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Damas de la cultura dominicana

La construcción de la cultura dominicana ha contado con un grupo notable de mujeres que con sus trabajos pioneros, con su dedicación y entrega, y hasta con sus múltiples sacrificios se han constituido en columnas fundamentales de nuestra historia cultural.

Son tantos los nombres de esas grandes mujeres que resulta imposible recordarlas a todas, y nombrarlas una por una seguramente tomaría varias páginas. Poco se piensa en esta contribución tan ejemplar con la cual se han ido levantando y difundiendo los valores de la cultura dominicana. Las generaciones pasan. Los años van dejando en el olvido a los nombres fundadores. Las nuevas realidades obligan, sin desearlo, a que vayan quedando estos aportes como simples señas de identidad de una cultura rica y diversa que, sin embargo, no pocas veces resulta desairada y dejada a un lado por la desmemoria.

Salomé Ureña. Aurora Tavárez Belliard. Abigaíl Mejía. María Montez. Elila Mena. Floralba del Monte. Antonia Blanco Montes. Flérida de Nolasco. Edna Garrido de Boggs. Amada Nivar de Pittaluga. Ninón Lapeireta de Pichardo. Magda Corbett. Clara Elena Ramírez. María Ugarte. Ivonne Haza. Aida Bonnelly de Díaz. Leyla Pérez. Marianne de Tolentino. Josefina Miniño. Nereyda Rodríguez. Celeste Woss y Gil. Ada Balcácer. Elsa Núñez. Rosa Tavárez. Rosa María Vicioso. Virtudes Uribe. Bernarda Jorge. Margarita Luna. Germana Quintana. Lourdes Camilo de Cuello. Blanca Delgado Malagón. Margarita Copello de Rodríguez. Divina Gómez. Lucía Castillo. María Castillo. Casandra Damirón. Sonia Silvestre. Cecilia García. Ángela Carrasco. Maridalia Hernández. Xiomara Fortuna. Aisha Syed. Nathalie Peña-Comas. Mercedes Sagredo. Leonor Porcella de Brea. Meche Diez de Planas. Julia Álvarez. Jeannete Miller. Rita Indiana Hernández. Mu-Kien Adriana Sang. María del Carmen Prodoscimi de Rivera. Angela Peña. Mayra Johnson. Verónica Sención. Xiomarita Pérez. Un muestrario limitado y, sin embargo, en estos nombres se podría resumir la fortaleza de la inmensa labor realizada por la mujer en la fundación y desarrollo de nuestra cultura. Son tantas. Son muchas.

En la literatura, en la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, el folklore. En el canto popular. En la composición musical. En la edición de libros. En la gerencia cultural. En la promoción del arte desde instituciones que han impulsado la labor artística, difundiendo valores de otras tierras para consustanciarnos con la realidad universal de la cultura, desarrollando programas, abasteciendo las fuentes de nuestro quehacer cultural o resaltando aspectos relevantes de la historia que son claves para entendernos como nación y para forjar una auténtica ciudadanía cultural. Algunas de estas vibrantes mujeres llegaron a nuestro lar de otras tierras, de otras culturas. Aquí asentaron su humanidad, sus valores, su pasión por el trabajo cultural. Y fundaron instituciones, desarrollaron iniciativas, sembraron, cosecharon, establecieron su legado y dejaron sus nombres entre los grandes nombres de nuestra cultura. De ellas, varias siguen haciendo su labor que ya cobra decenios. Siguen insistiendo en su rol. Proezas. Conquistas. Huellas. Horizontes abiertos para que las generaciones posteriores se deleiten en sus fuentes. Heroínas indiscutibles de la cultura nacional. Ellas han sabido ser apasionadas, porque la cultura no se vive sino como una pasión. Es un oficio de delirio y tormento. Un frenesí. Un incendio.

