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Cuatro ilustres mocanos que se fueron

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Cuatro ilustres mocanos que se fueron

Santiago Estrella Veloz. Lo conocí, yo casi quinceañero, a través de la revista “Testimonio”, que dirigían Lupo Hernández Rueda, Luis Alfredo Torres, Juan Alberto Peña Lebrón y Ramón Cifré Navarro. La revista, cuya colección conservo, la llevaba a Moca don Julio Jaime Julia para conocimiento y disfrute del grupo que ya nos sentábamos en los andenes del ejercicio literario precoz y balbuciente. “Testimonio” era el único contacto que teníamos con las grandes firmas literarias del momento dominicano, tan distantes de la urbe capitalina como vivíamos entonces. Allí, entre los nombres descollantes de la época, leí por primera vez sus cuentos “La cacería”, “El tuerto” y “En misión de paz”, los dos primeros publicados en 1964 y el tercero, en 1966. Entonces supe que había nacido en Moca el 25 de julio de 1942. Estaba en su apogeo periodístico. Era uno de los reporteros más calificados y leídos. Hacia los años finales de aquella década, mientras cursaba el último año de bachillerato y dirigía un movimiento cultural en aquel estrecho entorno provinciano, decidí organizar un programa de conferencias con personalidades de talla nacional, y así pudimos compartir con Máximo Avilés Blonda y Virgilio Hoepelman, entre otros. Estrella Veloz fue uno de los invitados. Ya la comarca estaba en cama. Debían ser las diez u once de la noche, que era como decir casi de madrugada en tiempos donde se cerraban las puertas de las viviendas a las nueve. En las esquinas, algunos nos quedábamos bajo la tenue luz del farol de la calle hasta un poco más tarde, coqueteando con la pavería a que nos llevaba la mocedad provinciana en la que discurríamos, en tiempos en que hasta viajar a la capital era un hecho reservado a pocos. Acostado ya, en aquella inolvidable morada de la calle Imbert, escuchamos la voz de Santiago Estrella Veloz que llegando de la capital quiso pasar por mi casa para advertirme de su arribo. “José Rafael, es Santiago, ya estoy aquí, mañana nos vemos”. Y siguió su caminata hacia el pueblo abajo donde residía su familia. La conferencia se realizó a media mañana del día siguiente. El amplio auditorio del liceo secundario Domingo Faustino Sarmiento estaba abarrotado de público. Todos deseaban conocer a aquella columna del periodismo nacional con quien compartían la “nacionalidad” mocana. Se había ido años atrás hacia la ciudad capital, pero, como luego me contó, regresaba silenciosamente con regularidad donde su familia. Así conocí personalmente a Chago con quien mantuve una amistad de varios decenios. Me enviaba siempre todos sus libros, incluyendo el último publicado un año antes de su muerte, su novela “La rebelión de Cayetano Terramar”. En 2008, le publiqué su libro de relatos “Las canciones del miedo” y en el 2014 le presenté su libro “Los inolvidables”. Desde aquellos cuentos sesentistas en “Testimonio” nunca dejó de escribir. Falleció en mayo pasado a los 75 años de edad, iniciando el desfile hacia la eternidad de cuatro ilustres compueblanos que, como él, ejercieron diferentes profesiones pero tuvieron la escritura literaria como uno de sus dones y oficios.

Juan Arístides Taveras Guzmán. Todos le conocían con el apodo de Títole y fue un mocano que ejerció la política, ocupando posiciones de prestigio en los gobiernos del doctor Balaguer, sin mezclarse con nada que manchase su reputación de hombre bueno, conversador, amigable, que gustaba exhibir con orgullo su mocanidad. La cantó en poemas, la refirió en encendidos elogios periodísticos, la contó en anécdotas múltiples y la relató a través de algunos de sus personajes pintorescos. Títole era una fiesta de la amistad y en el seno de la mocanidad migrante en Santo Domingo su partida deja un hueco hondo y sentido. Sus libros quedan como memoria de su talento y de su amor al pueblo que le vio nacer. Hizo el camino hacia la luz, a los 81 años, el pasado octubre.

Rubén Lulo Gitte. A mis 16 años, luego de la revolución, sin derecho al voto, yo andaba encaramado en un viejo yip junto con mi luego compadre Winston Arnaud, Tomás Hernández Alberto y Francisco Antonio Guzmán (Antonio PRD), haciendo campaña por las lomas de Puesto Grande y Jamao a favor de Rubén Lulo como síndico de Moca. Esa vez perdió, pero seguiría en el intento en distintos comicios. En unos ganaba, en otros perdía. Cinco decenios más tarde se le recuerda como el Alcalde Eterno de Moca. A las condiciones de político, municipalista, luchador social, medioambientalista, deportista que alcanzara llegar al Salón de la Fama, unió también la de historiador de la ciudad. Creo que fue el sustituto en mi pueblo de don Julio Jaime Julia, en cuya fuente bebió muy a menudo para indagar sobre un hecho histórico, para desentrañar una que otra investigación en el ramo. Descubrió en archivos judiciales, que el coronel José Contreras, héroe del 2 de mayo de 1861, ni fue ciego ni era un hombre viejo y ni siquiera era mocano de origen, a más de que tenía abundante prole. Y tuvo el coraje, venciendo muchos obstáculos, de ser quien trasladara, junto a su hermano Milito, a Manolo Tavárez y gran parte de su grupo hasta la falda de la loma donde se internó para su expedición guerrillera de 1963, acontecimiento en el que participó también su hermano Manuel, dirigente del 1J4. Reconstruyó la historia gráfica y escrita de su Moca nativa. Fue un guerrero y un patriota. Y fue un auténtico ciudadano serie 54. Murió a los 83 años al finalizar el pasado octubre.

Artagnan Pérez Méndez. Fue prolífico en todos los conocimientos que les fueron otorgados como dones. Estudié biología en bachillerato en un libro diseñado por él. En su ejercicio universitario y como cumbre de la abogacía, dejó textos fundamentales para el estudio de esta profesión en la que han abrevado varias generaciones. Indómito en la oratoria forense y pública. Conferencista vibrante. Dueño del anecdotario pueblerino que relataba con humor chispeante, casi único. Escritor, no sólo de textos jurídicos, sino de obras literarias. Memorialista, ensayista, historiador, cuentista, cuyos rasgos, según el criterio de Bruno Rosario Candelier, son: la expresión de vivencias reales, el aliento bíblico, el sentido humanizante y la vertiente humorística. En 1997, hace justo veinte años, le presenté en Santiago de los Caballeros su libro “Cuentos”, en acto inolvidable en la sala Julio Alberto Hernández del Gran Teatro del Cibao. Y -a mi juicio, su legado cumbre como escritor historiográfico-, edité y difundí su gran libro sobre el Santuario Nacional Sagrado Corazón de Jesús, Patrimonio Monumental de la República Dominicana, que él, con extrema modestia, a sabiendas de que, aunque dueño del texto, contó con la colaboración de varias personas, no quiso firmar con su nombre. Falleció la pasada semana, a los 88 años de edad. / Cuatro vidas de gran significación para la geografía cultural mocana que, a más de sus brillantes ejercicios profesionales y públicos, tuvieron en común el ser escritores. Aeternum vale. Vade in pace. l

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