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Cuando el pensamiento plantea rumbos

“La novela, género supuestamente en agonía, tiene tanta vida que debe ser asesinada. El cadáver exquisito debe ser prohibido porque resulta ser un cadáver peligroso”.

Pensar es un acto de insurrección. Se subleva la palabra cuando se amotinan las ideas. El filósofo percibe el acto de pensar como una forma de encontrar la verdad de las cosas en ese extremado silencio que domina al ser humano cuando no sabe buscar explicación a su realidad. El escritor ensaya con el pensar para escudriñar certezas o dudas, temores o acechanzas, sobre todo cuando pretende insertarse en la verdad que busca, aunque muchas veces no logre penetrar esa barrera por completo. El escritor que narra hace del pensamiento una manera de inventar la realidad, de sostenerla sobre sus cauces ambiguos, de deletrear el suceso humano desde sus diatribas, sus pormenores acuosos, sus sentencias, su ilusión, su fantasía. El nihilista piensa para la nada. El creyente, el idealista, el que se afinca en un ideal, piensa sobre los goznes de sus esperanzas, tantas veces zarandeadas o derrotadas. El realista se sumerge en la simple observación de lo que comprueba y de lo que considera viable a sus propósitos, sin que primen filosofía, ni fe ni ideal alguno. Para este tipo humano vale la frase del hindú Vivekananda: “Aquella teoría que no encuentre aplicación práctica en la vida, es una acrobacia del pensamiento”.

El periodista de opinión piensa su quehacer o su juicio de un modo más cercano a la realidad. Su campo es la realidad. Pero, en su oficio reporta lo que ocurre –o detalla lo que observa- desde un promontorio donde las ideas son esenciales para comunicar sus juicios. El reportero describe. El columnista enjuicia. El reportero comunica el suceso. El columnista lo escudriña, lo examina, lo revuelve, para que el pensar que asume oriente la percepción que desea transmitir a sus lectores.

Pensar es, pues, el instrumento del que escribe. Y para pensar hay que forjar conocimientos, desentrañar experiencias, a fin de que el análisis que se haga de cualquier momento de la vida humana, sin importar sus vertientes, tenga una base consistente. El conocimiento o la experiencia, empero, no lo son todo. Hay que saber ordenar esos pensamientos y adecuar las vivencias para lo que se desea comunicar. Eso es el pensar. Es justo en ese espacio donde el pensamiento –cualidad poco común- hace su tarea. Se le atribuye a Federico II el Grande, rey de Prusia, afirmar que “conocimientos puede tenerlos cualquiera, pero el arte de pensar es el regalo más escaso de la naturaleza”-

El pensar más activo es el del periodista de opinión, una especie de ensayista en breve que cultiva la palabra para transmitir conocimientos, experiencias y juicios cultivados en su abrevadero personal y en el que le proporciona el colectivo. El escritor piensa de forma más cautiva, más sigilosa, más afinada. El pensar le resulta, en ocasiones, terreno del tedio. El hastío a veces lo consume, cuando no encuentra la palabra correcta, la frase necesaria, el argumento que hilvane su creatividad. El columnista no tiene tiempo para el asueto del pensar. Examina mentalmente sus ideas y luego escribe. Tiene día y hora fijados para concluir su trabajo. Ambos son escritores –en verdad, muchos no logran nunca serlo- pero los dos tienen corrientes de pensar diferentes y métodos de aplicar el pensamiento muy distantes. Por eso, el periodismo ha enseñado tanto a no pocos escritores de señera presencia en el universo de la literatura.