Poetas que dejaron estelas; educadoras, como Aurora Tavárez que fue la única maestra del siglo XX que escribió y publicó libros, más de una veintena; actrices de teatro y de cine que triunfaron en los escenarios hasta convertirse en verdaderos paradigmas; feministas adelantadas desde el campo cultural; pianistas de renombre, musicólogas de estirpe, fundadoras del ballet clásico en nuestro país, investigadoras de nuestro folklore con aportes distintivos, críticas de arte y literatura, escritoras que han alcanzado niveles de reconocimiento dentro y fuera del país, compositoras de música popular de gran arraigo, promotoras del arte a través de entidades que hicieron historia en épocas pasadas, gerentes culturales, cantantes clásicas y populares que certificaron desde su oficio los valores de nuestra música, editoras y propulsoras del libro, danzantes, teatristas, dramaturgas, sobresalientes figuras de las artes visuales, historiadoras, académicas, propulsoras de la fotografía artística sin importar imposibilidades, periodistas –como Ángela Peña- que por años nos ha dado a conocer los trayectos históricos de los hombres y mujeres cuyos nombres llevan nuestras calles, lo cual es una manera de hacer cultura desde la historia conjugada con el ejercicio periodístico. En fin, una amplia gama que, repito, es mayor de la que aquí nombro.

Una de estas damas de nuestra cultura es también parte de la historia que cuento. Carmen Heredia de Guerrero. Muchas de las que he nombrado hicieron ya su trayectoria. Otras van construyéndola aún para dar continuidad al legado de sus antecesoras, a base de sus propios y elevados talentos. Doña Carmen viene de la danza clásica, la música y el teatro, disciplinas artísticas en las que se formó tanto en Santo Domingo como en Nueva York. Es de las alumnas que formara en su amplia y muy sustancial carrera en la danza, la inolvidable Madame Corbett. Esa formación, aunada sin dudas a su carrera como gerente cultural, le ha permitido convertirse en una muy objetiva y lúcida crítica de arte, la única activa que tenemos actualmente en el diarismo nacional y en toda nuestra sociedad cultural, especializada en danza, teatro y música. Mientras la crítica literaria sigue adormecida y no es frecuente el análisis desapasionado y objetivo de las obras de nuestra literatura –no de las ya muy ancianas que sobre esas se ha derramado mucha tinta por largos decenios, sino en torno a las que van saliendo a un mercado cada vez más limitado y difícil–, la crítica de arte se salva por los esfuerzos continuados de Marianne de Tolentino en las artes plásticas y de doña Carmen Heredia en las artes escénicas. Si ambas no ejercieron su oficio luminoso y, en alguna medida, entrañable, imprescindible, los espectáculos teatrales, danzarios o musicales se quedaran, como la presentación de libros, en simples notas sociales.

Carmen Heredia de Guerrero es un paradigma de la promoción cultural. Precisa en sus análisis. Justa en sus criterios. Celebrante del arte en todas sus dimensiones, en todas sus direcciones, en toda su trascendencia. Sabe observar los detalles que hacen a una obra de arte diferente, en un sentido o en otro. Y sabe relatar y examinar, con una escritura limpia, atractiva y bien delineada, el arte que observa en el escenario desde la platea donde se instala. Lo mismo una obra de teatro, un espectáculo danzario o un concierto sinfónico. Ahí está ella. Plasmando sus ideas, distribuyendo su análisis, ejerciendo su labor de cronista y de crítica, ambas a dos, con inteligencia, capacidad y visión.

La historia de la cultura dominicana no se puede escribir sin los nombres de sus mujeres eminentes, cuyos aportes han sido y son cardinales en el desarrollo y auge de nuestra vida cultural. Y en esta lista amplia, diversa y consagratoria de estas gigantes gigantarias –como solía decir Ramón Francisco– tiene su lugar, con luz propia, doña Carmen Heredia de Guerrero, continuadora de la rica tradición femenina en la construcción y crecimiento de la cultura dominicana.

www.jrlantigua.com

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