso y abuso de esa creatividad, y el cronista de arte existe para auscultar esa realidad, para informar sobre el escenario y tras bastidores, que de esa cuenta se forma su rosario.

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