Otra más. Cuando usted concluye la lectura de un libro construye su propio discernimiento del autor y su pensamiento. Leído el texto –le haya complacido o no- usted abrevia en ese pensamiento para extraer conclusiones, lo mismo en la narrativa o el ensayo. Cuando usted lee a un columnista, corrobora o desdeña su opinión, pero el escrito que ha consumido lo olvida en el tráfago de la cotidianidad de que se alimenta el autor de esa columna. La opinión es volátil, porque usted no guardará la evidencia, simplemente la consume, lo que no pasa con el libro que usted –si es buen lector, aclaremos- subrayará, consultará cuando le plazca y tal vez relea de nuevo tiempo después. El escritor de opinión escribe para hoy. Y esa forma constriñe su oficio. De ahí la importancia indiscutible de las recopilaciones de los artículos que, en algún momento, han servido para orientar, para estimular, para contravenir, para denunciar, para advertir, para remover conciencias y, obviamente, para enseñar a pensar.

No todo columnista puede –o debe- recoger sus artículos en libros, porque en muchos casos se apega tanto a la cotidianidad y a determinadas obsesiones, o responde a intereses particulares, que la posteridad no los salvará del fuego. Otros hay que al reunir sus columnas el lector advertirá, al releer lo que ya le parecía olvidado, que leídas en su conjunto las mismas forman un pensamiento coherente, lúcido, con luz propia, que sirven para reformular ideas o para examinar objetivamente un periodo específico del tiempo en que esos artículos fueron elaborados y dados a conocer.

Adriano Miguel Tejada acaba de recoger en dos volúmenes sus artículos en la revista Rumbo, entre mediados de los noventa y hasta los inicios del nuevo milenio. Rumbo fue una lectura semanal obligatoria. Entre sus páginas, se situaba la columna “Colindancias” de este periodista, abogado, historiador, académico y educador, especializado en Ciencias Políticas. Era la suya una columna leída con atención. Adriano venía de otras experiencias periodísticas y, fundamentalmente, de la educación universitaria. Siempre me pareció, y me sigue pareciendo, que escribe como el educador que siempre ha sido, pero también como el librepensador que no tiene ataduras para forjar sus juicios y crear su propia línea de pensamiento. Al reunir sus “colindancias” -releerlas y hasta recordar algunas que, en su momento, fueron muy celebradas- uno comprueba que el columnista ha construido un gran ensayo, en múltiples cuadros, sobre la realidad dominicana de aquella época –entre 15 y 25 años atrás- cuyo mayor valor radica no sólo en que retrató pormenores de nuestra vida democrática de esos años, sino en que el pensamiento que forjó en los mismos sobrepasa su época y se interna en la actual como un prensil sobre el cual detenernos a repensar nuestra realidad. En suma, ayer y hoy están consustanciados por un pensamiento que tiene rasgos de perdurabilidad y de variadas enseñanzas para la sociedad política de nuestros días.

Adriano Miguel abarca pareceres diversos, muchos que fueron tema de la hora. Pero, entre estos aparecen varios en los que persiste, a los que regresa constantemente, a veces titulando sus artículos del mismo modo como para que perdure la idea y el propósito. Y esas persistencias analíticas adquieren hoy una vigencia incontrastable. Los dislates políticos, el derecho constitucional, sus cuestionamientos a determinadas actitudes eclesiásticas, los escenarios de los liderazgos, las cortes de justicia, el tema haitiano, el ser dominicano, memorias, convivencias y relatos de tiempos idos. Y, entre todos, el recuerdo imborrable de aquella pequeña hija que partió hacia los cielos en un noviembre que, en su recuerdo, cada año llena su temple de nostalgia. Conocimiento, experiencia y oficio de escritor se unifican para crear un pensamiento que subleva a la palabra a fin de que sea cauce por donde las ideas fluyan para orientar, para educar, para sostener los principios sobre los cuales debe edificarse el presente y el porvenir de la nación. Leer o releer a Adriano Miguel Tejada es reiniciar la ruta nacional sobre el rumbo de nuestras mejores apuestas de Patria, donde las colindancias han procreado silencios y olvidos, pero tal vez también han permitido que no nos sumerjamos en el caos y la tragedia.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.